49 días a la deriva: así logró sobrevivir el joven perdido en altamar
Un indonesio de 19 años se suma a la lista de náufragos que pueden contarlo. «Tuve miedo y a veces lloraba», confiesa el superviviente
ISABEL IBÁÑEZ
Miércoles, 26 de septiembre 2018, 09:18
Dice Aldi Novel Adilang que en estas siete semanas solo en medio del mar ha tenido miedo y que a menudo lloraba... Incluso para un viejo lobo de mar, la experiencia de pasar ese tiempo perdido en el océano es algo sobrehumano, pero si hablamos de 19 años... los de este indonesio que acaba de convertirse en el último náufrago con final feliz. 49 días a merced de las olas en los que gritó y agitó los brazos para captar la atención de los diez barcos que pasaron cerca... sin verlo. Hasta que un buque de bandera panameña y dulce nombre, el 'Arpeggio', lo avistó el último día de agosto y lo izó a bordo. Conocemos así una nueva aventura de esas que se convierten luego en películas, en esta ocasión a bordo de un 'rompong', una pequeña cabaña flotante para pescar en la que Aldi trabajaba (y vivía) manteniendo siempre encendida la luz con la que atraía a los peces, como una metáfora de la llama de la esperanza que languideció para él a medida que iban sucediéndose las jornadas.
Obviando esas miles de historias de las personas que cada día 'cavan' su tumba en el Mediterránedo tras navegar sin rumbo durante días y de las que nunca conoceremos los detalles, la de Aldi es simplemente maravillosa. A la edad en la que otros solo piensan en lograr la fama discutiendo sus cuitas amorosas en televisión, Aldi la ha conseguido muy a su pesar. Era un 'guardián de la lámpara' en la isla indonesia de Sulawesi, aquí conocida como Célebes, uno de los trabajos más solitarios que cualquiera pueda imaginar. El chaval pasa seis meses a 125 kilómetros mar adentro viviendo en uno de esos 'rompongs'; anclados al fondo y sujetados por boyas, tratan de atraer a los peces para que queden atrapados en su interior. Y para ello hace falta alguien que durante la noche encienda las lámparas que hacen de imán para las capturas. Así que Aldi tenía experiencia con la soledad. Vaya si la tenía: según explica el diario local 'The Yakarta Post', el propietario de esta rudimentaria balsa sin remos ni motor (tiene otras 50) envía cada semana a alguien a recoger el pescado y renueva las provisiones necesarias para el chaval, no solo comida y agua, sino el combustible para la cocina y el generador con el que alimentar las luces. Esa era la vida de Aldi, esperando que pasen los seis meses para regresar a tierra firme y manteniendo un breve contacto con otros humanos a través de un walkie-talkie.
Todo esto ya sería de por sí suficiente para atrapar la atención de cualquiera. Pero el 14 de julio, un vendaval inesperadamente fuerte provocó la ruptura de la cuerda que lo mantenía fijo y su balsa quedó a la deriva, a merced del viento y las corrientes. Al principio, el chico se arregló con las provisiones que tenía. Pero pronto tuvo que echar mano del pescado que podía capturar y que primero cocinaba hasta que se acabó el combustible, y eso que, siempre que no veía barcos cerca, apagaba las luces para ahorrar energía. También quemó parte de la madera del 'rompong' para hacer fuego. Y debía conformarse con tres sorbos de agua potable al día; al terminarse ésta, consumió la lluvia que a veces caía por la noche, pero finalmente tuvo que beber agua de mar utilizando su ropa a modo de filtro para la sal, según explicó Mirza Nurhidayat, cónsul general de Indonesia en Osaka, Japón, país al que fue conducido por el barco que le rescató. Otro miembro del consulado, Fajar Firdaus, explicó que Aldi reconoce haber tenido miedo y que a menudo lloró durante todo este tiempo a la deriva, «pensando en sus padres». Es fácil disculparle, solo hay que imaginar al pobre chico tirado en la cabaña después de intentar en vano que los barcos que pasaban ante sus ojos se percataran de su frágil presencia.
Otro diario local, el 'Tribun-Timur.com', recoge que hubo días en que los tiburones rodearon la barca a la espera de que Aldi se diera por vencido, pero él dice que desaparecieron cuando se puso a rezar. Pescaba por la mañana y se tumbaba a leer la Biblia, cocinaba por la tarde y de noche intentaba dormir sin luces. En otra ocasión se sintió vigilado por un enorme y desconocido pez gigante... Hasta que en el horizonte apareció un nuevo barco. Volvió a agitar manos y pañuelo, gritando con todas sus fuerzas. Y volvió a usar una pequeña radio que funcionaba con energía solar para sintonizar una frecuencia que alguien le dijo alguna vez que usara si se veía en problemas...
Un corte de pelo
Y esta vez funcionó. El 'Arpeggio' panameño captó su señal en aguas de Guam, en el Pacífico occidental, la mayor de las islas Marianas. Había olas muy grandes el 31 de agosto que impidieron al carguero acercarse a la balsa de Aldi, así que el chico tuvo que lanzarse a las agitadas aguas y con las fuerzas al límite agarró el cabo que le habían lanzado y con el que pudieron izarle. En cuanto estuvo a bordo, la tripulación le dio de comer y de beber, y el rescatado incluso disfrutó de algo tan banal como un corte de pelo. El navío tenía como destino el puerto japonés de Tokuyama y allí desembarcó el joven el pasado día 6. Aldi ya está con sus padres y ahora sale en las noticias.
El indonesio se suma así a la lista de náufragos que tuvieron la suerte de poder contarlo. Como el marinero chino Poon Lim, cuya aventura parece increíble pero es rigurosamente cierta: trabajaba de cocinero en un buque mercante británico que en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, fue bombardeado por un submarino alemán cerca del Amazonas. Antes de que las calderas del buque estallaran, hundiéndolo en menos de dos minutos, se puso un chaleco salvavidas y se lanzó por la borda. Solo sobrevivió él; encontró una balsa de madera con agua y provisiones donde pasó 133 días, aunque estas enseguida se acabaron y tuvo que pescar y recoger agua de lluvia -incluso beber sangre de pájaros y tiburones- hasta que logró llegar a tierra. Era Brasil. Recibió la Orden del Imperio Británico y las técnicas con las que sorteó la muerte pasaron a engrosar los manuales de supervivencia. «Espero que nadie tenga nunca que batir mi récord», dijo entonces.
No fue así. En 2006, tres pescadores mexicanos, Jesús Vidaña, Salvador Ordóñez y Lucio Rendón, fueron rescatado tras nueve meses y 8.000 kilómetros a la deriva, comiendo aves y peces y bebiendo lluvia.
En 2014, el salvadoreño José Salvador Alvarenga, de 37 años, salió a pescar tiburones con un amigo (un adolescente que no sobrevivió) y no regresó a tierra hasta 13 meses después. Tortugas, peces y pájaros le dieron de comer y de beber. Parecen novelas de aventuras, pero detrás de estas historias de náufragos hay enormes dramas, detalles que hacen daño al leer, relatos de muerte, de canibalismo, de terror en soledad y desesperación. De oscuridad. Como la que vivió Aldi, 'el guardián de la lámpara', un pobre crío en medio de la noche rezando solo a la luz de las estrellas.

Alain Bombard, el náufrago voluntario
Al médico francés Alain Bombard le impactó la muerte de 43 marinos en el Canal de la Mancha tras irse su barco a pique en el año 1952. Conocedor de relatos de náufragos que habían sobrevivido a largos periodos en el mar, decidió experimentar la situación para conocer qué actuaciones podían salvarle la vida y cuáles le condenarían a morir.
Tras dos experimentos previos, primero entre Mónaco y Baleares y luego entre Tánger y Las Palmas, el 19 de octubre de 1952 zarpó de este puerto a bordo de un bote de cuatro metros, sin agua ni alimentos a bordo. Arrostró temporales, hambre y sed, una vía de agua que pudo taponar y la rotura de su pequeña vela, pero el 23 de diciembre llegó a la isla de Barbados, al otro lado del Atlántico. Su conclusión fue que «un náufrago debe ser más testarudo que el mismo mar».
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