GERARDO ELORRIAGA
Viernes, 16 de agosto 2019, 11:26
Cada sueco recorre anualmente en avión una distancia similar a la que existe entre Estocolmo y Madrid. Su elevado nivel de vida y el deseo de huir de unos inviernos rigurosos fomentan los desplazamientos a las soleadas Canarias, las costas mediterráneas, la exótica Tailandia o la siempre atractiva Nueva York. Pero la acendrada conciencia nórdica ha reparado en que el balance de estas escapadas supone un enorme impacto ecológico -una tonelada de CO2 al año por persona y año-, cuyos efectos medioambientales equivalen al derretimiento de tres metros cuadrados de hielo ártico. La respuesta a la amenaza ha sido un movimiento ciudadano que aboga por la renuncia a los vuelos comerciales para reducir la contaminación. La campaña Flight Free 2020 confía en que 100.000 nacionales se sumen al compromiso de evitar surcar el aire durante el próximo año y ya se ha expandido por otros países que también poseen aeropuertos muy frecuentados.
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La iniciativa ha corrido a cargo de Maja Rosén, una activista que optó hace diez años por quedarse en tierra. Con su lema 'We Stay on the Ground' (nos quedamos en el suelo) aboga por conseguir apoyo popular y la implantación de medidas como el recurso al tren para trayectos inferiores a los 900 kilómetros, una propuesta que disminuiría sensiblemente la polución generada por la aviación. El ferrocarril se ha convertido en la alternativa para quienes combaten los gases de efecto invernadero: mientras que un viaje aéreo genera por término medio 285 gramos de CO2 por kilómetro y persona transportada, el tren produce 14, prácticamente veinte veces menos. Por si fuera poco, el avión también libera vapor de agua y óxido nitroso, otros gases de efecto invernadero, y esas emisiones se producen en las capas altas de la atmósfera, donde su impacto mediambiental es mayor.
La contundente diferencia y la preocupación medioambiental han dado lugar al término 'flygskam' o 'vergüenza de volar' y, su complementario 'tagskryt', u 'orgullo de utilizar el tren'. El veterano campeón olímpico de biatlón Björn Ferry fue el promotor de la tendencia al preferir realizar largos trayectos por tierra antes que recurrir al avión para acudir a las competiciones.
Popularización El año pasado, las compañías europeas 'low cost' ofrecieron más de 500 millones de asientos y para el año 2027 controlarán ya el 50% del tráfico en el continente.
285 gramos de CO2 emite un avión por kilómetro y viajero, prácticamente 20 veces más que el tren. Los vuelos comerciales son responsables del 2,5% de las emisiones globales de carbono.
29,4 millones de pasajeros pasaron el pasado mes de julio por los aeropuertos españoles, un 3,4% más que hace un año. En los últimos cuatro años, el aumento ha sido de un 27%.
Esta renuncia ha sido secundada por la cantante de ópera Malena Ernman y, sobre todo, por su hija Greta Thurnberg, impulsora del colectivo Fridays for Future, corriente que pretende ganarse a los adolescentes como ella en el propósito de revertir nuestros depredadores hábitos de consumo. La muchacha, de 16 años, viaja en este momento en barco desde Londres a Nueva York para participar en la cumbre climática que se celebrará allí el próximo mes de septiembre, y utilizará medios terrestres para desplazarse hasta Santiago de Chile, donde asistirá a otro congreso, previsto para la primera quincena de diciembre. Durante todo un año sabático, la joven ecologista recorrerá el continente americano en autobús y tren difundiendo su mensaje.
La iniciativa también ha llegado a España. La ONG Ecologistas en Acción se ha sumado a la red Stay Grounded, que aúna diversas organizaciones implicadas en el reto de detener el desorbitado crecimiento del mercado aéreo. Nuria Blázquez, su responsable en el área de transportes, anuncia una campaña nacional y explica la complejidad que presenta nuestro país, donde se mezclan vuelos domésticos y su condición de destino turístico. «No ayudan nada las subvenciones a compañías privadas ni la construcción de nuevas instalaciones», lamenta, mientras condena el paralelo desmantelamiento del sistema ferroviario convencional. «No puede ser que el modo de transporte más insostenible reciba más ayudas». El pasado mes de julio, los aeropuertos españoles batieron récords de actividad con 29,4 millones de pasajeros, un 3,4% más que hace un año. En los últimos cuatro años, el aumento ha sido de un 27%.
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Maja Rosén - We Stay on the Ground
Nuria Blázquez - Ecologistas en Acción
Frente a esta tendencia al alza de nuestro tráfico aéreo, el número de pasajeros en los aeropuertos suecos se ha reducido un 8% en el último año. Una cifra significativa pero insuficiente si se considera que el transporte aéreo en el reino escandinavo ha aumentado un 47% desde 1990. El cambio, señalan los medioambientalistas, sólo será significativo si es asumido por una minoría que viaja con elevada frecuencia: según las encuestas, el 20% de los viajeros acapara el 50% de los pasajes vendidos; el concepto 'jet set' sigue plenamente vigente más allá del 'photocall' y las revistas del corazón.
Las élites recurren a aeronaves privadas, pero la democratización de los vuelos es otro gigante al que resulta difícil retar. Las firmas 'low cost' o de precios reducidos han fomentado el acceso masivo a viajes domésticos e internacionales. «Falta conciencia sobre las repercusiones de estos hábitos de consumo», advierte Nuria Blázquez.
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Pero hay signos que ponen de relieve un cambio de actitud incluso en la Administración. Los vuelos internos en la Unión Europea serán gravados y Francia ha anunciado una ecotasa sobre los billetes aéreos que oscilará entre los 1,5 y 18 euros, y cuyos ingresos se invertirán en infraestructura para medios de transporte más ecológicos. La medida ha sido rechazada tanto por las aerolíneas como por los poderosos sindicatos de pilotos. Holanda también ha aplicado un canon de 7,5 euros por pasajero y aspira a implantarlo en todo el continente a través de los organismos comunitarios. «Hace falta un impuesto sobre el queroseno», propone Blázquez, que cree llegado el momento de poner fin a la condición privilegiada de que ha gozado, hasta la fecha, el sector aeronáutico.
Las transformaciones, a juicio de la especialista, deben comenzar por los apartados más pequeños y factibles, caso de los itinerarios de corto recorrido para los que exista una alternativa por tierra. Así, la supresión de la línea entre Amsterdam y Bruselas, de 45 minutos de duración, se halla en el punto de mira del partido ecologista GroenLinks, y la izquierda francesa también pretende eliminar la ruta París-Marsella. En España, el AVE ha desplazado al avión como transporte preferido en las conexiones de Madrid con Sevilla, Valencia o Barcelona, aunque todavía 2,3 millones de usuarios, casi el 39% del total de quienes viajan entre la capital y la Ciudad Condal, prefieren utilizar el puente aéreo.
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Las aerolíneas europeas temen que estas medidas les resten competitividad en un ámbito tan globalizado. «Creo que el problema les ha cogido de improviso y no saben cómo afrontarlo», opina la responsable de Ecologistas en Acción. La industria ya se ha puesto manos a la obra y Boeing y Airbus anuncian la aparición de nuevos modelos con una reducción del 25% del consumo energético y otros que superarán el 70% de ahorro. Pero no está claro si el cielo y la Tierra podrán esperar el aterrizaje de los denominados 'aviones verdes'.
La concienciación se antoja la herramienta más sencilla con la que reducir la huella climática impresa por el tráfico aéreo. «Hay muchos viajes innecesarios», apunta Blázquez. Ella propone la sustitución de reuniones de trabajo por videoconferencias, o la renuncia a los planes de fin semana en alguna ciudad europea, producto ampliamente ofrecido en las webs de reservas y que se ha convertido en todo un estándar del ocio lujoso. «¿Pasar dos días en París? Creo que sería más interesante llevar a cabo esas escapadas a lugares más cercanos y dedicar nuestras vacaciones más largas a ese tipo de viajes que requieren más tiempo en el desplazamiento».
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Los monstruos dejarán de atormentar el sentido estético de los venecianos. A partir del próximo mes de septiembre, los cruceros de más de 1.000 toneladas ya no podrán surcar el canal della Giudecca y arribar al puerto marítimo situado en las inmediaciones de la Plaza de San Marcos. El impacto sobre los cimientos de la frágil ciudad quedará mitigado, pero no el de estos enormes buques en los ecosistemas. Tan solo Carnival Corporation, el mayor operador mundial de cruceros, emitió en 2017 más del doble de dióxido de azufre que todo el parque automovilístico mundial, cifrado en unos 1.300 millones de vehículos, según la ONG Transport&Environment.
El fuelóleo pesado, el combustible utilizado en el transporte marítimo, es el responsable de una polución más o menos oculta, pero con repercusiones mucho más nocivas que la automovilística, puesto que produce altas concentraciones de metales pesados, hidrocarburos y azufre, con efectos cancerígenos.
El recurso al gas natural licuado (GNL) aparece como la principal solución para evitar esta enorme huella ecológica. La Organización Mundial Marítima (IMO) ha impuesto el año 2020 como horizonte para la sustitución del primer derivado por otros productos con menor contenido de azufre, pero la apuesta resulta compleja, ya que requiere transformaciones fundamentales que abarcan desde el diseño de los navíos a la infraestructura portuaria e, incluso, la capacitación de los navegantes.
Sin embargo, la propia entidad sectorial ha advertido de que los cambios son urgentes. Según sus cálculos, la evolución de la economía mundial dictará la progresión de la flota y, consiguientemente, de las emisiones de CO2 al espacio, con una tasa que puede aumentar desde el 50% al 250% en tan solo tres décadas.
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