SUSANA ZAMORA
Martes, 12 de noviembre 2019, 11:17
El precepto no es nuevo pero, aunque polémico y muy cuestionado, nadie había llamado a las puertas del Tribunal Constitucional para saber si se ajustaba a Derecho. Hasta ahora, en que el Alto tribunal ha dictado sentencia. En ella responde a una cuestión de inconstitucionalidad planteada por un Juzgado Social de Barcelona sobre el artículo 52 (apartado d) del Estatuto de los Trabajadores, que permite el despido objetivo (con indemnización de 20 días por año trabajado) si el empleado falta a su puesto el 20% de los días hábiles en un periodo de dos meses consecutivos, siempre que el total de faltas en los doce meses anteriores alcance el 5% de las jornadas hábiles, o el 25% en cuatro meses discontinuos. Y eso, aunque esas bajas estén justificadas y sean intermitentes. Según el cómputo del Estatuto y tomando 21 días como jornadas hábiles en un mes, las bajas durante dos meses consecutivos deberían ser como máximo de 8,6 días hábiles de un total de 42. A estas ausencias habría que añadir otras 11 jornadas en el último año, es decir, a partir de 20 días de bajas intermitentes y justificadas durante 14 meses estaría justificado el despido.
Publicidad
Un aviso a navegantes en un país donde el absentismo laboral alcanzó cifras históricas el pasado año y que en lo que va de este no deja de crecer: algo más de un millón de personas faltan de media cada día a su puesto de trabajo, 747.000 con baja médica y 267.000 sin justificación alguna. La tasa de absentismo -entendida como el porcentaje de horas no trabajadas (sin contar vacaciones, festivos ni horas perdidas debido a un Expediente Temporal de Regulación de Empleo, ERTE) respecto a la jornada pactada efectiva- se sitúa así en el 5,3%, un dato que supera por una décima el pico más alto registrado hasta el momento, que se produjo en 2009.
Sin embargo, la sentencia ha caído como un jarro de agua fría sobre los sindicatos que, desde que se aprobara en 2012, pelean por derogar una reforma laboral que endureció las condiciones del artículo en cuestión. Creen que con esta sentencia crecerá aún más el «miedo» de los asalariados del sector privado. «Muchos temen perder su trabajo por hacer uso de un derecho tan básico como coger una baja por enfermedad, aunque no sea de gravedad extrema. Hay trabajadores con dolencias que les obliga a ausentarse con más frecuencia, pero no por ello son peores en sus trabajos. Penalizarlos con un despido sería injusto», matiza Gonzalo Pino, secretario de Política Sindical de UGT.
En tal situación se vio la trabajadora que buscó amparo en el Constitucional, una teleoperadora que se ausentó de la oficina nueve días de cuarenta. En ocho de ellos, la ausencia estaba justificada por una incapacidad temporal, consecuencia de una «voluminosa hernia discal».
El juzgado barcelonés tenía dudas sobre si la norma podía vulnerar, en concreto, tres artículos de la Constitución: los derechos a la integridad física (art. 15), al trabajo (art. 35.1) y a la protección de la salud (art. 43.1), porque «establece una regulación del despido objetivo por causa de absentismo susceptible de condicionar el comportamiento de los trabajadores en perjuicio de sus derechos».
Publicidad
Los ocho magistrados que han apoyado la sentencia defienden que la ley española no vulnera el derecho a la integridad física, porque «despedir a un trabajador por superar un número de faltas de asistencia al trabajo intermitentes (justificadas o no), en un determinado periodo de tiempo, no comporta una actuación que pueda afectarle a su salud».
Antonio Torrecillas - Magistrado «El artículo 52d siempre ha estado ahí, pero se ha usado poco»
Valentín Bote - Randstad Research «Un mal ambiente de trabajo crea un clima 'proabsentista'»
Gonzalo Pino - UGT «Hay miedo a perder el trabajo por hacer uso de un derecho»
María Luisa Balaguer - Magistrada «Los intereses empresariales se han antepuesto a los derechos de los trabajadores»
Unai Sordo - CC OO «Identificaremos a las empresas que hagan uso de esta artimaña»
Confederación Empresarial «El fraude en el absentismo es un comportamiento desleal»
Asociación de Mutuas «Hay un escaso control de las bajas»
Salvador Márquez - Médico del Trabajo «El cuidado de los trabajadores no es una prioridad para las empresas»
Antonio Torrecillas, abogado y magistrado en excedencia, ahonda en el asunto y asegura que la integridad física «es algo más grave que una enfermedad que dura menos de 20 días. Por tanto, las propias excepciones que contempla el artículo 52d, referidas a enfermedades graves o de larga duración (accidente de trabajo, maternidad, riesgo durante el embarazo, enfermedad o accidente no laboral que conlleve más de 20 días de baja...) estarían excluyendo el ataque a la integridad física», aclara.
Publicidad
Recuerda el también socio-director del área laboral del despacho Martínez-Echevarría que tanto el derecho al trabajo como el de empresa (artículo 38) están en el mismo capítulo y al mismo nivel. «Sin embargo, ante la colisión de ambos, el Constitucional entiende que el derecho al trabajo no es ilimitado, no faculta a uno para permanecer atado toda la vida a la compañía y, por tanto, el legislador puede determinar las causas por las que ese derecho no sea absoluto y las que permiten la extinción del contrato». En su opinión, el análisis 'Pobrecito el trabajador que está enfermo y encima lo despiden' es una crítica fácil, porque una empresa puede ser productiva y el absentismo conlleva unos costes económicos y organizativos».
Asegura Torrecillas que, pese a ser un artículo que «siempre ha estado ahí», los empresarios han recurrido poco a él y descarta que ahora lo vayan a hacer masivamente. En parte, asegura, porque son muchas las sentencias del Tribunal Supremo donde queda patente la disparidad de criterio a la hora de hacer el cómputo de las bajas, tal y como detalla el artículo 52d.
Publicidad
Tal es la controversia que genera este punto del Estatuto de los Trabajadores que ni los propios magistrados del Constitucional han logrado ponerse de acuerdo en el fallo. Cuatro de ellos han mostrado su disconformidad con los razonamientos de la mayoría. Es el caso de la magistrada María Luisa Balaguer, que, en su voto particular, reitera su «posición discrepante» con la resolución, «dado que el legislador ha antepuesto los intereses empresariales a los derechos de los trabajadores». Expone que no cabe «encajar» en el artículo 38 cualquier decisión empresarial dirigida a controlar el absentismo laboral. «No puedo asumir que la libertad de empresa o la defensa de la productividad puedan ser antepuestas al derecho de la integridad física y moral (...), ya que empujaría a los trabajadores a prescindir de su salud para no faltar al trabajo. Podrían con ello producir graves consecuencias para la salud individual, aparte de generar serios riesgos para la salud pública». Destaca, por novedoso, que el precepto incurre en una «clara discriminación indirecta por razón de sexo». «Las mujeres sufren en mucha mayor medida que los hombres la carga de la doble jornada, laboral y familiar. Y esa situación repercute negativamente en su salud».
La polvareda que ha levantado el asunto tardará tiempo en disiparse después de que UGT y CC OO hayan anunciado que llevarán el caso ante Bruselas y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) por considerar la decisión «inhumana y despiadada». Ambas formaciones han criticado que la reforma laboral, que modificó el citado artículo 52d para que los índices de absentismo se computaran individualmente y no en relación al conjunto de la empresa, y motivó dos huelgas generales, solo ha servido para precarizar el empleo. «¿Se puede conducir enfermo un vehículo con material inflamable? ¿O acudir a la oficina con una gripe y contagiar a los demás trabajadores?», apunta Pepe Álvarez, secretario general de UGT.
Publicidad
Pese a que los expertos en derecho laboral no vaticinaban un aumento de despidos por absentismo a partir de esta sentencia, los sindicatos, que sí habían alertado del posible «efecto contagio», se han encontrado con que el tiempo les ha dado la razón. «Vamos a identificar a las empresas que usen esta artimaña para despedir a los trabajadores», advirtió Unai Sordo, secretario general de CC OO, tras conocer la sentencia. Solo unas horas después de hacer esa declaración el pasado martes, se conocía que el gigante de la atención telefónica Atento había despedido por absentismo ese mismo día a una trabajadora (presidenta del comité de empresa de su centro en Lérida) debido a 18 ausencias en dos meses consecutivos, todas ellas justificadas por baja médica.
Sin entrar a valorar la sentencia, fuentes de la CEOE han puntualizado a este periódico que hay que diferenciar entre absentismo justificado, «en el que todos tenemos que trabajar para que el empleado se recupere cuanto antes por su propia salud e intentar poner a disposición todos los recursos disponibles de las mutuas para facilitar esta mejora» y el fraude en el absentismo, «que es algo difícil de cuantificar, pero que hay que perseguir, al igual que la economía sumergida, pues supone un comportamiento desleal de unos trabajadores respecto a otros».
Noticia Patrocinada
51 son los días que, de media, estuvieron de baja los empleados públicos el pasado año, frente a los 35 que se ausentaron en la empresa privada. Los datos históricos revelan que la duración de la baja en el sector público es hoy 15,95 días mayor que en 2012, ejercicio en el que alcanzaba los 35,44 días de media. En el sector privado prácticamente es igual, al situarse en 2012 en 35,10 días de media, frente a los 35,25 de ahora. El absentismo en la Administración pública ha crecido a la vez que la economía: en años de bonanza, se registran más bajas.
Temporalidad Según distintos estudios, el absentismo suele ser menor en ocupaciones a tiempo parcial, en las que el trabajador dispone del resto de la jornada libre, y en empleos temporales, donde se esfuerza en cumplir con el horario y mostrar su mejor cara si aspira a un contrato indefinido.
365 días es el tiempo que puede prolongarse una baja. Una vez cumplido, el trabajador será citado por la Seguridad Social para una inspección. El médico puede prorrogarla 180 días más; firmar el alta o proponer al trabajador para que pase por el Equipo de Valoración de Incapacidad (EVI) de la Seguridad Social, conocido como Tribunal Médico, para que evalúe la solicitud de incapacidad. Puede ser parcial (podría seguir trabajando en su oficio); total (inhabilitado para su profesión, pero no para otra); absoluta; y gran invalidez.
Desde la Asociación de Mutuas de Accidentes de Trabajo (AMAT) alertan del «escaso control» que hay en los procesos de bajas (en 2018, hubo 5,2 millones por enfermedad común) y creen que si las mutuas colaboradoras con la Seguridad Social pudieran encargarse de emitir las altas médicas en las bajas de enfermedades comunes (ahora lo hace el médico de familia), «redundaría en una mayor eficacia». Aseguran que ocurriría lo mismo si pudieran prestar asistencia sanitaria y dar el alta, «al menos, en patologías traumatológicas». «Sería la mejor manera de reducir el absentismo estructural y aliviar de carga de los médicos de los Servicios Públicos», declaran.
Al contrario que las mutuas, Salvador Márquez, médico del trabajo con más de 30 años de experiencia, pone el acento en la prevención y el seguimiento de dolencias del trabajador por parte del médico de empresa. «El problema es que no todas tienen uno». Lamenta que el cuidado de los trabajadores siga sin ser una «prioridad» para las empresas, que pecan de una «visión cortoplacista». «Nuestra función no es controlar el absentismo, pero las presiones al médico de empresa para que el trabajador se incorpore cuanto antes existen», denuncia.
Publicidad
En 2018, el coste del absentismo laboral por una enfermedad común o accidente no laboral ascendió a 85.140 millones, según el VIII Informe Adecco sobre absentismo en España. Un fenómeno que no ha dejado de crecer en los últimos años, coincidiendo con la bonanza económica.
Para Valentín Bote, director de la consultora Randstad Research, tiene una explicación. «Al indagar, hemos visto que no es que la gente no enferme o no tenga accidentes cuando la economía va mal, es que en esas épocas las duraciones de una baja ante una misma patología son más cortas». A diferencia de las empresas privadas, en la Administración la duración de las bajas crecía al ritmo de la economía: de 35 días en 2012 a 51 en 2018.
Publicidad
Aunque resulta llamativo, tradicionalmente, los trabajadores faltan más en regiones como País Vasco, Asturias o Galicia, mientras que en Andalucía, Baleares y La Rioja es donde se registran las tasas de absentismo más bajas. ¿Motivo? «Cuando en una región pesa en su economía un sector con absentismo alto, la tasa se dispara. Pero si comparamos un mismo sector en distintas zonas, las diferencias no son tan altas», aclara.
Un mal ambiente de trabajo, falta de motivación o reiterados accidentes laborales suelen propiciar un clima proabsentismo. «Por eso, una mayor flexibilidad, reconocer al trabajador y hacerlo partícipe del proyecto común son medidas sin coste, pero muy rentables a medio plazo», zanja Bote.
Publicidad
Su dolencia no se ve, se sufre. Es invisible, pero hay que convivir con ella, y no siempre es fácil. Ni la sociedad ni el entorno laboral están a menudo preparados para relacionarse con estos pacientes, que tienen que lidiar con su dolor físico y, todavía peor, con juicios populares casi siempre desacertados. A Alicia Moncuerde (Villanueva de la Vera, 1965) le diagnosticaron fibromialgia hace dos décadas. Siete años antes había aprobado unas oposiciones y trabajaba en la Universidad de Málaga. Hoy, cuando ve cerca una incapacidad permanente, recuerda el largo tiempo sin levantar cabeza, acumulando una baja tras otra. «Me incorporo, pero a los dos días estoy igual. Voy tirando con los días de asuntos propios, festivos... Incluso he pedido permisos sin sueldo para recuperarme», relata. Siempre había padecido fuertes dolores de espalda, pero tiraba «como podía» para no faltar y llevar una vida «lo más normal posible». Pero el diagnóstico la hundió y la sumió en una depresión, que le mantuvo tres meses fuera de juego. Fue su primera baja de larga duración. Tras reincorporarse, las cosas no mejoraron demasiado. Se seguía sintiendo mal. «Lo peor era por las mañanas; porque no descansas bien y te levantas rígida..., tardas en recomponerte. Casi siempre llegaba tarde y eso empujó a mi jefe a pedir que me cambiaran por alguien más productivo. Lo hizo a mis espaldas y aquello me dolió. Por supuesto, no lo consentí. Esperé a que saliese un concurso para irme como yo realmente quería», recalca. En su nuevo puesto, encontró a compañeros que conocía y eso la animó. Le llevó a pensar que encontraría el apoyo que necesitaba. No fue exactamente así. «Casi nunca llegaba a mi hora y, además, no rendía como debía. Eso me hacía sentir muy mal, impotente y con un gran sentimiento de culpa, porque sabía que el trabajo que yo dejaba pendiente suponía una sobrecarga para mis compañeros». No todos estuvieron a la altura, y de algunos tuvo que aguantar comentarios hirientes, del tipo: «Qué rollo le habrá dicho al médico para que le haya dado otra vez la baja...». Ella se declara consciente de esta «endiablada situación». Sabe que tiene que volver a trabajar aunque no sea productiva y los colegas estén deseando que sus bajas sean prolongadas para que puedan sustituirla. «Pero obtener una incapacidad permanente no es tan fácil. A una semana de cumplir el año de baja, me llamó la Inspección y me dieron el alta. De haber sobrepasado los 365 días que marca la ley, me habría llamado la Seguridad Social y quizá me hubiera derivado a un tribunal médico para que estudiara una posible incapacidad permanente», confiesa. Pero no fue así, y ahora sigue tirando con bajas. «No puedes cogerte una por la misma dolencia hasta transcurridos seis meses, como si la fibromialgia se curase», se duele. Moncurde solo piensa en lo «terrorífica» que hubiera sido su vida de no haber sido funcionaria. «Una empresa privada no lo aguantaría; si yo he sentido miedo a que me muevan del puesto de trabajo, ¿qué no sentirán aquellos que pueden quedarse en calle? Es muy injusto», recalca.
Su primer revés laboral le llegó a los 20 años cuando, tras mes y medio de baja, le asignaron otro puesto de trabajo muy distinto al que desempeñaba. Maite Miravete (Barcelona, 1969) era recepcionista en una gran empresa de supermercados. Al reincorporarse, acabó «trabajando sola contando congelados». Le habían hecho un contrato de seis meses y todo iba bien hasta que la endometriosis que sufría (enfermedad producida cuando el tejido que recubre el útero crece fuera del mismo) la condujo al quirófano. Aquella baja no gustó a sus jefes y, tras moverla por distintos departamentos, decidieron no renovarle más. «Era el día de Reyes. Me acordaré siempre», apostilla. Esta experiencia fue solo el principio de una larga peregrinacion por distintas empresas, en donde intentaba cumplir pese a los fuertes dolores que padecía en el vientre y las hemorragias que le producía el trastorno. «De niña siempre me dolía la barriga, pero mis padres pensaban que fingía. Ningún médico dio realmente con lo que tenía hasta que, a los 20 años, un especialista dio con el diagnóstico. Me operaron, pero también me sentenciaron para siempre: no podría ser madre». Miravete decidió ir de frente en su siguiente oportunidad laboral. «Quería que fuesen conscientes de mi realidad, de que algún día al mes tendría que faltar porque las reglas se alargaban mucho, eran dolorosas y los sangrados, abundantes», detalla. Empezó a trabajar en una escuela de música para atender la recepción, y allí permaneció durante ocho años. Hace cinco, la despidieron. «Al principio todo era perfecto. Estaba cómoda y mi relación con la empresa y los padres de los alumnos era muy buena. Tanto es así que, a los tres años, me hicieron fija», rememora. Los problemas llegaron cuando, en la etapa final de su afección, las operaciones de endometrio se sucedían más a menudo. «Fueron seis intervenciones en cinco años y cada baja era de, al menos, tres meses». Entre tanto, tuvo tres accidentes de moto, «que también me mantuvieron 'aparcada' laboralmente». Al volver de su penúltima baja, encontró que su puesto estaba ocupado por otra persona. Las cosas habían cambiado: «Me trataban con una condescendecia insoportable. Estaba destrozada emocionalmente, pero aguanté porque era fija». Maite Miravete sabía que aquel calvario tenía los días contados. Era cuestión de tiempo y, estando de baja por su último percance de tráfico, le comunicaron que tenían que hacer «reajustes» en la empresa. Despedida. Le «dolió», pero entendió la decisión. «Cuando mis jefes repararon en que mis bajas eran reiteradas, vieron que no era rentable –admite–. Las empresas quieren personas sanas, que rindan y produzcan, pero también los enfermos debemos estar cuidados. Todos nuestros derechos se han ido al garete y no hay un buen sistema que nos atienda ni nos proteja». A los quince días de la rescisión del contrato, le diagnosticaron fibromialgia. Y, recientemente, fatiga crónica. Pese a todo, hace alarde de fuerza y no se resigna a quedarse en casa. «Espero volver a trabajar algún día», dice.
Aatravesó un «calvario» laboral, pero ahora encara el futuro con «optimismo». Antonia López (Gerona, 1972) abrió hace un año, junto a su cuñada, su propio negocio. Empieza a levantar cabeza después de la experiencia que vivió en la última empresa para la que trabajó; una importante cadena de panaderías, con trece tiendas repartidas por toda Gerona. Llegó a ella en plena crisis, en 2010, cuando los recortes pasaron factura en el centro médico en el que estaba empleada como administrativa y la despidieron. Fue su primer tropezón. En la panadería donde fue contratada después pudo refugiarse de la tormenta económica que asolaba España en aquellos momentos. Ocho años levantándose cada día a las cinco de la mañana para cumplir con una jornada de siete horas. Nunca faltó, ni siquiera cuando la empresa dejó de pagarle la nómina. Así los tres últimos años, antes de entrar en concurso de acreedores y liquidar la sociedad. Había deudas y los trabajadores «pagamos los platos rotos», dice. «Cuando preguntábamos qué ocurría, nos daban siempre largas. Primero, nos quitaron las pagas extras. Luego, nos recortaron los sueldos. Unos meses nos ingresaban 300 euros; otros, 200; a veces 500... Lo que querían y cuando querían. Era imposible vivir así. Aquello no daba para pagar la hipoteca y las facturas del mes, pero tenía miedo a que me despidiesen e irme sin nada después de lo que llevaba aguantando», relata. Se fue mermando la confianza y el ánimo de todos los empleados, que no encontraban motivación para acudir al trabajo. «Todo fue a peor cuando la empresa entró en concurso de acreedores. Nos hacían responsables de lo que estaba ocurriendo, el maltrato psicológico era continuo. La encargada que nos pusieron durante ese proceso nos decía que, cuando la empresa cerrase, no íbamos a encontrar ocupación en ningún sitio. Aquel ambiente era insoportable», confiesa. Antonia recuerda que el miedo a coger una baja se adueñó de la plantilla. Si alguno se veía especialmente forzado a tomarla, «volvía precipitadamente». Ella tuvo que ser intervenida de urgencia y se ausentó tres semanas. Lo justo para recuperarse. «Cuando lo comuniqué a la empresa, pusieron el grito en el cielo. Me advirtieron que me tomara lo menos posible. Iba a la mutua cada semana, pero surgieron complicaciones y entré en quirófano de nuevo. A los pocos días, la jefa me pidió ir a trabajar estando aún de baja. Tuve que pedir el alta voluntaria. Era eso o la calle», admite. Aquella «pesadilla» acabó en manos de un abogado y con una «mísera» indemnización del Fondo de Garantía Salarial (Fogasa), que ya se ha agotado. «De los 17.000 euros que me correspondían, solo recibí 5.000», se lamenta. Antonia López decidió reemprender la senda laboral por su cuenta y riesgo. Ha montado una panadería. «En aquellos momentos tan duros, no encontré amparo en la ley. El abogado nos recomendó que aguantásemos, pero ¿quién soporta tres años sin apenas cobrar? Estamos en manos de los empresarios; no tenemos derecho ni a enfermar», resume.
Carmen Cabello (Málaga, 1957) está que se sube por las paredes. Desde que en octubre le mandasen reposo absoluto, no sabe qué hacer para que las horas pasen más rápido y pueda volver a hacer vida normal. En sus 46 años de actividad laboral, 44 como funcionaria en un centro asistencial para discapacitados intelectuales perteneciente a la Diputación de Málaga, ni una sola baja prolongada... Hasta ahora. «La fama que tenemos los funcionarios de faltar al trabajo no va conmigo», subraya esta auxiliar clínica. Una mala caída durante su jornada laboral, que desarrollaba en turno de noche, rompió la buena racha. «Recuerdo que salía de una habitación de visitar a un interno cuando, de repente, me vi en el suelo. Resbalé con la funda de una almohada. Caí de nalgas y sentí un dolor terrible; soy incapaz de describirlo. Aún así, pensé que no había sido nada y que podría continuar con mi rutina cuando me recuperase del golpe». Aquel culetazo, al que Carmen restó importancia inicialmente, se tradujo pocas horas después en un mal pronóstico: dos vértebras rotas y 154 días de baja. Este accidente la mantiene apartada de su trabajo y la limita en su quehacer diario. «Tras el reposo absoluto, al menos ahora puedo empezar a andar con un corsé ortopédico», describe. En sus más de cuatro décadas dedicadas al cuidado de personas con discapacidad, haciendo turnos de noche, trabajando festivos y fines de semana, Cabello tan solo ha faltado en dos ocasiones a su puesto. «En una ocasión me operaron de la vesícula, y en la otra me tuvieron que intervenir de un neuroma de morton. Fueron, en total, unas tres semanas de baja. Salvo eso, jamás me he ausentado, y mucho menos injustificadamente», precisa. Cabello hace memoria y recuerda los días que ha acudido con fiebre e, incluso, con infecciones de orina «terribles» a desempeñar su labor en el centro asistencial. «Nadie me obligaba a hacerlo. Si no me daba de baja en aquellos momentos era porque, si faltaba, mi carga de trabajo recaía sobre los compañeros de mi turno. Yo le llamo ser responsable; otros, hacer el tonto». Sin pelos en la lengua, esta trabajadora admite que la mala fama que arrastran los funcionarios y los empleados públicos de tomarse bajas por dolencias sin importancia y estirarlas hasta no poder más tiene algo de verdad. «Quizá sea echarme piedras sobre mi propio tejado, pero es una realidad que está ahí –reconoce–. Con excepciones, por supuesto, pero no hay ese miedo que existe en la empresa privada a perder el puesto de trabajo». En su opinión, la reciente sentencia del Tribunal Constitucional dando la razón a una empresa que despidió a una trabajadora por presentar bajas reiteradas, aunque justificadas médicamente, «es injusta y crea un mal precedente». «Este tipo de normas, que en la Administración pública entran por un oído y salen por el otro, porque no les afecta, es precisamente aquí donde deberían aplicarse. Es donde más abusos se cometen y donde menos se persigue. No, no es justo», apostilla la auxiliar clínica.
Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El Diario Montañés
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.