De izquierda a derecha, el comandante Gutiérrez y los capitanes Celada, Bonet y Puchol, pilotos del 43 Grupo de Fuerzas Aéreas, conocidos como 'los corsarios'. Virginia Carrasco

El '43', los aviadores del Ejército que combaten los incendios forestales

Medio centenar de pilotos integran el 43 Grupo de Fuerzas Aéreas, la unidad de aviones anfibio que apaga los fuegos más virulentos en España. Maniobran en entornos hostiles con orografías complicadas, humo, viento, mala visibilidad y volando a baja altura

Sábado, 27 de julio 2024, 13:02

Tienen patente de corso hasta para lucir en el uniforme una calavera pirata que identifica al 43 Grupo de Fuerzas Aéreas. El emblema no gustó a los viejos generales del Ministerio de Defensa, reacios a asociar a uno de sus mejores escuadrones con un distintivo ... tan 'punki' e informal. Pero la Jolly Roger con casco se fue popularizando entre los pilotos del '43' –como es conocida la unidad apagafuegos del Ejército del Aire– y finalmente los jefazos del Estado Mayor tuvieron que admitir el escudo pirata que hoy exhiben con orgullo sus aviadores. Por eso, y por el peculiar fuselaje de sus aeronaves –que recuerda al casco de un barco–, reciben el apodo de 'corsarios', y ahí arriba también gozan de patente de corso porque su carta de operaciones les exime de restricciones a las que sí están sometidos otros colegas. Por ejemplo, sobrevolar núcleos poblados a baja altura si la situación así lo requiere o aterrizar en lugares imposibles.

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La base aérea de Torrejón de Ardoz es el cuartel general del '43'. Aquí se encuentra uno de los ocho destacamentos que la unidad tiene desplegados por todo el territorio nacional, listos para un despegue inmediato. Desde el 1 de junio y hasta el 31 de octubre, inicio y final de la campaña especial contra los incendios forestales, el 100% de su personal (140 hombres y mujeres, entre ellos 45 pilotos y 25 mecánicos de vuelo, todos militares) y casi toda su flota (10 aviones anfibios plenamente operativos y otros cuatro en revisión) se encuentran disponibles para atender cualquier misión de emergencia. Aunque se trata de una unidad de las Fuerzas Aéreas, es el Ministerio de Transición Ecológica (Miteco) el que dirige sus pasos a petición de las comunidades autónomas, que tienen las competencias en materia de lucha contra el fuego.

Las aeronaves del '43' son conocidas como 'botijos', y por su sencillez y funcionalidad responden a la perfección al mote. Por dentro están 'peladas' de todo lujo. Sin revestimientos, ni aislantes, ni embellecedores, todo tan rudimentario como un botijo, y con tuberías, cables y depósitos al aire para facilitar el acceso al mecánico de vuelo en caso de avería. «Todo lo que ayude a aligerar el peso mejor. Lo importante son los depósitos de agua», dice el brigada Ángel, uno de los mecánicos de esta unidad que ataca a baja altura los incendios más virulentos y agresivos jugándose el tipo en cada asalto.

Despliegue aéreo y ayuda a terceros países

10 Aeronaves operativas

Las diez aeronaves operativas del '43' están desplegadas en ocho destacamentos para cubrir todo el territorio nacional: Zaragoza, Pollensa (Mallorca), Santiago de Compostela, Salamanca, Málaga, Badajoz, Albacete y el cuartel general de Torrejón de Ardoz (Madrid). El año pasado, los pilotos actuaron sobre 240 incendios en la campaña forestal (del 1 de junio al 31 de octubre). En todo 2023 hicieron 2.433 descargas sobre 343 incendios. Además, dan apoyo a otros países en situación de emergencia. Esta misma semana dos aviones del '43' han participado en las labores de extinción de incendios forestales en la región de Yambol, en Bulgaria.

Los 'botijos' pueden almacenar en su panza 6.000 litros de agua, que cargan en embalses y en el mar, y descargan de golpe sobre las llamas. Llevan, además, otros dos tanques de 600 litros de una espuma que funciona como retardante ignífugo.

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Sus dimensiones, 30 metros de envergadura (del extremo de un ala a la otra) y 20 de largo convierten a estos aviones cisterna en los mayores de toda la flota aérea dedicada a la extinción de incendios.

A ras de fuego

Pero lo que realmente les distingue son las condiciones extremas bajo las que se desenvuelve un pilotaje considerado de alta tensión y que exige años de experiencia y preparación continua. «Volamos a muy baja altura y sobre una orografía que puede ser complicada porque hay embalses que están encajonados entre montañas. También lo hacemos en condiciones de baja visibilidad por la densidad del humo, con rachas de viento fuertes, turbulencias, altísimas temperaturas, y cantidad de aeronaves operando en la misma zona; hay que sortear tendidos eléctricos, y al cargar agua te puedes encontrar con embarcaciones, piraguas, surfistas o rocas que hay que esquivar... Por no hablar de las aves rapaces que pueden golpear el fuselaje», describe el capitán Ernesto Bonet, de 47 años, comandante de vuelo e instructor con 22 años de experiencia en el '43'.

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Bonet, natural de Segorbe (Castellón), es uno de los 'corsarios' de este escuadrón 'pirata' que se ha labrado fama por su pericia para llevar al límite los aparatos en arriesgadas maniobras a ras de fuego. Surcan los cielos con carta blanca bajo el lema '¡Apaga... y vámonos!' que llevan inscrito en el emblema oficial de la unidad, una bigotuda foquita con forma de avión que da nombre al indicativo del '43' en el Ejército: Foca. Hay otro lema oficioso, 'Donde pongo el ojo, mojo', que los mandos se cuidan mucho de verbalizar en público, pero muy popular entre los militares de la unidad (solo hay una piloto y siete mujeres mecánicos).

De arriba a abajo, un 'botijo' del '43' descarga sobre un incendio cercano a una vivienda los 6.000 litros de agua que lleva en sus tanques. Dos pilotos en la cabina de un avión CL-415, más moderno que sus 'hermanos', los Canadair 215, ambos modelos del '43'. Y la calavera con el casco, símbolo oficioso de los 'Corsarios'. Virginia Carrasco y Efe

A todos les une la pertenencia a un escuadrón que se bate el cobre y se expone a morir cada vez que despega. Quizá por eso, entre ellos se respira una complicidad y una camaradería muy de piel con piel que se percibe mejor una vez que las aeronaves regresan a tierra firme dejando el peligro atrás. «El reto es hacer un vuelo lo más seguro posible», dice el capitán Daniel Celada, madrileño de 31 años y piloto desde hace ocho. Cruza los dedos. El '43' lleva 21 años sin ningún accidente mortal, aunque los riesgos son más que evidentes como lo revela una placa dorada en el recibidor del cuartel con los nombres de los 15 fallecidos desde la creación del escuadrón en 1973.

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Esa obsesión por la seguridad pasa por los seis ojos que vuelan en el interior de la cabina de los 'botijos': dos pilotos (la comandancia y la toma de decisiones suele recaer en el de más experiencia) y un mecánico de vuelo que completan la exigua tripulación. «Las zonas de los incendios son un caos y seis ojos ven más que dos, lo que tiene su importancia porque son vuelos muy visuales», explica el comandante Eduardo Gutiérrez, 'Guti', madrileño de 48 años, a los mandos de un Canadair CL-215 de dos potentes motores turbohélice de 2.500 caballos e instrumental analógico, sin pilotaje automático ni radar meteorológico.

«Nuestros vuelos son muy artesanales, muy manuales, no se parecen en nada a los comerciales que están muy automatizados. En los pantanos no tenemos un controlador abajo que nos dé información del viento, y tampoco sabemos si en el mar vamos a tener oleaje. Eso implica experiencia y suplir las carencias echando años de instrucción y entrenamiento para sacar a un piloto de primera», detalla.

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«Ojos y manos»

Guti, en el '43' desde 2007 y bregado en mil incendios, define el modo de pilotaje como «volar por sensaciones», con ojo avizor, las manos sintiendo la fuerza del «cuerno», como se conoce el 'volante' de la aeronave, y el cuerpo sacudido por las maniobras de carga y descarga de agua. En su caso, tiene el récord de haber cargado 82 veces en el mar para sofocar un incendio en Mallorca. «Aquello fue una locura, lo normal es que sean de 20 a 30 por jornada», explica.

Bonet, por su parte, lo describe como un pilotaje «muy visceral, que sientes en tus manos y en tu cuerpo» y que genera cansancio mental y desgaste físico. «Cuando te bajas del avión estás hecho polvo». Y cuenta que entre el humo, el viento, el tendido eléctrico, las aves rapaces, los helicópteros y otras aeronaves que actúan sobre el fuego... sacan sus coordenadas mentales («conciencia situacional», lo llama) para analizar cómo aproximarse al fuego y realizar la descarga con efectividad. «Y cuando sueltas el agua», prosigue el capitán, «el avión tira para arriba y tienes que controlarlo, equilibrarlo y dirigirlo hacia donde tú quieres».

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De arriba a abajo: Dos mecánicos de vuelo ultiman los preparativos antes del despegue en el interior del avión, despojado de cualquier elemento superfluo. Panel con el instrumental de vuelo de uno de los aviones del '43'. Y ranuras situadas en la panza de la aeronave por donde entra el agua a los depósitos en el momento de la carga: seis mil litros en doce segundos. Virginia Carrasco

Más complicada puede resultar la maniobra de carga, en la que los pilotos sujetan con fuerza los mandos mientras vencen la resistencia del agua para llenar sus cisternas: seis toneladas en doce segundos. Esos 6.000 litros entran en los tanques a través de dos ranuras retráctiles desplegadas mientras el aparato se desliza por la superficie del mar, del lago o del embalse a 120 kilómetros por hora. Para la carga es necesario recorrer una distancia equivalente a cuatro campos de fútbol. Los del '43' se ríen del mito del buceador hallado en un bosque arrasado por las llamas. Conocen la historia por una serie de TV, pero es «pura ficción». Por las rendijas no cabe ni un mejillón. Y puestos a elegir prefieren 'surfear' la tranquila lámina de un pantano a dar trompicones sobre las olas del mar. Y si está muy brava, cargan en las aguas confinadas de los puertos… con mucho ojo «porque como te pases te estrellas contra un muro de hormigón».

Los 'corsarios' solo pueden volar desde que sale el sol hasta el ocaso. Nunca lo hacen de noche al guiarse por lo que ven. Vuelan un máximo de nueve horas al día en tandas de cuatro horas y media para poder repostar combustible (5.200 litros).

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Pero como apunta el capitán Bonet, puedes estar cuatro horas en un incendio, tres en otro y otras dos en un tercero. «Yo he empezado el día extinguiendo un fuego en el Valle del Jerte, luego he seguido en Lérida y he terminado la jornada en Navarra», enumera. Por eso durante los cinco meses que dura la campaña contra incendios, los pilotos viven con una mochila de tres días preparada para salir literalmente volando. «Siempre la tengo lista con muda y ropa para cambiarme y cosas de aseo. Lo mínimo para pasar unos días fuera porque es normal que te llamen o te envíen un mensaje de guasap diciendo 'prepárate que en dos horas sales para Canarias'».

Esa vida errante durante casi medio año puede pasar factura a la estabilidad de la pareja. «En el mundo de la aviación los divorcios no son extraños. Yo tengo dos hijos y mi mujer es enfermera y podemos sobrellevarlo gracias a que tenemos cerca a los abuelos, pero esto no siempre es así porque en el ejército todo el mundo es de fuera», se sincera Bonet. Y los salarios (entre 2.000 y 2.500 euros) tiemblan ante los sueldos de sus colegas de Iberia. Y aún así para nada están 'quemados'. Les enorgullece su trabajo y se sienten muy reconocidos por los ciudadanos. «Apagar incendios es muy agradecido y te llena de orgullo porque notas que tu trabajo llega a la gente. Pero el incendio lo apagamos junto con las brigadas de tierra. Nosotros estamos en el aire y todo el mundo nos ve, pero sin los compañeros de tierra no somos nada», apostilla el comandante Guti, haciendo gala de la pasta solidaria que gastan estos corsarios caídos del cielo.

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Dos integrantes del '43' en la cabina de un avión, en cuya punta, a la izquierda, se aprecia la agarradera para amarrar el aparato en caso de que necesiten fondear o atracar el anfibio en un puerto. Virginia Carrasco

Los únicos aviones con cabo, ancla y bichero

A diferencia de los hidroaviones, los aviones anfibios del '43' pueden despegar desde el agua y desde tierra. Los aparatos resultan fácilmente reconocibles por su característico color amarillo y su curioso fuselaje, similar al casco de un navío. Los conocen como 'botijos' o 'panzones' por su inconfundible silueta, y son los únicos aviones de las Fuerzas Armadas con la particularidad de disponer de un cabo bien visible en el morro exterior de la cabina. Además llevan en su interior un ancla y un bichero que la tripulación emplea en caso de que necesiten fondear en mar abierto o en un pantano o atracar el avión-navío en un puerto.

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