INÉS GALLASTEGUI
Martes, 18 de diciembre 2018, 12:45
Convertir el agua en vino, como dicen que hizo Jesucristo en las bodas de Caná, no está mal, pero no deja de ser un acto fútil para garantizar el éxito de una fiesta. Transformar el aire en agua, eso sí que tiene mérito. Y lo ha hecho, sin magia ni fe, solo a base de ciencia, Enrique Veiga, 'padre' de un generador que capta la humedad de la atmósfera y la condensa en un líquido apto para beber. Sin contaminación ni desechos. Sin bombas ni conducciones. A sus 79 años, este ingeniero gallego afincado en Sevilla ya ha llevado su invento a los rincones más sedientos de un planeta en el que 800 millones de personas no tienen acceso al agua potable y mil niños mueren deshidratados cada día. Y el cambio climático empeora el pronóstico. «En zonas inhóspitas y alejadas, en desiertos, esta máquina es el futuro. Creo que habrá una en cada casa. Hacemos llover», resume.
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Enrique Veiga (Vigo, 1939) estudió perito industrial en su ciudad y se especializó en Francia como ingeniero de frío. Trabajó en Galicia, Noruega y Canadá hasta que, en 1965, su empresa le confió el montaje a orillas del Guadalquivir de un muelle para la descarga de pescado congelado que en unos años convirtió a Sevilla en el segundo puerto de España -por detrás del vigués- en este comercio. «Y ya me quedé», recuerda Enrique, que medio siglo después conserva intacto su acento gallego. Cuando aquel negocio languideció, construyó algunos de los mayores frigoríficos industriales de Andalucía, primero por cuenta ajena y después con su propia compañía. Junto a sus hijos, fundó en 2004 Aquaer Generators, en la localidad hispalense de El Viso del Alcor.
En 1992 comenzó en España una terrible sequía que, además de arruinar el campo, obligó a imponer severas restricciones en el consumo doméstico. Alguien retó a Enrique a encontrar una solución y él aplicó sus conocimientos en el sector a la creación de su ingenio: un generador capaz de captar el vapor del aire y convertirlo en líquido. La base tecnológica parece sencilla: se trata de enfriar el aire hasta su punto de rocío, la temperatura a la que se convierte en gotas de agua, como ocurre cada madrugada en la naturaleza.
Al principio la máquina fue más una curiosidad para los vecinos que otra cosa, pero cuando en 1996 la lluvia regresó a Sevilla, este ingeniero tomó conciencia de que en muchos lugares del mundo las poblaciones agonizan esperando en vano las precipitaciones, así que se planteó un reto más ambicioso: lograr la condensación en lugares muy calurosos y secos. El resultado fue una máquina inteligente, alimentada por el sol, capaz de adaptarse a las condiciones más adversas y gastar solo la energía estrictamente necesaria y reutilizar hasta un 60% de la consumida. El récord lo tienen en la ciudad iraní de Ahvaz, en pleno desierto, donde su generador produce 15.000 litros diarios de agua en un ambiente extremadamente árido, con temperaturas de hasta 53,7ºC -récord mundial histórico en 2017- y una humedad relativa del 8%.
Como resultado de la evaporación de los mares, el aire que nos rodea está preñado de agua, aunque no la veamos. «En la atmósfera hay seis veces más cantidad que en todos los ríos del planeta», recuerda. Solo hay que cambiar su estado, de gaseoso a líquido. Lo que sale por el grifo es agua limpia, fresca, a unos 5 grados, lista para beber, sin necesidad de tratamiento. «Imitamos el ciclo natural, la condensación y la precipitación, y el resultado es como el agua de la lluvia», resume.
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Aquaer ha llevado sus fuentes artificiales a los rincones más inhóspitos del planeta, del sur de África al Cono Sur americano y de Oriente Medio a Australia. Lo hace de la mano de ONG, gobiernos y empresas privadas. El éxito le ha pillado un poco por sorpresa y sus veinte trabajadores no dan abasto para atender los pedidos que llegan de cuatro continentes, por lo que la firma sevillana ha solicitado ayudas públicas y está en contacto con inversores privados para emprender una ampliación de sus instalaciones. También baraja establecer una factoría de ensamblaje en Oriente Medio.
Hasta el momento, la compañía ha vendido unas 60 máquinas de diferentes tamaños con precios que oscilan entre 10.000 y 275.000 euros. Se adaptan a las circunstancias y a las necesidades del cliente. Las hay domésticas, capaces de producir los 50 litros de agua al día que precisa una familia para beber y cocinar, pero las más demandadas son las de 150, 500 y 15.000 litros diarios. En Namibia instalaron una pequeña, portátil, en un asentamiento de bosquimanos nómadas. En la fábrica de azúcar de Estehard (Irán) está en pruebas la más grande, que va insertada en un contenedor marítimo de 40 pies para facilitar el transporte. El objeto es abastecer a los trabajadores, en sustitución del agua embotellada, más cara.
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Dependiendo de la potencia, se alimentan de la energía producida por placas solares o por grupos electrógenos. En Oriente Medio, recuerda Juan Veiga, hijo de Enrique y responsable comercial de la empresa, esto no es un problema: «Hay lugares donde el agua es más cara que el combustible».
Al inventor le encanta viajar con sus máquinas. «La gente ve salir el agua y no se lo cree. Algunos están familiarizados con la red de abastecimiento y buscan las tuberías, pero otros no saben lo que es el agua corriente y les parece un milagro. Encima sale fresca, muy rica. Les entusiasma», afirma Enrique, quien recuerda que hay mucha población en zonas desérticas, inaccesibles para camiones cisterna, donde la gente se ve obligada a caminar durante horas para calmar la sed en un pozo lleno de barro.
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La sed del mundo Según la ONU, son necesarios 15 litros de agua por persona y día para beber y cocinar. En España gastamos 50 litros per cápita, mientras en un campo de refugiados apenas llegan a 2 ó 3.
2.100 millones de personas, un 30% de la población mundial, carecen de acceso a agua potable en el hogar, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). De ellas, 263 millones tienen que emplear más de treinta minutos para buscar agua y 159 millones beben agua no tratada de arroyos o lagos. Mil niños menores de 5 años mueren cada día a causa de la diarrea producida por enfermedades que se transmiten a través del agua contaminada, como el cólera, la disentería, la hepatitis A y la fiebre tifoidea.
7 gramos de agua por metro cúbico de aire se pueden obtener con un generador Aquaer en un ambiente caluroso y seco (45ºC y 10% HR) en el que el punto de rocío se encuentra a 8º. Es decir, es necesario bajar 37º la temperatura del agua. En un clima tropical (30ºC y 80% HR) se puede condensar hasta 24 gramos por metro cúbico de aire. A mayor sequedad, mayor es el reto. «Aún no hemos encontrado un sitio donde la máquina no funcione», presume Enrique Veiga. Solo en los polos el aire está completamente seco.
Algunos proyectos son especialmente emocionantes porque están destinados a poblaciones que, además de sed, sufren hambre, persecución o guerra: en las próximas semanas, Aquaer llevará la máquina de la lluvia a dos campos de refugiados sirios en Trípoli (Líbano) y Amán (Jordania), gracias al apoyo económico de dos ONG.
«Cuando llegas a un lugar a poner en funcionamiento un generador, hablas con la gente y te metes mucho en su problema -revela Juan Veiga-. Hay cierta tensión al ponerlo en marcha. Al minuto empiezan a salir las primeras gotas y se quedan alucinados. Los niños se ríen. Es muy bonito. A mí, que lo veo todos los días, todavía me impresiona».
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Cuando Enrique Veiga patentó su primera máquina en los noventa, no existía nada parecido. Cuando registró en 2011 un modelo más evolucionado, había otros trece ingenios con el mismo fin, pero ninguno con su tecnología. «Algunos me han copiado, pero sus generadores no funcionan en climas extremos», presume el ingeniero, premiado por el Club de Inventores y creador, además, del cilindro de merluza congelada, un ladrillo de aislamiento acústico y un autogenerador de energía. La Administración, lamenta, no ayuda porque no se toma en serio el talento español, solo el que viene de fuera: «Te toman por chalado».
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