La hermandad de la Virgen Blanca volvió a despertar la pasión de una multitud que contempló su salida –este año sí– desde la parroquia de El Salvador, y la procesión por las calles más céntricas de Caravaca de la Curz. El Cristo del Silencio inundó ... de solemnidad el recorrido por el casco histórico en una noche iluminada por los faroles de los penitentes y el redoble de un único tambor que va marcando el paso del trono.
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Al terminar los oficios, mientras los caravaqueños recorrían las estaciones rezando ante los monumentos preparados para albergar el Santísimo Sacramento, en el interior de la parroquia de El Salvador la hermandad de la Virgen Blanca se preparaba para su procesión. La imagen de María Santísima de la Vera Cruz, Santa Madre de Amargura y Esperanza, procesionó bajo su palio con sus doce varales, colocada sobre sus andas de plata, tras una nube de cirios y con decenas de rosarios colgados en sus manos. Junto a los anderos, un numerosísimo grupo de manolas, también se dieron cita para acompañar a la Virgen; en lugar de cirios, llevaban una rosa blanca.
Unas horas después, el bullicio daría paso al sosiego, la algarabía al silencio, y la emoción a la solemnidad. A las doce de la noche se apagaban las luces a la vez que el bronco sonido de un tambor redoblaba en el interior del templo. Alumbrados por la luz de los cirios y con el recogimiento como estandarte, la imagen del Cristo de los Voluntarios, salía a las calles de Caravaca para presidir la Procesión del Silencio.
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