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El Domingo de Ramos no se entendería sin el pueblo hebreo, el multitudinario grupo del Paso Blanco que representa la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y que es el germen de la Semana Santa lorquina y de su puesta en escena tal y como se conoce hoy. La bendición de las palmas y del Monumento al Pueblo Hebreo en su nueva ubicación, en la calle Paso Blanco, abrió la jornada en la cofradía. Las calles se llenaron desde primera hora de la mañana de blancos ataviados con las coloristas y vistosas túnicas de este grupo bíblico, a la usanza de hace 2.000 años, en un primaveral día de fiesta para participar en una puesta en escena que se repite desde hace 167 años.
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Este grupo no solo es el más numeroso de la Semana Santa de Lorca, sino también el más antiguo, ya que procesionó por primera vez en 1855. Muchos de los figurantes aprovecharon el barbecho impuesto por la pandemia y en este período han confeccionado trajes que estrenaron ayer. Otros muchos debutaron por primera vez en el cortejo y se vio a familias enteras y a grupos de amigos sumarse a la procesión de la entrada triunfal de Jesús portando palmas y ramas de olivo, en un momento de celebración y júbilo que inunda la carrera, que ayer volvió a estar prácticamente llena con sus diez mil sillas ocupadas por espectadores en la tribuna oficial.
Entre la ruidosa multitud hebrea se abrió paso por la arena de la carrera la figura de Jesús en su burrita, acompañado de sus fieles discípulos que entonaron la letra del himno del pueblo hebreo 'Dios de Israel', todo un clásico sonoro de la Semana Santa lorquina.
La historia del pueblo de Israel también estuvo representada por la caballería de las tribus. El rey Salomón desfiló sobre una biga y lució su manto verde rematado por una greca compuesta por bordados de personajes de su corte y un medallón central que reproduce al monarca tal y como sale en la procesión. Tras la caballería de las mujeres del rey David hizo su aparición la suntuosa carroza de estilo egipcio de la reina de Saba, de 15 metros de largo, arrastrada por esclavos abisinios. La escoltó su caballería en la que destaca la icónica 'capeta del negro'. Los caballos son todos de color negro y los jinetes hicieron un alarde de doma de alta escuela con 'levantadas' al unísono ante un público entregado. A continuación procesionaron los carros de la princesa Naamah y del faraón Siamón, éste de estreno.
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Los demonios a lomos de caballos negros precedieron la carroza del Anticristo, que junto a los cuatro jinetes del Apocalipsis, el hambre, la peste, la guerra y la muerte, con sus inquietantes caracterizaciones volvieron a sobrecoger a los espectadores.
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No faltó en la procesión blanca la espectacularidad de los enganches de caballos y la frenética carrera que protagonizaron los emperadores Octavio, Teodosio, Licinio, Constantino y Majencio que arrastraron con maestría cuatro cuadrigas y una siga por la carrera de Juan Carlos I.
El colofón al cortejo blanco fue la imagen de San Juan, patrono de la cofradía, cuyo trono ha sido restaurado para aumentar sus dimensiones y su altura con una nueva crestería para un mayor lucimiento.
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