Cuando en el verano de 2008, en una entrevista dominical en el diario LA VERDAD, el maestro de periodistas Juan Ignacio de Ibarra le preguntó a Damián de qué había vivido en todos estos años, este le contestó con una retahíla de oficios. Le confesó entonces que inauguró con el director de Galerías Preciados, Guillermo Astilleros, el Club Social; que trabajó con José Plaza en El Corte Inglés; que hizo un curso de hostelería y que sacó el número uno, título que le entregó el entonces gobernador civil, Enrique Oltra Moltó; que se marchó de maitre a Menorca, al hotel Cala Galdana, un complejo que tenía 600 camas. Y que inauguró el hotel La Fuensanta, cuando el entonces presidente del Real Murcia, José Moreno Jiménez, lo tomó en nombre del club para que se concentraran allí los jugadores.
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José Damián García Ródenas, eterno colaborador del club grana durante más de medio siglo, ha fallecido este viernes en Murcia, a los 87 años de edad, y la noticia nos ha hecho revivir a muchos los años felices que pasamos en la vieja Condomina, cuando nos iniciábamos en el mundo radiofónico, retransmitiendo partidos o cubriendo entrenamientos. Allí estaba siempre Damián, eficaz y solícito, solventando cualquier contrariedad con la habilidad de un resuelto prestidigitador. En varias ocasiones ayudó a más de un colegiado a salvar el pellejo, tras un arbitraje polémico, sacándolo por la trasera del campo y en dirección hacia la plaza de toros. En previsión de que pincharan las ruedas de algún vehículo, siempre tenía a mano un amigo mecánico para solventar el incidente y que esto no se viese reflejado en el acta arbitral. Recordaba Damián que uno de estos árbitros solía pedir un cubata al acabar los partidos; era su forma de reponerse. Y otro, una cerveza. Y un tercero, un zumo de naranja. Menudo contraste.
Aunque muchos siempre creíamos que estaba en nómina, Damián reveló que nunca fue empleado del Real Murcia desde que, siendo un chaval, y bajo la presidencia de Manuel Guillén, en la década de los cincuenta del siglo pasado, apareciera por vez primera en La Condomina pidiendo una oportunidad, como un maletilla. Él se hacía llamar colaborador, pero era evidente que era mucho más: respetado por todos, directivos, jugadores y periodistas porque era alguien que tenía mando en plaza.
Marsal y Guina fueron, para él, los mejores futbolistas que vistieron la camiseta del Murcia en su historia. Joseíto y Eusebio Ríos, los mejores entrenadores foráneos que conoció en el banquillo grana. Y Vicente Carlos Campillo, Felipe Mesones y José Víctor Rodríguez, entre los de casa. Sintió especialmente dos fallecimientos en sus muchos años en la entidad: el del capellán del club, César García Gomaríz, y el del médico Salvador Ripoll. Los ascensos siempre fueron su mejor recuerdo. En uno de ellos, hizo la promesa de subir andando al Santuario de la Virgen de la Fuensanta y la cumplió. Lloró amargamente en las derrotas y, sobre todo, en los descensos.
Damián vivió colaborando en empresas de diversos presidentes y directivos granas, haciendo de todo: de camarero hasta guía turístico. Uno de ellos lo despidió del club y, acto seguido, rectificó: «Lo siento; me he equivocado», le dijo mucho antes de que lo hiciera el emérito. Fue un conseguidor nato, amigo de hacer favores, por lo que deja una legión de amigos. Su funeral tendrá lugar este sábado, a las 11.30 horas, en el Tanatorio de Jesús, en Espinardo.
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