Una escena de 'Lo que el viento se llevó', retirada por HBO por la imagen que da de los negros. LV

Vuelve el Código Hayes

Unas cuantas sugerencias para limpiar por fin la historia del cine de infamias que, sin duda, nos están corrompiendo siguiendo un absurdo criterio

Viernes, 12 de junio 2020, 02:21

Como seguimos sin estrenos, aunque cada día estamos más cerca de acabar con esta pesadilla, hoy os voy a contar una historia. Érase una vez en los primeros años del cine, y en un lugar llamado Hollywood, donde las escenas tórridas, las relaciones extramatrimoniales y las historias con aristas estaban a la orden del día. Pero claro, demasiado sexo en las películas pervierte a la sociedad (la violencia al parecer no), y se decidió poner remedio.

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Así que los atemorizados productores de Hollywood, para evitar la censura, crearon el Código Hayes que, literalmente, decía lo que podía o no podía salir en una película para ser moralmente recomendable (de ahí vienen esas extrañas camas separadas de los matrimonios en las películas de la época). Desde 1934 hasta 1967 esa forma de autocensura deformó la imagen de la sociedad, mintió sobre el mundo que quería reflejar.

Ahora nos encontramos en una ola de neopuritanismo y corrección política llevada al extremo que me recuerda a eso. Por nobles y justos motivos (el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones), se están condenando obras culturales e ilustres personajes que no fueron suficientemente previsores para pensar como nosotros hace cincuenta años o cinco siglos.

Todo esto lo digo por la absurda y cobarde decisión de HBO de retirar 'Lo que el viento se llevó' (1939) de su catálogo, por la imagen que da de los negros. Sin entrar en otras valoraciones, eso es como quitar de El Prado 'Las Meninas' de Velázquez por exaltar la monarquía absoluta o el 'Saturno devorando a sus hijos' de Goya por gloriar el infanticidio.

Si me uno a esa ola, tengo unas cuantas sugerencias para limpiar por fin la historia del cine de infamias que, sin duda, nos están corrompiendo siguiendo ese absurdo criterio. Empiezo por la evidente apropiación cultural de la primera película sonora, 'El cantor de jazz' (1927), con un blanco haciendo de negro. Sigo, por poner bien a los secesionistas, con la obra maestra de Buster Keaton 'El maquinista de la General'. Las siguientes son los impresionantes documentales 'Olimpia' (1938) y 'El triunfo de la voluntad' (1934), auténticas odas al nazismo. A continuación podría ir, por exaltar la instauración de una dictadura comunista, 'El acorazado Potemkin'. Y, por qué no, esa apología del mayor genocida del siglo XIX, 'Napoleón' (1927) de Abel Gance.

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Sigo dando ideas a los nuevos Savonarolas. Es vergonzoso que aún no se hayan prohibido 'El nacimiento de una nación' (1915), 'Murieron con las botas puestas' (1941) y '55 días en Pekín' (1963) por racistas. O 'Historias de Filadelfia' (1940) por machista, 'Tempestad sobre Washington' (1962) por homófoba, 'Zulú' (1964) por imperialista, 'El hombre tranquilo' (1952) por heteropatriarcal, 'El Padrino' (1972) por perpetuar estereotipos contra los italoamericanos, 'El guateque' (1968) por reírse de un indio, y 'La escopeta nacional' (1978) por hacer burla de minusválidos y pobres.

Entendida la ironía, espero que no me hagan caso. Si empezamos a prohibir películas, estamos a un tris de empezar a quemar libros. A esa hoguera tendría que ir toda la literatura picaresca española, empezando por el Lazarillo y sus referencias al negro que le da miedo. Luego Kipling y sus odas al Imperio Británico. Sin olvidar a Gabriel García Márquez por apoyar a Castro, Neruda por haberle hecho poemas al asesino Stalin, o uno de los grandes filósofos del siglo pasado, Heidegger, por flirtear intelectualmente con Hitler.

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No sólo se trata del absurdo de juzgar con nuestra mentalidad actual el pasado. No sólo se trata de que quizás dentro de treinta años hagan eso con nosotros. Es, sobre todo, que hay que disociar al artista de su obra. Aunque nos repugnen las ideas de un cineasta (o un cantante) su obra artística es válida. Celebremos vivir en un mundo que ha superado esas ideas, sin amputarnos nuestra historia. Dejemos el cine en paz, por favor.

Que tengáis una semana, sin cines, de cine.

Rosa María Sardá. Javier Cebollada

Títulos de crédito

Rosa María Sardá ha muerto. Mis lectores más jóvenes la conocerán como la matrona independentista de 'Ocho apellidos catalanes' (2015), lo mejor de aquella comedia a la que le faltaba un horneado. Para los más mayores será la presentadora de «Ahí te quiero ver», donde la descubrimos (y a Honorato), haciendo una mezcla del «Show de Carol Burnett» y Lina Morgan.

Era, en el mejor sentido de la palabra, comediante. Destacó en sus papeles para Berlanga en 'Moros y Cristianos' (1987), para Almodóvar en 'Todo sobre mi madre' (1999) y para Trueba en 'La niña de tus ojos' (1998). Ganó dos Goya, fue la mejor anfitriona de esa gala, triunfó en el teatro y se convirtió en una secundaría de lujo, de las que te levantan una película y roba escenas a los protagonistas. Nos hizo felices haciéndonos sonreír.

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