En el día de la Virgen del Carmen, el título del principal estreno parece un titular a cinco columnas tras la crisis de gobierno: 'La purga: infinita'. Pero no hay que asustarse, que luego nos reconciliamos con las novedades con un poco de amor en una comedia irlandesa.
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'La purga: infinita' (parece el nombre de una novela del Nobel Saramago) les dará un subidón que ni el cupón de verano de la ONCE a los seguidores de esta saga, que ya va por su quinta entrega. La premisa a la que da vueltas toda la serie es que en un Estados Unidos distópico, una noche al año todo crimen se consiente, por aquello de purificar a la sociedad dando rienda suelta a su violencia de forma acotada.
La última empieza cuando las otras acaban, justo cuando concluye esa noche de Walpurgis. Resulta que en un rancho, aunque haya salido el sol, una especie de secta a lo Mad Max decide que quiere alargar la anarquía un poquito más (como esos amigos que no saben acabar la fiesta y marranean la noche). La película está llena de la violencia y el terror que se espera, y aunque la novedad haya quedado muy atrás, el resultado sigue siendo como si las riendas de la sociedad se le entregaran por doce horas a los protagonistas de la hiperviolenta e hipersexualizada 'La naranja mecánica' (1971). La crítica la ha masacrado (con razón), pero al otro lado del charco las taquillas le han sido favorables.
¿Alguno me ha hecho caso y ha ido a ver la reciente 'En un barrio de Nueva York'? Os recuerdo que era un musical latino con toque de Romeo y Julieta. Bueno, pues ahora nos llega 'Una canción irlandesa' que es como aquella pero con pelirrojos, tierras verdes, cielos grises y aún más miel en el guion.
Aquí lo etnográfico se cumple sacando a relucir la lista de tópicos gaélicos, el amor imposible lo interpretan la cada vez mejor Emily Blunt y el soso de Jamie Dornan, Christopher Walken hace de cascarrabias padre, y los espectaculares paisajes verdes son el decorado perfecto para una historia bastante inane. La música también acompaña la cinta, que sólo logra despertarnos aún más nostalgia de la Irlanda rural que se goza en la obra maestra de Ford 'El hombre tranquilo' (1952). El gran lastre es su excesiva teatralidad (es una adaptación) que la hace un tanto impostada. Ahora bien, como anuncio turístico de «Visit Ireland» funciona perfectamente.
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Para los peques de la casa también llega una película, 'Peter Rabbit 2: a la fuga'. Las aventuras de este conejo, algo gamberro pero bonachón, lograron cautivar a suficiente gente con su primera parte (grave error) para que les haya resultado rentable perpetrar una segunda. En la de hoy el bípedo peludo se echa un amigo no muy aconsejable que le meterá en problemas.
Como siempre digo, la animación familiar no tiene que ser sinónimo de estulticia (fijémonos en Pixar), ni tiene que ser resultado del menor común denominador de la inteligencia. Entiendo que quieran que la pillen hasta los ingleses borrachos de Magaluf, pero a veces se pasan. Sale uno del cine convencido de que el mejor destino de ese conejo es un buen arroz. Terminaría su sufrimiento y, sobre todo, el nuestro.
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La semana pasada se estrenó 'Miss Marx', una extraña cinta que relata las andanzas de la hija de Karl Marx, que le salió revolucionaria y feminista, pero en modo práctico.
No es solo únicamente recomendable para los que no llaman dictadura a Cuba, sino también para los que les gusten las mezclas de sabores, porque lo que aparenta ser un canónico biopic de época, con corsés y miriñaques, una dialéctica entre su miserable vida privada y su estruendosa vida pública, en realidad se sazona con música punk e interpelaciones al espectador a lo 'Modern Family', que te deja un sabor a una macedonia sin sentido.
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El cine es seguro. Que tengamos una semana de cine.
Lo peor de la semana: un nuevo cambio en el Ministerio de Cultura. Con cuatro ministros en tres años es imposible hacer una política cultural coherente. Algún día nuestros políticos tendrán que descubrir que el Ministerio de Cultura no es la «maría» del Consejo de Ministros.
Lo mejor de la semana: las excelentes crónicas de mi admirado Carlos Boyero desde el Festival de Cine de Cannes. Siempre se agradece una sonrisa, y no tomarse demasiado en serio todo esto del cine.
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