Javier Ruibal: «Las purezas no conducen a nada bueno»

«Digamos que me defendí de la depresión generalizada circundante con trabajo y concentración. Y es cierto que me ha cundido y me ha mantenido ocupado». Palabras de Javier Ruibal (Puerto de Santa María, Cádiz, 1955), uno de esos músicos y autores veteranos de carrera poco menos que intachable que juegan en la liga de la credibilidad.

Y es que, ciertamente, lo de este 2020 no ha dejado de ser extraño en su caso, pero también fructífero: por fin le fue entregado el Premio Nacional de Cultura, obtenido en 2017, ha sido merecedor de un Goya a la mejor canción por 'Intemperie', para el filme del mismo título de Benito Zambrano, pero además ha visto publicado su libro de poemas 'Coraza de barro' y más recientemente el disco-libro 'Ruibal', el mismo que ayer presentó en Cartagena y esta noche lo hará en El Palmar (Murcia).

Ecléctico en su discurso sonoro, en el que suele haber espacio para las raíces flamencas, el jazz o los aires magrebíes, al gaditano se le ha tildado como músico de frontera. No le parece mal. «Bueno, me parece un poco aclaratorio, al ser gaditano soy de un lugar que está mirando a África, que tuvo mucho que ver con América Latina y con el Caribe, que a su vez tiene mucho que ver con el Mediterráneo y con nuestra cultura propia peninsular y con la vieja cultura europea. Soy fronterizo y por tanto ecléctico, hijo de mil sangres y de mil raleas y eso, en lugar de ser un hándicap, que supuestamente podría desdibujar mi personalidad y la de mis paisanos, al contrario creo que nos personifica bastante. Hay algo mucho más virtuoso en eso que en las purezas, que ya sabemos que no conducen a nada bueno», confiesa Ruibal a LA VERDAD.

Treinta y cinco años de carrera avalan a este músico y autor heterodoxo que no duda en mantener un discurso en el que no falta el contenido social, pero más allá de su merecido crédito, lo que respalda a Javier Ruibal por encima de todo es un presente a su mejor altura.