La irresistible épica de Interpol

Todavía recuerdo con bastante claridad la primera vez que escuché 'Turn on the bright lights', la obra maestra con la que debutó Interpol a comienzos de un siglo XXI que sumaba con este disco uno de sus primeros y más contundentes pilares de rock.

Aquellas once canciones eran una descarga de electricidad que no cedía espacio alguno al respiro, que destruía expectativas a golpe de voces penetrantes, baterías como estampidas de caballos que escalaban montañas a toda velocidad, guitarras que cortaban la respiración y una capacidad melódica que asombraba por su madurez y perspicacia. Un clásico prácticamente instantáneo que sitúo a la banda estadounidense en un merecido foco de interés dentro de un panorama musical que acogió este tremendo aluvión sonoro con los brazos abiertos y las piernas temblando de pura excitación.

Sin embargo, como ocurre casi siempre con las cartas de presentación que deslumbran de forma especialmente cegadora, Interpol empezó muy pronto a enfrentarse a su propio listón y a las (perezosas) comparaciones. Por suerte, el grupo no se dejó intimidar por las sombras proyectadas desde todos los rincones de su estreno y, a lo largo de una carrera que supera ya los veinte años de duración, no ha dejado de publicar estupendos discos, logrando el sobresaliente en 'Antics' y 'Our love to admire', piezas que completan su particular trilogía dorada.

En lo que respecta a su última entrega, hay que destacar la solvencia absoluta de 'The other side of make-believe', magnífico disco donde nos reencontramos con la mejor versión de Interpol en más de una década. Un estado de inspiración que hace todavía más atractiva la visita del grupo a Murcia en el que es uno de los conciertos más importantes que ha acogido la ciudad en los últimos años.

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