Eduardo Polonio: «Lo que me interesa de la caverna es el laberinto»

Dividido en dos partes, el concierto se abrirá con 'La metáfora del tiempo', sobre un vídeo del reputado Santiago Torralba y su peculiar visión de lo efímero y el desasosiego de los espacios abandonados. Quince minutos más tarde comenzará el segundo movimiento, 'Lábrys', que a su vez se divide en cinco partes siempre bajo el manto de una oscuridad ambiental absoluta: 'Mito', un recitado del mito de la caverna de Platón a través de una voz robótica susurrada y difícilmente inteligible; 'Lábrys', la irrupción del hacha de doble filo que cortará bruscamente el apartado anterior; 'Luz', o el atisbamiento del elemento luminoso en la parte alta de la caverna; 'Zigurat', una asociación a la caverna a través de estas construcciones de origen sumerio y asirio; y, como cierre, 'Desesperanza': la cárcel, la imposibilidad de alcanzar la liberación a pesar del hacha que rompe las cadenas. Todo ello, insisto, desde una oscuridad total que permita al oyente involucrarse con la propuesta artística en su máxima expresión.

Eduardo Polonio (Madrid, 1941), todo un icono del denominado arte sonoro y de la música electroacústica y experimental, de la música seriada con base en la repetición, explica su interés en 'La alegoría de la caverna' de Platón, una de las más célebres de la historia de la filosofía. «La idea de componer una obra electroacústica sobre ese tema me llevó inmediatamente a asociar el renombrado mito con otro no menos famoso: el del minotauro y el laberinto que lo acompaña. Desde la entrada del palacio de Cnosos, presidida por el signo del toro, se desciende al reino del secreto, de la purificación y el redescubrimiento de uno mismo y de la libertad».

Paradójicamente, se trata del recorrido contrario al descrito por el propio Platón en su universo de las ideas, si bien, como el propio Polonio indica «en ese ahondar nos topamos con el símbolo amenazador de la lábrys, el arma que mata a la Bestia, el hacha de doble filo, que simboliza la justicia». No obstante, «no es eso lo que más me interesó, sino el concepto del laberinto: todas las definiciones del mismo inciden acerca de la facilidad de entrar y la dificultad de salir. Es por tanto lugar potencialmente peligroso, con toro o sin él, con hacha o sin ella», apunta el músico e investigador madrileño.

La propuesta que se puede experimentar en la SONM, por tanto, se advierte tan atractiva como enigmática. ¿Un laberinto sonoro del que será complicado encontrar la salida? «No exactamente. La etimología de laberinto viene de 'labra': caverna con abundantes galerías y pasadizos. Estos orificios pueden ser de entrada –si son hacia arriba– o de salida –si son hacia abajo–, y a aquel que por desventura entre por una salida le será difícil volver a ver la luz del sol o de las estrellas. Las ocho cajas acústicas de la instalación octofónica son, desde luego, salidas. Salidas del flujo sonoro. Pero también son entradas. Entradas a un universo mágico, rizomático, laberíntico. Un lugar de fácil acceso, pero del cual quizá sea difícil salir».

Una propuesta diferente a lo acostumbrado, otro modo de entender el poder del sonido.