La visita a Los jardines de Ojós trae a mi memoria las tardes largas de la Universidad o los aperitivos de estudiante en La Higuera de Molina de Segura donde nos conformábamos con patatas fritas y aceitunas para acompañar los litros. Me recuerda a un centro municipal, a la Casa de la Cultura o a la cantina de un centro de la tercera edad. Pero es mucho mejor.
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Una mujer de mediana edad sale vestida de cocinera para invitarme a pasar a la terraza. Un cielo azul intenso, la huerta al frente y un concierto de rock acústico con el volumen dos puntos por encima de la media me reciben nada más poner un pie al aire libre. Un par de gatos merodean por las mesas esperando ablandarnos el corazón a mí y a una pareja de franco-portuguesas que parecen estar de visita de larga estancia por la zona.
El suelo está un poco sucio del viento del día anterior y, para sorpresa mía, la cocinera es quien limpia la mesa y recoge los restos de un cliente anterior mientras me pregunta por la bebida.
Los litros de Estrella de Levante salen medio grado más que el punto de congelación. Perfectos. La carta, la propia cocinera me indica las especialidades que me recomienda de la zona. «El zarangollo es diferente al de Murcia, lo hago con calabaza», me dice. También me indica que además de la carne, dispone de pescado a la brasa y yo, que no me resisto a comer pescado a la brasa en medio de la huerta de Ojós, acepto la lubina que le queda aunque va a tardar un poco más de lo previsto.
El bacalao encebollado ya muestra la buena mano que hay en la cocina. La cebolla caramelizada y el punto del pescado es de una gran calidad, así como la licencia de añadir un poco de pimiento verde que además de un punto más, da un toque de color.
Efectivamente, el zarangollo no se parece al de Murcia, al normal, en nada. En este caso se usa calabaza muy pochada, con muchas partes hechas puré y no detecto rastro de cebolla ni, lo que me sorprende mucho más, de huevo. Pero da igual; el zarangollo de Ojós está muy bueno y es un plato muy recomendable.
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Los caballitos vienen con un poquito de miel de caña por encima, casi imperceptible. De masa crujiente y buen calibre de gamba, sin rastro de aceite y de olores turbios.
Para terminar, me empujo el filete de secreto más grueso que he probado nunca, perfectamente cocinado en las brasas, a su punto perfecto y con el calor en el interior, como debe de ser. Y para rematar, la prometida lubina a la brasa. En este caso la cocinera la ha abierto en libro para asarla, quizás dándole un poco de más el fuego directo, aunque el resultado es bastante correcto. Ambos platos con unas patatas panaderas, con cebolla y pimiento rojo, muy bien pochadas.
Termino con una tarta de la abuela a la que le falta la última capa porque «me quedé sin chocolate cuando la estaba haciendo», según confiesa la propia cocinera y un buen pan de calatrava. Pero sobre todo me quedo con la sensación de estar ante una de tantas mujeres que han dedicado su vida a la hostelería haciendo de comer francamente bien y que nunca serán reconocidas por el gran público. Mujeres que si tuvieran un poco de ayuda en sus locales, como el caso de la cocinera/camarera/limpiadora de Los jardines de Ojós, harían sitios de referencia a 25 kilómetros a la redonda, ya que el entorno lo tienen y el conocimiento en la cocina le sobra, pero que hacen más de lo que pueden con los medios que tienen. Y yo agradecido.
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