La filosofía infalible de crear y caminar en libertad

La hoja de ruta de Manolo García ha estado siempre perfilada con la tinta de la libertad. Hacer lo que la inspiración marque, sin más presión que la autoimpuesta, escuchando lo que narra el aire, aprendiendo de las huellas, respetando al papel en blanco como si de un lienzo se tratara y manteniendo intacta la identidad propia, codiciada virtud en tiempos de reiteraciones, cifras y juegos de ambición.

La última demostración de esta férrea convicción de la música como regocijo sin ataduras la encontramos en 'Mi vida en Marte' y 'Desatinos desplumados', doble álbum que se puede disfrutar tanto por separado como a través de la búsqueda activa de vasos comunicantes entre sus canciones. Casi una treintena de temas donde el artista despliega su particularísimo estilo con una naturalidad nada forzada, transmitiendo en todo momento la sensación de encontrarse en un lugar que conoce al dedillo y en el que todavía quedan tesoros melódicos por descubrir. Un auténtico festín para su público incondicional, el mismo que acude en masa a unos conciertos que se viven en permanente estado de ebullición y donde el barcelonés se entrega sin excepción en cuerpo, alma y garganta, equilibrando la balanza entre su célebre pasado y su incombustible presente con las mismas dosis de sensibilidad que de energía.

De esta forma, alternando piezas de sus últimos trabajos con hitos de su repertorio como 'Insurrección', 'Aviones plateados', 'Nunca el tiempo es perdido', 'Un alma de papel' o 'Pájaros de barro', todavía hoy su mejor tema, Manolo García convierte sus directos en una experiencia que funciona como viaje en el tiempo y colección de postales musicales donde resguardarse ante la llegada del otoño.

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