La alegre y constante transformación de Antílopez

Miguel Ángel Márquez y José Félix López crecieron entre chascarrillos, dibujos, aires de carnaval, rumbas de rompe y baila, caleidoscopios de brisa marina y refugios contra el vendaval. A su alrededor, Isla Cristina, uno de los muchos paraísos de Huelva, acogía estos primeros destellos de creatividad entre su irresistible combinación de acera y sal, avenidas y olas, agua y cristal. El tiempo pasó, hay cosas que nunca cambian y el ímpetu de las agujas del reloj es una de las más firmes en este sentido, y el dúo artístico continuó evolucionando entre versos libres, sentido del humor de eficacia contrastada, abrazos a (casi) cualquier género musical que apareciera por su puerta y una química con demostrada capacidad para ir mucho más allá de escenarios, estudios, grabaciones, defensas, prejuicios y nubarrones, tanto propios como ajenos.

Desde entonces hasta hoy, si son muchos o pocos los calendarios gastados por el camino dependerá exclusivamente de las urgencias y parsimonia de cada cual, la pareja ha firmado una serie de discos repletos de personalidad, diversión, sensibilidad y descaro entre los que destaca su quinta y última entrega hasta la fecha: 'Mutar fama'. Y es que, a lo largo de estas once canciones mimetizadas con el acierto, los onubenses unifican referencias tan dispares como Silvio Rodríguez, Sabina, Kiko Veneno, Juan Luis Guerra, Los Delinqüentes y el pop rock nacional más representativo de la actualidad hasta dar forma a un estupendo trabajo que se mantiene decidido en un estado de alegre transformación. Incluso cuando la sorpresa no es del todo positiva, como ocurre con ese extraño e innecesario epílogo titulado 'Apoyo Mix', la sensación es la de estar ante una propuesta refrescante por lo imprevisible, deslumbrante por la versatilidad, hermosísima en temas como 'La primavera', la joya de la corona, y, sobre todo, disfrutable hasta la adicción. De esta forma, Antílopez parecen haber terminado de crear un particularísimo universo artístico en el que todo puede pasar, plenamente dispuesto para el disfrute colectivo y tan cuidadoso en los detalles minúsculos, es decir, aquellos que terminan marcando la diferencia, como en el despliegue de la grandilocuencia cotidiana, es decir, aquella que nos mira directamente a los ojos.