Se suceden los problemas de naturaleza desconocida relacionados con la salud comunitaria. En las últimas semanas ha aparecido en este horizonte alarmante una nueva entidad. Se trata de una hepatitis que afecta a niños, con un considerable número de enfermos, en lo que expertos insinúan ... se trataría de la punta del iceberg. La alarma surgió a principios de año en el Reino Unido, describiéndose desde entonces en otros países, entre ellos España. Su causa es, por el momento, desconocida, centradas las investigaciones en los sospechosos habituales: tóxicos o infecciones. La causa más probable sería en este caso un virus con afinidad para lesionar el hígado. Si bien las sospechas iniciales la relacionaron con las vacunas del coronavirus, pronto se descartó esta opción, al tratarse de niños que no habían recibido la vacuna. En esta presunción de tratar de conectarla como una consecuencia derivada de la actual pandemia, se ha especulado que podría deberse a que los niños afectados tendrían un déficit en sus defensas inmunitarias. Consecuencia esta de haber estado privados de los contactos con virus infecciosos digamos habituales durante el confinamiento, por lo que no habrían desarrollado anticuerpos defensivos imprescindibles para superar sin problemas la infección. Se trata de hipótesis por confirmar, apuntando a que el virus infeccioso sea un adenovirus, presente en la mayoría de los sueros analizados. Un virus corriente, habitual que no suele causar problemas graves, si bien en esta teoría pandémica esbozada se podría haber coordinado con algún factor favorecedor, como responsables de estas hepatitis infantiles.

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El hecho de inflamaciones hepáticas en niños no es raro, aunque sí lo es en las actuales proporciones dados los avances en las últimas décadas gracias a las vacunas frente a las hepatitis habituales. La mayoría de implicados por esta nueva y rara hepatitis por el momento se recuperan bien, aunque algunos han revestido mayor gravedad y necesitado un trasplante hepático. Estamos ante un nuevo reto que estimula el conocimiento para esclarecer un misterio desconocido. Se parte desde premisas muy similares, dado que las manifestaciones clínicas en poco difieren en cuanto a los signos y síntomas de la inflamación. Hasta no hace tanto conocidas popularmente por nuestros pagos por sus llamativas manifestaciones clínicas, como el color amarillo de la piel y las conjuntivas oculares o la orina 'color de coñac', aparte de otros síntomas más o menos presentes como febrícula, astenia, cansancio, inapetencia, náuseas y vómitos ocasionales. Una sabiduría popular ahora perdida cuando hasta hace pocas décadas eran frecuentes las hepatitis A, ligadas a pobres condiciones higiénicas. O la hepatitis B, de estrecha relación con las transfusiones de sangre. O, como dato anecdótico, por inyecciones contaminadas al utilizar las antiguas jeringas de vidrio sin estar correctamente esterilizadas y desinfectadas. Dos tipos de hepatitis, ahora por fortuna casi desaparecidas gracias a la vacunación universal, salvo casos concretos esporádicos, gracias a que con el descubrimiento del virus causante se pudieron crear las correspondientes vacunas. Una defensa contra las infecciones que nos suena a moderno y actual.

Para denominar a esta inusual hepatitis infantil se emplea una terminología sin compromiso al señalar que no es ni A mayúscula ni el resto de virus bautizados hasta la letra E. Descartados con los oportunos análisis sanguíneos los virus responsables de los procesos habituales designados con letras mayúsculas que, por el momento, van desde la A hasta la E. Diferentes entre sí, más que por sus manifestaciones clínicas floridas, bastante similares, por las distintas vías a través de las cuales se adquiere la infección.

La alarma surgió en el Reino Unido y se describió luego en otros países, entre ellos España

Es un reto fascinante conocer la causa responsable. En el caso de las hepatitis conocidas su origen infeccioso era un misterio hasta mediados del pasado siglo. En el caso de la popular hepatitis B, gracias a las inquietudes de un investigador, Baruch Blumberg, dedicado a recolectar sueros de pacientes en distintos países en un periplo que le llevó hasta los mares del Sur. En ese entorno comprobó la presencia de una partícula en el suero de un aborigen australiano, el virus B, también denominado en honor del afectado antígeno Australia. De ahí a la vacuna que evita la inflamación del hígado, un paso sensacional. Otro hito importante de la investigación reciente sucedió con el aislamiento del virus de la hepatitis C. Designada durante años como hepatitis no A ni B, responsable de una inflación silente en muchas ocasiones, y que tras denodados esfuerzos se demostró su naturaleza infecciosa, haciendo posible una terapéutica eficaz para la curación de tantos afectados.

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Sin respiro para la ciencia, de nuevo estimulada para afrontar los continuados retos para la salud humana. Confiados con los ejemplos citados en encontrar las causas de las enfermedades y su remedio.

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