Honestamente, no me parecen alarmantes las medidas más discutidas del aún proyecto de ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y ... para la garantía de los derechos de las personas LGTBI (como queda patente, los nombres claros y concisos son siempre los mejores). La idea general de la igualdad, como principio, puede ser casi universalmente compartida. Y, aunque el diablo esté en los finales -que demasiadas veces ignoran o hasta contravienen los principios-, las cuestiones que tanto han indignado, en cuanto a la autodeterminación por mera declaración (sin necesidad de informe médico) y la afectación de los menores, tampoco me parecen tan preocupantes como se han querido pintar.

Publicidad

Siempre es importante atender y cuidar el libre desarrollo de los menores en etapas de natural incertidumbre y persistentes consecuencias en sus vidas. Pero me da la impresión de que se ha querido vender que la ley implicará la mutilación genital de cualquier niño al que, descuidado o enfadado, un día le dé por pedir a los Reyes Magos convertirse en transexual. Y no es así. La ley no facilita las medidas quirúrgicas, ni siquiera las médicas en sentido amplio, sino la constancia documental del sexo en los documentos públicos. Principalmente, en esto, regula lo que va a constar en el Registro civil. Eso, al margen de lo que represente, son letras. Letras que, además, se pueden borrar (rectificar). Habrá a quien le parezca eso mal, perfecto. Pero no es lo mismo equipararlo, como se ha dado a entender, con programar cirugías de reasignación sexual para todos los niños de 12 años de edad.

Es verdad que la ley solo prohíbe tal cirugía de forma absoluta para menores de 12 años, y parece permitirla a partir de esa edad. Pero lo hace en sede de intersexualidad (hermafroditismo). Además, esta ley (proyectada) no deroga ni cambia el Código Penal, que por lo tanto sigue castigando, en su art. 156, la cirugía transexual realizada por un facultativo cuando el otorgante del consentimiento sea un menor de edad o sus representantes legales (es decir, en cualquier caso).

La ley tampoco dota de una libertad incondicionada e irrestricta a todos los menores para que corran a ir trastocando como un juego sus identidades sexuales. Solo pueden hacerlo por sí mismos los mayores de 16 años (edad que se entiende suficiente como para hacer a alguien responsable de sus decisiones e ir a 'prisión' en consecuencia hasta 10 años, más otros cinco de libertad vigilada -si los entendemos 'mayores' a las duras, lo habrán de ser también a las maduras-). Los de menor edad necesitarán asistencia de sus padres o autorización judicial, dependiendo de edades y casos.

Publicidad

En cuanto a los mayores de edad, no entiendo tampoco la honda preocupación que pueda causar el que libremente se decida cambiar en el Registro Civil la identidad sexual. No veo el daño social que puede provocar. Yo, desde luego, no me siento ni violentado ni afrentado, ni veo que peligren mis derechos ni, tampoco, que me vayan a obligar a cambiarme a mí de sexo porque otros tengan esa libertad.

Se ha apuntado el peligro de que, oportunistamente, para aprovecharse de subvenciones, ayudas o medidas de discriminación positiva en general, se acuda al Registro para cambiarse de sexo. No descarto que pueda llegar a pasar, como no soy capaz de descartar casi ningún extremo en los actos humanos. Pero sí me atrevo a pensar que es el ejemplo fácil de la excepción poco significativa. ¿De verdad imaginan ustedes manadas de Antonios corriendo a llamarse Antonias para obtener alguna ventaja marginal? ¿Creen que el maltratador promedio va a ir alegremente a rectificar su identificación sexual haciéndose llamar mujer para esquivar las penas por violencia machista? Hipótesis posibles, anecdóticas, que poco tienen que ver con un verdadero y acuciante peligro social.

Publicidad

Hasta aquí podrían pensar que me parece que es una buena ley. No es el caso. Me parece que, en estos aspectos tan comentados, no es el peligro del que demasiados advierten. Me parece, también, que es bueno facilitar un alivio para la intolerable presión que sigue pudiendo implicar hoy ser una persona transexual. Pero entiendo que otras medidas son entre innecesarias y contraproducentes, además de algunas claramente perniciosas. En un nivel técnico, la norma me resulta terrible, aún peor de a lo que nos vienen acostumbrando. Y, además, aún quedaría por tratar la cuestión del paradigma el sexo biológico frente al jurídico, así como de los roles de género. Pero para explicar todas esas cuestiones necesitaría dos o tres artículos más.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Primer mes por 1€

Publicidad