Espero que la III Guerra Mundial acabe pronto porque, de otro modo, se acabará antes mi hígado. Hay noches en casa que ceno con vodka ucraniano, en los famosos vasos afacetados 'vintage' de 250 mililitros diseñados en 1942 por orden de Stalin, y que se ... convirtieron en el vaso soviético unificado por excelencia (en cuya composición entra el tóxico plomo). Lo hago para sentirme cerca de los que ahora sufren en Europa, ya que no sé disparar. Volveré puede incluso que al agua mineral cuando se declare la paz, aunque sea postnuclear. El vodka no es para terminar una cena, sino para mantenerla, como la palabra dada.
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El vodka estuvo a punto de acabarse como bebedizo respetable cuando las modelos de alta costura descubrieron que no dejaba aliento y podían echarse un calichazo para salir a la pasarela ya más relajadas, sin que las descubriese el modisto. Si algún 'pero' tengo que ponerle al vodka es ese. El aliento a haber bebido es como el perfume: tiene que notarse la excelente calidad, esta vez desde dentro. Si el aliento no huele a nada, a nubes, a compresas sin usar, no vamos a ningún sitio serio. Sin embargo, desde la invasión de Ucrania el vodka está de moda otra vez en occidente, tras caer un poco el 'hype' de los gin tonics, que con tanta 'herboristería' fueron algo casi despreciable. En esto del vodka hay que irse a la fuente original para aprender la manera de beberlo, y no hacer caso de los angloparlantes. Unos señores, por muy elegantes que sean, que fabrican una cosa que llaman 'Jerez' en Inglaterra no pueden dar lecciones al respecto.
Un escritor del Soho londinense, Jeffrey Bernard, cuyos libros aparecen anunciados en Amazon como 'del difunto Jeffrey Bernard' –no sé a quién se le habrá ocurrido la gracia, tal vez al propio difunto–, decidió que en vez de con diálisis iba a matarse a base de vodkas con soda y limón, y así fue. Lo que lo mató fue tal vez tanta soda y ese limón del que los ingleses abusan más que los murcianos. Cuando el actor irlandés sir Richard Harris iba a su hotel de Nueva York el barman lo recibía, para hacer boca, con media docena de vodkas dobles con hielo. Tanto hielo tuvo por fuerza que acabar con él. El vodka hay que beberlo solo y a temperatura ambiente, siempre que el ambiente esté a menos veinticinco grados, es decir, disponer de un buen permafrost a mano y apoyar la botella en el suelo, para que suban las raíces del frío. Si no tenemos tierra congelada desde hace millones de años en casa, al menos tengámosla en mente, en honor de los que están defendiendo Europa. El vaso debe ser el staliniano, antiguo (adquirido por internet, como yo mismo he hecho, en alguna pequeña tienda de Odesa que aún no ha quedado destruida), de tamaño medio y boca ancha, para que el amplio trago llene las fauces y no caiga directamente en la garganta. Si no huele el aliento hay que volver a empezar, hasta que lo haga.
Va por ustedes.
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