Los desastrosos resultados obtenidos por PP y Cs en las elecciones catalanas del domingo pasado, en los que conjuntamente no llegaron ni al 7% de ... los votos y perdieron un millón y cuarto de apoyos desde 2017, plantean un futuro complicado para ambas formaciones también fuera de Cataluña. Es cierto que esta región lleva muchos años sin ser propicia para los populares, pero el resultado del domingo es el peor que hayan tenido nunca allí desde las generales de 1979. Además, la sombra de la corrupción pasada no les abandona y los aspavientos desesperados de Casado para huir de ella no ayudan a consolidar su liderazgo ni hacia adentro ni hacia afuera del partido.
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En cuanto a Cs, que además de haber nacido en esa comunidad autónoma fue el partido más votado en las anteriores elecciones de 2017, está en caída libre desde que desaprovechó sus excelentes resultados en las generales de abril de 2019 y perdió su imagen de partido centrado capaz de forzar reformas necesarias pactando a izquierda y derecha. A la debilidad creciente de estos dos partidos se suma, además, el persistente crecimiento de Vox que ha vuelto a derrotarlos claramente en Cataluña después de haberlo hecho en la Región de Murcia en las generales de noviembre de 2019. ¿Cómo afectará este proceso de recomposición y cambio en el espacio de centro derecha a unas futuras elecciones autonómicas en nuestra Región dentro de dos años?
Difícil saberlo a estas alturas. No obstante, hay una serie de factores a cuya evolución cabe prestar atención porque seguramente acabarán condicionando lo que ocurra en ese momento. Uno de estos factores tiene que ver con la espiral de polarización política que sigue acentuándose en España. En principio, la profunda crisis económica que acompaña a la pandemia que nos azota y que tenderá a hacerse aún más aguda en estos años hasta las elecciones, junto con el secesionismo catalán que no cesa y el cuestionamiento constante de los símbolos de nuestro régimen constitucional, como la figura del Rey, por parte de los dirigentes de Unidas Podemos y de los grupos separatistas, seguirán alimentando esta espiral y la apuesta de cada vez más españoles por opciones radicales. Además, y en clave regional, la pésima gestión del desastre ambiental del Mar Menor tanto por el Gobierno central como por el murciano y la consecuente incapacidad para encontrar una solución razonable que tenga en cuenta los intereses de todos los sectores afectados y evite una nómina de claros perdedores, darán también una buena baza a Vox, así como la que le proporciona el abandono de aquellos sectores productivos que, como la hostelería y el comercio, están siendo especialmente castigados por la estrategia de gestión de la pandemia sin que reciban una compensación suficientemente justa por los sacrificios a los que se les obliga.
En definitiva, hay toda una serie de vectores que nutren una situación especialmente favorable para el crecimiento de Vox en la Región, aunque tal resultado no esté garantizado de antemano. En efecto, este partido sigue teniendo graves problemas de consolidación organizativa y de liderazgo que son más visibles en las elecciones locales y autonómicas que en las generales. Pero es que, además, y más importante, la polarización actual que alimenta a las opciones más extremistas es muy diferente de la que empujó a la caída de las democracias en los años 30 del siglo pasado. En aquel entonces los totalitarismos de izquierda y de derecha constituían verdaderos órdenes sociales alternativos al democrático que sedujeron a muchos europeos y despoblaron los espacios moderados y liberales. Lo paradójico de la polarización actual es que no obedece a una fragmentación de la sociedad, sino que es resultado de las estrategias de movilización de algunos partidos y están teniendo éxito en una sociedad en la que la mayoría de los ciudadanos sigue situada en posiciones centradas y moderadas.
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La vida en el centro continúa existiendo, aunque la incapacidad de PP y Cs para construir una oferta suficientemente atractiva y creíble que pase por una defensa inequívoca de la Constitución de 1978, pero que también se tome en serio la solución de las debilidades que son evidentes desde hace años (reforzamiento de la separación de poderes, despolitización y modernización de la administración pública, perfeccionamiento del sistema autonómico, etc.), plantea el desafío y la urgencia de superar el juego estratégico miope y de vuelo bajo para recuperar la credibilidad con la que ilusionar a todos esos ciudadanos moderados que hoy se sienten huérfanos de representación.
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