No he tirado ninguna piedra en Davos, tampoco las tiré en Seattle ni en Praga. Los cristales que caen en pedazos de sus escaparates hieren la credibilidad de otra idea de progreso. De que eso sea así ya se encargan los dueños de los telediarios.

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Quienes se enfrentan contra la globalización con la piedra de David (es mentira que golpeara jamás el rostro de Goliat), salvan su vida en una transformación de la energía. Convierten la rabia, la impotencia, la inexistencia de caminos, en una explosión liberadora contra 'lo establecido'. Probablemente no tengan alternativas, pero tienen vida. Saben lo que saben y no es poco; aunque no sean capaces de cambiarlo por lo que desconocen, se levantan de su sillón y luchan.

Es probable que a los Goliat del capitalismo les venga bien. Pueden evidenciar la diferencia entre sus armas automáticas, silenciosas, eficaces, y el estruendo salvaje de cualquier intifada. Frente a un silencio asesino, el ruido y la furia. Así, ante la globalización actual parece que no cabe sino la alternativa de los cristales rotos. Peor aún, no cabe nada porque, según su propio discurso, el liberalismo capitalista puede no ser perfecto, pero es inevitable: no hay alternativa ('there is no alternative'), dijo Margaret Thatcher.

Si la verdad no es patrimonio de nadie, la parte de esta que corresponde al capitalismo salvaje es lo ineludible de la globalización, como proceso inherente al progreso de las comunicaciones.

Su engaño estriba en hacernos asumir el actual arquetipo globalizador como único factible. Desaparecen los instrumentos de control político atrapados en la red financiera planetaria. Con su desaparición, parecen –sólo parecen– difuminarse las diferencias entre izquierda y derecha.

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Pero es imposible que no existan alternativas a la pobreza, la desigualdad y la explotación. Nadie puede creerse que la diferencia entre pobres y ricos deba seguir creciendo un 50% cada tres décadas porque así lo ha decidido un dios inmarcesible (y poco cristiano). No existen leyes físicas que determinen la injusticia. Los únicos dioses culpables somos los hombres.

La pregunta es: ¿por qué ha ganado las elecciones un tipo como Donald Trump? Yo me atrevería a decir que es la consecuencia del voto de millones de norteamericanos que abrazaron el discurso bravucón, patriotero y filofascista de Trump en contra de sus propios intereses. Millones de personas con miedo que votaron al mal (¿menor?). La banalización del mal vuelve a cabalgar desbocada.

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Frente a la barbarie, la formación, la información y el activismo son la solución, una idea de la que tengo la suerte de participar a través de mis actividades de participación y ciudadanía. Les pongo algunos ejemplos. Greenpeace, entidad de la que soy socio, tiene una Escuela de Activismo Medioambiental con el propósito de formar a personas implicadas, o que deseen implicarse, en la transformación social a través de la acción no violenta. La Fundación Cepaim-Convive o la Fundación Atalaya, con las que colaboro activamente, también están trabajando en la puesta en marcha de una escuela de activismo social. De todas estas iniciativas, la que más me ha impactado es el plan de dinamización comunitaria de la Fundación Sierra Minera, una aldea gala que trabaja para contribuir a la transformación de las relaciones económicas para hacerlas justas, democráticas, feministas y respetuosas con los límites del planeta. Para mí es un honor ser miembro de su patronato.

A mi juicio, es más útil remar a favor de un proyecto colectivo que tirar la piedra de David. Tirando piedras se libera quien la arroja, pero sólo él. Una escuela de activismo político pretende ser la demostración (una demostración parcial, como lo son todas) de que 'otro mundo es posible'. Si la globalización es el resultado de la huella del hombre, hagámosla más humana. Destruyamos la actual de la única forma que E. Malatesta decía que pueden destruirse las cosas: sustituyéndolas.

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El ser humano debe constituir el motivo y el eje de la sustitución de la globalización sin alma. Lo demás sólo son instrumentos. En ese nuevo orden carece de sentido crear riqueza si no se adecuan los medios para repartirla.

No son utopías, pero requieren voluntad, participar activamente, pasar de la indignación y del dolor espectáculo (ese que nos hiere momentáneamente apagándose con el mismo interruptor del televisor) al dolor humano que exige respuestas.

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Si a usted todo esto le parece especulación etérea, haga un último esfuerzo, levántese del sillón y asómese por la ventana, seguramente verá cómo la supura de la herida del mundo que estamos permitiendo se desliza por nuestra propia piel en pateras.

P. D. También necesitamos escuelas de activismo político para blindar los derechos que nos quieren arrebatar los... Continuará.

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