Primer relato: Yo tuve un bisabuelo paterno. La familia provenía del sur de Salamanca, la zona de las sierras colindante con Las Hurdes cacereñas; vivía en un pueblo que antes se llamaba Arroyomuerto (tal cual), y ahora, con 48 habitantes, se llama San Miguel de ... Robledo. Siempre ha sido tierra de emigración esta zona olvidada, la tierra maldita de Buñuel. A principios del siglo XX, cuando ya había nacido mi abuela (menos mal, porque si no yo...), mi bisabuelo decidió emigrar a América. Se embarcó en un mercante, y lo último que supo la familia es que el barco naufragó cerca de las costas de Brasil. Nunca averiguó mi abuela si su padre murió en el naufragio o consiguió llegar a la costa. Quién sabe. Probablemente murió y su cuerpo se pudrió en el fondo del mar. O a lo mejor consiguió llegar a tierra, y aprovechando su estado indeterminado (ni vivo ni muerto), se creó una nueva vida, quizás con nueva mujer, nuevos hijos y nuevo pasado. Puede que ahora yo tenga familia en Brasil o Argentina, parientes que nunca conoceré. Lo cierto es que nada más se supo, y así quedó en el álbum de anécdotas e historias de la familia la vida de alguien cuyo nombre se perdió.

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La vida de todos nosotros depende de las decisiones cotidianas que tomaron nuestros ascendientes. Si se hubiera ido a América el bisabuelo antes de concebir a mi abuela, ni yo existiría ni él hubiera sido mi bisabuelo. Y, por tanto, en el limbo me hubiera quedado, ahí jugando en el éter esperando que alguien se acordase de mi existencia y me diera la vida. Y es que toda vida importa, también las vidas perdidas de tantos que murieron sin que quedase siquiera su nombre en algún sitio grabado. Ninguna vida es una vida perdida. No son vidas perdidas las de los que hoy, en 2024, mueren perdidos en el océano, ahogados al sur de la isla de Hierro intentando llegar al inexistente paraíso europeo. Sus vidas tienen sentido para quienes los conocieron, y también para los que valoramos su arrojo y valentía por atreverse a buscar una mejora vida. Lo peor que uno puede hacer es ser indiferente al dolor ajeno, el profundo dolor de todos los padres, madres, hermanos, hijos, amigos... que un día vieron partir a un sin nombre y nada más volvieron a saber de él». Y las historias siguen.

Segundo relato: A medida que se empequeñecían las luces de la costa, el mar se iba haciendo más negro. Aprovechamos el puente de la Constitución para emprender un viaje con buenos amigos a Marruecos. Para Issam y Khalid era un viaje de vuelta al origen. Las suyas son dos historias de inmigración con final feliz, pero son conscientes de que la oscuridad del mar se tragó muchas historias arrebatadas por un destino que no habían elegido. Nadie decide dónde quiere nacer. Así es la tómbola de la vida.

Viajamos por carreteras secundarias que nos llevaron de Tánger a Ifrán con parada en Tetuán, Chefchaouen y en algunos comercios de la carretera. Conforme nos adentrábamos en la realidad del país, fuimos entendiendo las razones por la que ellos emigraron. Eran las mismas del bisabuelo de Fernando hace 100 años.

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Marruecos sigue siendo un país con luces y sombras. Liberalizado en el plano económico y en el cultural, pero con una democracia tutelada y un excesivo déficit en derechos civiles y libertades públicas, así como en políticas de educación y en la lucha activa para la erradicación de la pobreza.

En las visitas a las universidades de Abdelmalek Essaâdi en Tetuán y Al Akhawayny en Ifrane, se evidenció un cambio del modelo en la construcción del estado donde EE UU ha desplazado a Francia como 'aliado preferencial'. Tal y como nos contó Soukaina, el Centro de Formación de Ejecutivos Al Akhawayn (EEC) fue creado en 1998 mediante un acuerdo entre los gobiernos marroquí y estadounidense. Desde entonces, el EEC ha contribuido al desarrollo de la educación superior y de la formación de líderes políticos, económicos y sociales en Marruecos. Ellos manejarán el timón de sus vidas y también las de sus conciudadanos.

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Pero el mayor tesoro de Marruecos es que más del 27% de la población tiene menos de 14 años. Un poco más joven debía ser el chaval que la policía marroquí detuvo en el paso fronterizo de Ceuta durante nuestro viaje de vuelta. La escena paró en seco los acordes de la canción Zina del grupo musical Babylone. La música siguió sonando, pero nuestra sonrisa se tornó en una mueca de desesperanza.

La determinación del bisabuelo de Fernando, el padre de Issam o la de Khalid no deja de ser una misma decisión en momentos diferentes, pero con un común denominador: el viaje sólo merece la pena si vale para construir un mundo mejor.

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Tercer relato: Son las historias de 33.000 muertos que desde 2014 yacen en la fosa común del Mar Mediterráneo.

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