Es una evidencia que Sánchez y Feijóo no están en condiciones de pactar la cada vez más inaplazable reforma del modelo de Estado. Lo que valía para 1978 sigue siendo válido en 2023, pero necesita de reformas. El problema no radica en que ambos líderes ... mantengan posturas irreconciliables: si verdaderamente se cree en algo, hay que empezar por defenderlo. El problema no son las posturas sino lo que se entrevé debajo. Durante los últimos días, a Feijóo le ha traicionado el inconsciente y no ha tenido reparo en proponer un encaje del nacionalismo catalán en España. Pedro Sánchez rompió su silencio la semana pasada: «Me voy a dedicar en cuerpo y alma a lograr una investidura auténtica y que sea plenamente coherente con la letra y el espíritu de la Constitución». Ellos, Feijóo y Sánchez, Sánchez y Feijóo, son parte de la solución, pero el problema está en sus bases: muchos militantes populares y socialistas se sienten incómodos con un debate que lleva encima de la mesa más de doscientos años: las reivindicaciones de las nacionalidades históricas. Solo les diferencia que, a día de la fecha, Sánchez tiene más capacidad de convencer a sus militantes y electores que Feijóo a los suyos.
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Al mismo tiempo, Sánchez y Feijóo saben que, ante cualquier avance en este sentido, no pueden dejar de mirar por el retrovisor a sus aliados Vox y Sumar. Dos formaciones en clara decadencia –ya no es tiempo de extremos–, pero necesarias para la construcción del futuro de España, tan necesarias como las fuerzas nacionalistas e independentistas. No en vano, Sumar y Vox representan conjuntamente a seis millones de respetables conciudadanos.
Pero sus caminos son diferentes. Por un lado, Vox ha iniciado una deriva hacia el nacional-catolicismo español. Una opción tan legítima como cualquier otra, siempre y cuando sean conscientes de que ellos no tienen el monopolio en el reparto de carnets de quién es un buen español, o quién es un buen católico. Conviene recordar que este verano el papa Francisco –ante cientos de miles de jóvenes– escenificó –una vez más– la potencia inclusiva de la Iglesia y de su pontificado: «En la Iglesia cabemos todos, todos, todos...». De otro lado, Sumar sigue siendo una coalición de partidos a medio coser. Nadie puede dudar de la capacidad de Yolanda Díaz, sola ante el peligro –de los suyos–, para superar las veleidades pseudo-revolucionarias de los podemitas mediante una acción de gobierno centrada en ensanchar nuestro Estado social y de derecho, desde una izquierda plurinacional, verde, transformadora e europeísta. Bueno, quizás no tan sola, en alguna ocasión Yolanda Díaz ha dejado caer que el rosario que le regaló el Papa le ayudó a sacar la reforma laboral adelante. En fin, dos opciones que se contrarrestan, han sido votadas por los españoles y perdurarán durante bastante tiempo.
Sí o sí, la nueva legislatura que acaba de empezar debería abordar la reforma constitucional, pero esto solo será posible con un acuerdo de Sánchez y Feijóo fuera de la presión económico-mediática y de algunos de sus más notables 'influencers'. Algunos ya no nos acordamos del Aznar que «parlava català en la intimitat» y pactó con Pujol la salida de la Guardia Civil de Tráfico de Cataluña, la supresión de los gobernadores civiles, o el 50% del IRPF e IVA para la Generalitat. El señor Aznar tampoco se acuerda de la frase que le espetó Fraga cuando se hico cargo del Partido Popular: «Ni tutelas ni tutías». Frases extrañas, también en el ala izquierda, como las de aquel grupo de economistas de derechas, militaran en el partido que militaran, que nos dijeron que «la mejor política industrial es la que no existe» y otras lindezas sobre la precarización del empleo juvenil en la era de Felipe González. Luego vino en 1988 la huelga general que paralizó España, divorció a los socialistas y acabó con muchos espejismos. Y a algunos nos pasó lo mismo que a Felipe le ocurre ahora: nos costó votarle. Pero nunca dejamos de hacerlo, tragándonos nuestras palabras, porque Alfonso Guerra –que era el encargado de 'gestionar' la libertad de expresión en el partido– siempre nos recordaba: «El que se mueve no sale en la foto».
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Mientras tanto, en este tonto tiempo entre investiduras, asistimos atónitos a un esperpento donde el candidato a presidente parece más interesado en cargarse una hipotética y nonata investidura de Sánchez que en sacar adelante la suya. Él sabrá, pero si su estrategia es sacar al PP del aislamiento a medio y largo plazo, no debería hundir todos los puentes con los socialistas. Además, si a Sánchez no le dejan otro camino, el gobierno de coalición progresista saldrá adelante solo con el apoyo de nacionalistas e independentistas –democratacristianos, socialistas y comunistas–.
Los amigos siempre los tendrás; con los –supuestos– enemigos es con los que tienes que hablar, entenderte y negociar. Es la democracia, amigo. Agur.
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