Santa Fe, Argentina. Una visita de un murciano a una ciudad donde confluyen diversos elementos. Pasando por el Santuario de Nuestra Señora de los Milagros, construido por la Compañía de Jesús durante el siglo XVII, llegando a Paladar Negro, un magnífico lugar para disfrutar un ... buen trozo de carne argentina regado por un agradable vino malbec de la tierra de Mendoza, que muestra una particular frase en su etiqueta, 'vino de cru' (en francés, crecimiento), recomendado por una camarera que ejerce su profesión con simpatía y profesionalidad. La quietud del lugar nos animó a una rica conversación sobre el panorama político argentino, que trataremos de explicar brevísimamente en este artículo, y nos trasladó a las algaradas del pasado: no se puede volver atrás y cambiar el principio. Se puede partir desde donde estamos y cambiar el final.

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Para analizar la situación política del país no podemos recurrir a los viejos criterios de izquierda y derecha, porque la mayoría de los partidos gestionan una realidad más compleja. Muchos le llaman populismo, concepto que cuesta definir: mentir no es una cualidad exclusiva del populista o el fascista, pero sí lo es la forma en que estos utilizan la mentira para crear una razón mítica. Ahí están sus autores.

La noche santafesina nos encontró en un bar con jóvenes simpatizantes de la Unión Cívica Radical. Entre conversaciones que giraron en torno a los nuevos desafíos –laborales, económicos, etc.– que traerá al país y al mundo la inteligencia artificial, advertimos que el radicalismo excede el marco formal de la UCR como partido político, dando lugar a la formación de corrientes que se reconocen como «radicales». Una reunión plural como las que agitaban a los socialdemócratas de la Unión de Centro Democrático que, liderados por Fernández Ordóñez, se fueron de la Coalición de Adolfo Suárez y crearon el Partido de Acción Democrática y quienes, al final, acabaron todos en el PSOE. Cuestión que el socialismo ortodoxo (excepto Felipe González) no siempre supo valorar. De ahí las dificultades históricas del PSOE de sumar por la derecha. El radicalismo hoy enfrenta la misma preocupación: votos que antes quizás podía captar se ven atraídos por un nuevo actor amenazante, el movimiento libertario, una opción muy alineada con los valores del trumpismo, que en el fondo deja entrever preocupantes tendencias ultraconservadoras que, como ya sabemos, encuentran sus dificultades para convivir con los principios democráticos básicos, por lo que se agotan en el discurso.

La centroderecha aparece identificada por el PRO o 'propuesta republicana', un producto nacido en la ciudad de Buenos Aires y cuyos mecanismos se asimilan a los de una empresa: instala su centro de operaciones en una ciudad, compite en las elecciones, si las gana se queda y si no se retira tan rápido como llegó. Mientras tanto, el centroizquierda en Argentina abarca un espacio amplio, heterogéneo, con sectores que son tan de izquierdas como los que podríamos encontrar en Sumar, pero que no cuentan con un liderazgo definido; con otras facciones más defensoras de una línea socialdemócrata; y con otra parte en sintonía con esos «fanáticos centristas», como los llama Stiglitz, más cercanos a una opción socioliberal, pero todos con bajas chances de acceder al juego del poder.

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Ya hemos hablado del peronismo: fenómeno múltiple que abarca desde el neoliberalismo al paternalismo asistencial. Como dijo el general Perón a un periodista, «en Argentina hay un 30% de radicales, lo que ustedes entienden por liberales; un 30% de conservadores y otro tanto de socialistas». «Y entonces, ¿dónde están los peronistas?», inquirió el informador. «¡Ah, no, peronistas somos todos!».

En resumidas cuentas, el análisis de Perón se mantiene vigente y la lógica de los tercios vuelve a repetirse en Argentina: el peronismo, por un lado, con sus múltiples facetas y contradicciones ideológicas, por otro lado, la coalición de Juntos por el Cambio, que aglutina a todas aquellas corrientes antiperonistas, y el 30% restante de la masa electoral yendo y viniendo al calor del momento en el que se desarrollen los comicios.

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Decía Felipe González que, si la izquierda quería volver a gobernar, debía recuperar el centro. Acertaba el político que ha conseguido el avance más espectacular de España en menos tiempo. Pero para su consecución los social-liberales, los socialdemócratas y los socialistas no pueden ni deben renunciar a sus valores, deben darles transversalidad, es decir, hacerlos deseables para los ciudadanos. Perseguir un proyecto en el que redistribución de la riqueza, solidaridad, tolerancia y progreso sostenible sean considerados como elementos irrenunciables para su desarrollo como seres humanos. Escuchar y proponer, capacidad para aprender a aprender, pero también para educar e ilusionar. De otro modo, renunciar a los propios valores para llegar al poder no es lograr el centro, sino dejarse conquistar por el vacío, desaparecer en el 'agujero negro'.

Y para poco más dio nuestra estancia en Argentina. Suficiente con disfrutar de un buen asado, aliñados con la conversación de buenos amigos, cantando la canción que Jairo interpretó en el cierre de campaña del presidente radical Raúl Alfonsín (quizás la última figura que logró cerrar la grieta entre los argentinos): «Venceremos». Bien visto, lo único que nos diferencia es la vecindad. ¿Qué sería hoy de España sin Europa?

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