Cuando tu cuerpo se convierte en tu principal amenaza vital, todos empezamos a darnos cuenta de lo que es importante. Las enfermedades nos hacen vulnerables, al igual que las desgracias colectivas, las suframos o no en carne propia (y me refiero a la DANA valenciana), ... nos recuerdan que nuestro bienestar y vida siempre penden de un fino hilo, que nunca tejemos solos.
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La infancia y la juventud es esa patria donde nos reconocemos invulnerables, donde nada es imposible, donde las fuerzas y ganas nos sobrepasan y se expanden sin control, a veces de forma violenta. Pero no todos nuestros niños y niñas se sienten en plenitud física, mental o social.
Hoy quiero centrarme en la salud mental de aquellos que tienen toda la vida por delante. Un reciente estudio de alcance nacional realizado por la Fundación Atalaya ofrece un análisis de la salud mental de la juventud en España. Esta rigurosa investigación no solo expone los principales desafíos que enfrentan los jóvenes, sino que también proporciona recomendaciones para guiar el desarrollo de políticas y programas destinados a fomentar un entorno más saludable y resiliente para ellos.
El estudio se centra en cuatro áreas críticas: la salud mental general, con un análisis de trastornos como la ansiedad y la depresión; el bienestar social, evaluando el impacto de la soledad no deseada; la aceptación del riesgo, que examina conductas problemáticas; y la satisfacción general en áreas clave de la vida. Estos aspectos permiten entender los retos y las prioridades de intervención.
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Tres son los problemas de salud mental más importantes que, según este estudio, tienen nuestros jóvenes: el suicidio, los pensamientos negativos y frustración y la soledad no deseada.
Entre los datos más preocupantes, destaca que un 1,5% de los jóvenes, de los 2.002 encuestados/as, reporta un alto riesgo de suicidio, lo que exige intervenciones inmediatas. Además, la falta de habilidades emocionales y la dificultad para gestionar el estrés alimentan ciclos de pensamientos negativos y frustración. Por otro lado, la soledad no deseada y las preocupaciones económicas contribuyen a un estado de ansiedad persistente que pone en riesgo el bienestar general.
El informe también explora las correlaciones entre distintas variables, como la falta de apoyo social y el uso excesivo de redes sociales, asociadas a una menor satisfacción personal y un mayor riesgo de trastornos mentales. Esta interrelación evidencia que las soluciones deben abordarse de forma integral y multifactorial.
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Podemos y debemos preguntarnos qué estamos haciendo mal para que haya niños y niñas que no encuentren sentido a su vida y quieran acabar con ella; qué hacemos y no hacemos para que nuestros chicos se sientan frustrados y ansiosos, solos y abandonados. Y quizás la respuesta es que estamos haciéndoles lo mismo que nos estamos haciendo a nosotros mismos: nuestra frustración, la falta de sentido en un mundo sin rumbo y la soledad rodeados de cientos de amigos virtuales en las redes sociales, las sufrimos todos, pero al menos nosotros ya estamos curtidos, tenemos experiencias, sabemos –porque nuestra infancia fue feliz– que otro mundo es posible. Sin embargo, a ellos no les damos oportunidad: les hemos empujado al mundo inmisericorde de la acumulación, la apariencia, el exceso y el todo vale sin herramientas ni medios. Hemos abjurado de enseñarles a vivir y a convivir. Si ellos están enfermos, es porque sus padres también lo estamos.
Pero no seamos tan negativos. En el estudio que estamos comentando, la Fundación Atalaya propone una serie de recomendaciones basadas en los cuatro ámbitos temáticos del mismo. Estas incluyen la implementación de programas en escuelas para fortalecer la gestión emocional y la resiliencia, junto con campañas de sensibilización destinadas a reducir el estigma asociado a la búsqueda de ayuda. Asimismo, se resalta la importancia de crear espacios que promuevan un sentido de comunidad y refuercen las redes de apoyo. En suma: en la escuela, en la comunidad y en la familia es donde debemos proporcionar a nuestros hijos buenos modelos de vida, modelos con sentido, que vayan más allá de la mera satisfacción inmediata. Educar es ayudar a saber crecer.
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Observando las inquietudes, preocupaciones y salud mental de la juventud en España, en su llamado a la acción, la Fundación Atalaya insta a instituciones educativas, al sector público, a las organizaciones sin ánimo de lucro y a las empresas a trabajar juntos y unirse al Club Atalaya. La salud mental de la juventud no puede esperar, y es tarea de todos contribuir a que las nuevas generaciones crezcan en un entorno que apoye su bienestar integral y les permita prosperar.
Hacemos nuestra esta llamada a la acción. La salud no es ausencia de enfermedad, es satisfacción con la vida y sus oportunidades. ¿Queremos los mayores ofrecerles oportunidades de crecimiento, autonomía y responsabilidad a nuestros hijos, o preferimos dejarlos a la intemperie para que sigan hundiéndose en un mundo que no les necesita? Su salud es nuestra responsabilidad. Dale.
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