Los refugiados de mañana
El foco ·
No hay efecto llamada, existe un efecto salida por la ausencia de oportunidades para el desarrollo en los países de origen. No hay inmigración ilegal, existen llegadas irregularesEl foco ·
No hay efecto llamada, existe un efecto salida por la ausencia de oportunidades para el desarrollo en los países de origen. No hay inmigración ilegal, existen llegadas irregularesEn 2022, un país europeo, perteneciente a la Unión Europea y la OTAN, con una población con fuertes convicciones cristianas, cuna de uno de los más grandes papas que ha dado la historia, recibió de su vecino del sur más de nueve millones de refugiados. ... Un año después, en 2023 todavía quedaban 1.500.000 de personas refugiadas sureñas. Durante ese año (Euronews, 20 de febrero de 2023) más de 20.000 empresas fueron abiertas por los refugiados en la nueva Tierra de Acogida.
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Ese mismo año 2022, otro país milenario, en la otra esquina de Europa, integrante también de la UE y la OTAN, antaño uno de los países más católicos de Occidente, concedió el estatus de refugiado a un total de 14.235 personas, ni una más ni una menos.
En estos días en los que escuchamos mensajes generalistas que buscan provocar miedo y xenofobia en la ciudadanía ante la llegada de seres humanos a las costas españolas y europeas, debemos recordar que tutelar a los niños y niñas en situación de desamparo que llegan a nuestro país, acoger en el marco del programa de acogida humanitaria de España o dar protección internacional a los solicitantes de asilo que llegan huyendo de conflictos bélicos o perseguidos por motivos de inequidad social ( Arte. 14. CE: «...sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social»), no es una opción política, es una obligación de todos los gobiernos protegida por la legislación internacional y española. Y para los que nos sentimos cristianos, es también una obligación moral, si recordamos que la familia de Belén también tuvo que emigrar a Egipto y tampoco eran delincuentes, ni terroristas.
Debemos elevar la mirada por encima de nuestros propios intereses, analizando los retos a los que nos enfrentamos como sociedad de forma más global, alejando la inmigración y el reto de la inmigración irregular que llega a nuestras costas de la confrontación política partidista interesada. En 2016, el papa Francisco, en su Audiencia General del 26 de octubre, terminó su homilía con estas palabras: «El compromiso de los cristianos es urgente. Todos tenemos el deber de acoger al hermano que huye de la guerra, el hambre o la violencia y estamos llamados a salir al encuentro del que sufre para llevarle el abrazo y la misericordia de Dios».
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La llegada de pateras y cayucos a las costas españolas no es un fenómeno coyuntural (la primera patera naufragó en nuestras costas en noviembre de 1988). Desde entonces y durante todos estos años hemos tenido que atender a miles de personas llegadas a España por vía terrestre (Ceuta y Melilla) o por vía marítima a las costas canarias, baleares o de la península. Debemos sentirnos orgullosos de que, durante toda la etapa democrática, gobiernos de izquierda y de derecha hayan apoyado y sostenido con fondos públicos y la aportación de entidades del Tercer Sector un exitoso programa nacional de acogida humanitaria del Gobierno de España, un programa gracias al cual en nuestro país la xenofobia ha sido marginada en gran medida.
En momentos inciertos como éstos, con millones de ucranianos, palestinos, subsaharianos, argelinos, etc. fuera de su país, tenemos que empezar a pensar en los refugiados del mañana. Refugiados no sólo por razones políticas o sociales, laborales o económicas, de guerra o expulsión... refugiados también climáticos: ¿o acaso no está todo unido? Un gran país como Estados Unidos se construyó gracias a los campesinos irlandeses, italianos, alemanes, polacos que emigraron en el siglo XIX y XX huyendo de las hambrunas y guerras europeas. No hay efecto llamada, existe un efecto salida por la ausencia de oportunidades para el desarrollo en los países de origen. No hay inmigración ilegal, existen llegadas irregulares a nuestras costas. No nos llegan delincuentes o terroristas, nos llegan seres humanos que solo buscan una vida más digna, un trabajo y un marco de relaciones sociales. Nos llega gente como nosotros que no ha tenido la suerte de nacer en un país como el nuestro.
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Por eso, hay que promover políticas migratorias que no se basen exclusivamente en la protección de nuestras fronteras exteriores, poniendo muros a la movilidad humana. Es necesario crear redes de intereses con los países de salida, redes económicas entre productores locales y empresarios españoles, redes de cooperación al desarrollo económico y social que incidan realmente en las causas de los movimientos humanos forzados. Porque no lo olvidemos: el discurso de la inseguridad es una escalera sin retorno ni fin. El inseguro se preocupará sólo por protegerse, y olvidará que en este mundo sin fronteras económicas y cada vez menos fronteras físicas, protegerse tiene los pies muy cortos, pues siempre habrá algo o alguien de quien protegerse (empezando por nuestros propios miedos). El discurso de la inseguridad de nuestras fronteras exteriores y la apuesta por reforzar su protección como única política migratoria, no solo alimenta a los traficantes de personas, que los hay, sino también a las empresas que fabrican vallas y elementos de vigilancia, pero no crea empresas sostenibles ni empresarios comprometidos con su comunidad.
Las más de 20.000 empresas creadas por los refugiados ucranianos en 2022 en Polonia son un claro ejemplo de cómo abordar las políticas sostenibles de emigración-inmigración. Una política migratoria que evite las muertes en los océanos, garantizando vías seguras de llegada a Europa, una política de integración Europa-África que construya convivencia, proximidad, y trabajo legal, evitando la economía sumergida y la pérdida de derechos.
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