Dejar que los problemas se pudran es la mejor manera de que seamos nosotros los que nos pudramos. Podemos encontrar buenos ejemplos en esta nueva era de conflictos y violencia: Israel-Palestina y Ucrania-Rusia (cambie usted conflicto por la palabra que más le guste: ... invasión, guerra, disparate, matanza, etc...), y el de Chipre partido por la mitad, y la guerra en Yemen, y la tensión eterna en Corea, y los rohinyas expulsados de Birmania, y los saharauis en el desierto...

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Cuando uno tiene memoria sabe que las calamidades propias y ajenas no ocurren porque sí. Siempre hubo un momento en que se pudieron resolver los conflictos dialogando y no bombardeando, siempre hubo un lugar donde poder conversar y empezar a ceder, siempre lo hubo, aunque fuera puntual y escaso. Pero se dejó pasar, porque nos gusta tropezar en la misma piedra; se dejó pasar en 1948 cuando la potencia colonial británica abandonó el protectorado de Palestina a su suerte; se dejó pasar cuando, tras el colapso de la URSS, se pensó que lo mejor era una Rusia débil e incapaz y una Ucrania sin futuro y corrupta. De aquellos polvos vienen estos lodos. Claro, que, siguiendo con los refranes, de poco vale llorar por la leche derramada, porque lo que ahora se derrama no es leche sino sangre como la tuya o la mía.

Cuando Saramago dijo que lo que estaban haciendo los israelíes con los palestinos era similar a lo que hicieron los nazis con ellos, los israelíes protestaron. Los alemanes también protestaron cuando se les acusó de genocidio. Es curioso: a casi todos les gusta vencer, pero a pocos les gusta que les recuerden qué hicieron para ganar. Siempre los vencedores se ven como salvadores: y siempre los perdedores son declarados culpables. Quienes vencen escriben la historia y también las memorias. Harry S. Truman nunca fue acusado de genocidio, a pesar de que las bombas atómicas que ordenó lanzar sobre dos poblaciones civiles mataron a más de doscientas mil personas. Ancianos, mujeres y niños asesinados. Colateralmente asesinados. Terrorismo para obligar a rendirse. Muertes masivas para que no murieran millones de estadounidenses invadiendo Japón. Qué curioso también: las muertes colaterales y reales de unos permiten 'salvar' las muertes nunca ocurridas de otros; va a ser que todo se puede justificar.

A casi todos les gusta vencer, pero a pocos les gusta que les recuerden qué hicieron para ganar

Todos los terrorismos buscan lo mismo: que se rindan los que piensan de forma diferente.

Y lo hacen destruyendo, porque lo horroroso de los terroristas es su incapacidad para asombrarse ante la vida. La desprecian porque ni siquiera pueden plantearse el milagro estadístico de estar aquí y ahora. Por eso es necesario que se les juzgue en vida. Milosevic no pensaba ser juzgado, pero perdió la guerra. También pensó que nunca sería juzgado Sharon y así fue. Pero eso no salva su responsabilidad. Esta la clama a gritos el tremendo silencio de sus víctimas.

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Hace unos días escuché, a un político de la derecha, tratar de justificar la muerte de inocentes con la pretendida sutileza de diferenciar los muertos: los de los terroristas habían sido víctimas buscadas, los de la represalia eran imponderables necesarios. No se pretendía su muerte. Es el cinismo autoexculpante de los poderosos.

A nadie se le ocurriría admitir, como justificación de la salvajada contra las Torres Gemelas, que Bin Laden hubiera manifestado que tantos muertos no eran sino daños colaterales en la persecución de un terrorista de la CIA. Sin embargo, se admite sin perturbación alguna un número mucho mayor de inocentes sacrificados en la caza de aquel. Curioso: millones de dólares para matar a Bin Laden, y ninguno para salvar a millones de mujeres afganas muertas en vida.

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Siempre la doble y monstruosamente dispar vara de medir. Con esta doble vara, Bush hijo fue capaz (con la complicidad de Blair y Aznar: el trío de las Azores) de acusar a Irak de vender armas a los palestinos. Impertérritos y fieles a su lugar en la tierra mientras que, en el cielo, helicópteros Apache masacraban las aldeas iraquíes con sus misiles. El mismo Aznar que ahora siembra vientos que sólo pretenden la voladura de nuestra democracia y alimenta la sinrazón de los cada vez menos ciudadanos independentistas, usándolos como muletilla electoral. Igual él (y sus secuaces) lo arreglaban todo metiendo los tanques en Barcelona. Les da igual jugar con fuego porque ellos nunca se queman. Todo vale con tal de ganar, ¿verdad?; todo vale, incluso destrozar la convivencia entre españoles con insidias, mentiras y '¡qué te vote...!', con tal de seguir dominando el cotarro, para ellos y sus descendientes. ¡Maldita demagogia que lo pudre todo y nada deja a salvo! Pero no nos vayamos a nuestras miserias nacionales; tiempo habrá de volver a ellas.

Apesta a prepotencia e injusticia. Peor, de las fosas comunes sale el hedor insoportable y dulzón del gran negocio de la guerra.

Terrorismo de Estado y/o fanatismo terrorista, qué más da la forma de dibujar la muerte si el color rojo se lo arrancan siempre a los inocentes.

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