Primera razón. El Rey emérito no nos ha puesto fácil defender la monarquía, y justamente por ello hay que salvaguardarla. Si durante decenios el anterior Rey hizo de su capa un sayo y a pesar de ello representó bien a España y sus intereses (los ... de España y los suyos, eso sí), quiere decirse que no es tanto una cuestión de personas sino de instituciones. La institución monárquica está por encima de los vicios y virtudes de las personas que durante un tiempo la personifican.

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Segunda. La gran estabilidad que da el saber quién será nuestro más alto representante en los próximos años y décadas (si una desgracia, obviamente, no acontece). Y es que las monarquías son previsibles, y ello en un mundo tan volátil, extraño y complejo como el actual nos proporciona muchas certidumbres a los simples mortales como nosotros.

Tercera. Sabemos quién no nos va a representar como Jefe/a de Estado. Me explico: imaginemos que hay elecciones a la presidencia de la república española, y los máximos favoritos son un señor de Madrid que dice que es de Valladolid, y otro de Valladolid que dice que es de León. Dos señores con muchas Z y A en sus respectivos apellidos. Muchos tendrán sudores fríos solo de pensar que tienen que votar a uno o a otro, y al final, gane quien gane, siempre habrá algún españolito que piense que ha llegado el apocalipsis. Eso sí, al igual que hay muchas fobias, seguro que habrá muchos que en sus sueños más cálidos estarían deseando tener a uno de los dos como presidente (no nos podemos permitir valorar los vicios de cada uno).

Cuarta. Un rey o una reina siempre da prestigio en las naciones sin rey. Aquello que decían de que al final sólo quedaría el rey de Inglaterra y los reyes de la baraja es una broma (más bien, muestra de envidia). Actualmente, más de 40 estados tienen como régimen de Estado la monarquía, una minoría entre los casi 200 países del mundo. Tener una monarquía da empaque porque al final, reinos como Dios manda (Mónaco no entra en la lista) hay muy pocos: los nórdicos, los del Benelux, el inglés, y pocos más, incluyendo en esos pocos a España. Sinceramente, en pocos parámetros estamos al mismo nivel de Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Reino Unido, Noruega, Dinamarca o Suecia… y eso es de valorar.

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Quinta. Un monarca representa a su país y algo más; representa una comunidad cultural, social, histórica, religiosa y de valores. Nuestro Rey -y futura Reina Leonor- representa a la comunidad de naciones hispánicas, esto es, aquellas naciones que todavía siguen ligadas por la lengua y una manera de entender la vida basada en la buena vida. Naturalmente, el rey o reina es un símbolo, pero los símbolos, si nos los creemos, tienen más valor que las realidades.

Sexta. Nuestra monarquía es un lujo, un lujo necesario y útil para reconocernos como país. No es necesario ser monárquico para reconocer que a los reyes constitucionales se les tolera porque no son más que expresión de la voluntad de una nación por perdurar. En la España actual, un presidente/a de la república no representaría más que a una determinada y partidista forma de entender España o, en su defecto, solo cabría un presidente/a florero como, por ejemplo, en Alemania o Italia.

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Séptima. Un rey o una reina es un esclavo nuestro, alguien que ha decidido subordinar toda su vida a representar a España. Encontrar a alguien así es complicado, con lo cual cuando se encuentra, hay que aprovecharlo antes de que se dé cuenta de que siempre se puede decir que no. Reconozco que este argumento es un poco maquiavélico, pero puede servir justamente por lo enrevesado que es.

Octava. A un rey o reina todo se lo perdonan los monárquicos, con lo cual puede obligar a ciertas capas de la sociedad a aceptar lo que de otra persona no aceptarían (y de paso, así se modernizan). A los más 'monárquicos' nunca les gustó una reina plebeya, divorciada y activista de los derechos humanos de, por ejemplo, las mujeres, las víctimas de trata o los refugiados e inmigrantes.

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Novena. La Reina Leonor es hija de su tiempo, una reina para un pueblo y nación de naciones: habla idiomas, y entre ellos las lenguas cooficiales de 'las Españas'; conoce y conocerá en profundidad las idiosincrasias regionales y nacionalistas de las distintas autonomías de España. Esto es, es una reina posible y deseable para una España que poco tiene que ver con la España del 75 (y quizás con la Constitución del 78), una España federalizada, una España diversa y compleja en soberanías cada vez más compartidas dentro y fuera de nuestras fronteras. Quizás su padre, el actual Rey Felipe VI, nunca recobrará el vínculo perdido en 2017 con una parte importante de la sociedad catalana; su hija está en disposición de conseguirlo, y debemos apoyarla en este reencuentro.

Décima. Se me olvidó, pero estoy seguro de que algún atento lector, monárquico o menos republicano que yo, la encontrará.

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