Compañero Nicolas. Compañero sin más. Me desvela la misma suerte que a ti: ¿qué sentido tiene hoy en día la izquierda en Europa? Cada uno desde el papel que le toca desempeñar, diferentes y complementarios, prometimos encender esa candela que dé luz a un modo ... diferente y mejor de entender la vida.
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No hace tanto tiempo, Tony Blair manifestaba que iba a gestionar lo mismo que la derecha, pero haciéndolo mejor. Era el nuevo y mentiroso discurso (Blair 'the liar') de una izquierda envejecida prematuramente, pragmática hasta anular por completo la imaginación.
Una izquierda europea teñida de un gris desesperanzado e impotente, contaminada de ese discurso tatcheriano que pretende que nos conformemos con el único mundo posible; injusto, insolidario... pero sin alternativa: «There is no alternative», o en libre traducción del exvicepresidente del Gobierno de España Rodrigo Rato (antes de ser condenado a 4 años y 6 meses de cárcel): «Es el mercado, amigo». Esta es la cruda realidad que vive de la ausencia de colores dispares, de la negación de ideologías, del pensamiento único; que sonríe superior ante otras formas de acercarse a la comprensión y el desarrollo de nuestra identidad como seres sociales. Pues si todo se reduce al mercado, ¿qué queda para los olvidados por el mercado?
Si hoy es preferible que gobierne la izquierda, aun con la espalda encorvada, a que lo haga la derecha, es solo porque la izquierda aún nos permite respirar. Pero si la izquierda continúa perdiendo sus señas de identidad, renunciando a llevar la imaginación al poder, el poder acabará con la posibilidad de imaginar otro mundo mejor. No podemos olvidar que es necesario que veamos el poder, que sea tangible, real, si queremos cambiar el futuro. La derecha se conforma con un poder que no le moleste (y se cebe en los débiles: «Se iban a morir igual», según una señora de Madrid); la izquierda necesita que el poder sea transparente para todos, sobre todo para los más vulnerables.
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No pretendo ser realista pidiendo lo imposible: mi grado de utopía solo llega hasta donde creo que es posible mejorar el mundo que nos ha tocado vivir. Pero hay que hacer cosas, no ya mejor, sino diferentes a las que hace la derecha, aunque las herramientas sean las mismas. Porque todo se puede cambiar con las mismas herramientas: sólo hay que utilizarlas, no para golpear al débil, sino para romper las ataduras. Desde la izquierda no podemos conformarnos con generar riqueza, tenemos también que repartirla. Y repartir riqueza implica crear riqueza, no para que los de siempre la acumulen, sino para que la riqueza esté al servicio de toda la ciudadanía. Esta es la clave, el objetivo que, en economía, nos diferencia del pensamiento liberal: los liberales sólo se preocupan de crear riqueza y no amenazar la riqueza del que ya tiene; las gentes de izquierdas tenemos que saber crear riqueza, y distribuirla desde la equidad: eso es un Estado social. En su consecución el mayor error que puede cometer la izquierda es confundir instrumentos con metas. Sin redistribución del capital, no hay bienestar posible a largo plazo.
Las respuestas a los dilemas que plantea la cada vez más real aldea global solo pueden ser globales: por ejemplo, la solución a los problemas de los agricultores españoles está más relacionada con la firma del Acuerdo UE-Mercosur que con lo que haga nuestro Ministerio de Agricultura o el comisario europeo de turno. El círculo diseñado por el capitalismo liberal delimita un mundo cruel, cierra cínicamente cualquier salida a la esperanza, y alienta las oportunidades de los ya colocados (o, permítasenos el neologismo, 'koldocados').
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Permíteme, compañero Nicolas, ir terminando. Nuestras democracias europeas lo son porque subsiste una lacra: una situación prácticamente esclavista en los países denominados del Tercer Mundo, que abarata los costes de producción, 'obligando' a los países desarrollados a devaluar el empleo para poder competir. En una primera fase, en la que nos encontramos, el problema de nuestro privilegiado mundo se atenúa por la diferencia brutal que hace mantenerse nuestro estado de bienestar a costa de sangrar a quienes menos tienen. El círculo se cierra en la degradación, si aún cabe mayor, de quienes se ven obligados a trabajar durante dieciocho horas por un salario de subsistencia.
En esta esperpéntica espiral degradadora, el beneficio del capital se ve paulatinamente incrementado, dado que lo que se reduce no es la riqueza, sino el coste de la mano de obra. Si la derecha es capital, la izquierda debe ser trabajo.
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La izquierda que no busque hacer cosas diferentes, no es sino el maquillaje que simula humano el rostro de la derecha más brutal. Si aún queremos como izquierda tener un sentido en Europa, compañero Nicolas, debemos tener claro en qué lugar nos situamos de la dicotomía trabajo-capital. Tú decides y también nosotros decidimos. Un abrazo.
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