Este año se cumplen 369 artículos y 30 años desde que empecé a escribir esta columna en LA VERDAD y justamente hoy, 11 de enero, 61 desde que nací. Y ahí siguen las luces y sombras que dan matices a nuestras vidas.

Publicidad

De todos los ... oficios que he desempeñado, el mejor ha sido el de columnista de este diario, forjado a golpe de algunas canciones que siempre me han acompañado.

Creo que somos lo que somos, entre otras razones, por las canciones que nos han acompañado en nuestra vida. Muchas no las elegimos, las heredamos de hermanos mayores, nos las prestan amigos, las cantamos con ellos (cada vez se canta menos).

Este 2024 se cumplen 369 artículos y 30 años desde que empecé esta columna en LA VERDAD

Canciones que nos ayudaron a elegir aquellas primeras «palabras de amor, sencillas y tiernas, que echamos al vuelo por primera vez cuando apenas despertábamos de un sueño infantil».

Era el instante en que se abría un cielo lleno de tierra y, también por primera vez, una boca arrastraba nuestra boca «dando a la grana sangre dos tremendos aletazos».

Ignorados poemas de una juventud sin apenas letra que hoy aún soy incapaz de recitar sin la música que en su día hacía más creíble, más fácil lo imposible.

También, por qué no, un tiempo de vivir, de soñar y de creer que tenía que llover a cántaros. Para ello, ni siquiera era necesario doler de la vida hasta creer, a una edad basta con contar.

Publicidad

Canciones que abrieron los ojos que ahora ven, como a otros cegaron las que entonaron cara al sol.

Seguramente ni unos ni otros tuvimos culpas ni méritos, simplemente cantamos lo que tuvimos a mano mientras la vida nos modelaba con sus compases.

Era la poesía como un arma cargada de futuro, que nos exigía participar cuando aún no participábamos y ni siquiera sabíamos cómo participar. Pero ya no podíamos desentendernos ni evadirnos. Héroes convencidos de estar tocando el fondo, con inocente ignorancia del vacío.

Publicidad

Miguel Hernández, Celaya, Paco Ibáñez, Quilapayun, Víctor Jara, Víctor Manuel, Serrat, Blas de Otero, confundidos, camuflados en la clandestina noche de vinilo, para convertirnos en parte de lo que somos.

No soy el padre al que Ismael Serrano pide que le cuente otra vez «ese cuento tan bonito de gendarmes fascistas y estudiantes con flequillo, y dulce guerrilla urbana con pantalones de campana». Mis pantalones eran cortos y mi ocupada Sorbona un trozo de huerta en El Raal, debajo de cuyos terrones nunca encontré la playa.

Publicidad

Tampoco creo que descubrieran otros lo que hoy son debajo de los adoquines. Se hubieran lapidado con rabia. Pero algunos lo intentaron y otros escuchamos sus canciones.

Puede, seguramente, que no haya servido de mucho, pero al menos podemos pisar las calles de lo que fue Santiago ensangrentada, y detenernos a llorar por los ausentes.

Los traidores, ya lo sé, no pagan nunca su culpa. Les declaran locos cuando su locura ha dejado de hacer daño. Locos en activo se encargan de ello para salvarlos.

Muchas de aquellas canciones hoy son recuerdos, besos distantes y amargos. Pero también lo que soy. Y, si has llegado hasta aquí, querido lector, seguramente lo que somos.

Publicidad

Es cierto que hoy, en demasiados momentos, «vivo en un saco pegado al suelo, desde donde veo gente pasando y, cuando salgo, entonces pienso: mejor quedo». Jarabe de palo para los que siempre nos negamos a considerarlo como la única medicina para los españolitos de a pie.

Pero esto no ha terminado, para quienes estamos empeñados en que «nuestro reloj sean el sol y las horas» tenemos canciones para seguir dando vueltas a la noria de los mil caminos.

Es quizá difícil encontrarla entre los acelerones de los 'chunda chunda' que no juzgo, porque no entiendo, del que se para a respirar un segundo en los semáforos. Sin embargo, hace unos días entré en un garito y comprobé que hay otros, como yo, también «sin ningún porvenir, sólo evitando el camino». Que sueñan con llegar a algo viviendo sólo en su interior en el rastro de un mundo perdido.

Noticia Patrocinada

Como ellos, «llegaré donde quiera si quiero, pero me conformo con estar aquí, un garito y veinte personas... suficiente para mí». O quizá no sea ni haya sido así.

En todo caso nos damos cuenta de que no hemos perdido (aunque nunca ganemos porque no hay nada que ganar), mientras Diego Cantero (esa noche era el cantautor que contaba su vida «ochenta canciones para un futbolín», cantaba la vida a despecho rimando algún verso sin buscar el fin).

Sería injusto, tras apurar la copa, no dar las gracias a todos ustedes. Gracias.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad