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En 1915, Antonio Machado era un joven poeta y profesor de francés en un instituto de Baeza (Jaén). Un periódico local llamado 'Idea Nueva' cumplía su primer aniversario y le solicitó un artículo. Su respuesta fue un hermoso texto que constituye un alegato en favor ... de la prensa que hoy mantiene plena vigencia. «La prensa contribuye a crear la vida ciudadana, es un reflejo, acaso el más fiel, de la conciencia colectiva. Sin la prensa, dada la constitución de las modernas sociedades, nuestra vida languidecería en un privatismo torpe, inmoral, egoísta. La ignorancia de cuanto atañe al interés de todos, consecuencia inmediata de la falta de prensa, disolvería pronto a las naciones en cabilas, las ciudades en tribus. Sólo los partidarios más o menos conscientes, más o menos embozados, de un retroceso a la barbarie pueden ser enemigos del periódico», escribió Antonio Machado.
Doce años antes nacía LA VERDAD en Murcia. Han transcurrido 120 años desde entonces. Tanto tiempo ha pasado que en su largo recorrido por la historia, el periódico y la Región, como dos vías de ferrocarril, convergen en un punto de fuga que, de alguna manera, les haría indistinguibles para un observador que estuviera alejado en el tiempo y el espacio. Ya no es posible entender la Región sin la presencia del diario como comprometido relator de sus vicisitudes y sus aspiraciones, ni la del periódico sin ese propósito fundacional de informar, vertebrar y catapultar a una tierra en la que hunde raíces muy profundas. Es una historia de amor correspondido que, en términos periodísticos, dura una eternidad y que también merece ser celebrada, con humildad, afán de superación y responsabilidad. Somos conscientes de que el periódico de papel o digital del día anterior no sirve para el de mañana. En definitiva, serán nuestros lectores quienes decidan la longevidad de una cabecera con la que crecieron varias generaciones de murcianos. Mi opinión es que LA VERDAD es hoy más necesaria que nunca, pero también que su presencia referencial durante otros 120 años debe cimentarse día a día dado que nada en nuestra sociedad actual tiene garantizado su futuro. En este artículo trataré de explicar el porqué.
El periodismo puede ser de buena o mala calidad, pero nace vinculado a una noble causa: la elaboración y difusión de información veraz y el libre intercambio de ideas. Un derecho de la ciudadanía que ya estaba presente en la Constitución de las Cortes de Cádiz de 1812. El artículo 371 de 'La Pepa' es cristalino: «Todos los españoles tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de licencia, revisión o aprobación alguna anterior a la publicación, bajo las restricciones y responsabilidad que establezcan las leyes». Para que la idea del autogobierno cuajara y diera paso a la democracia, fue necesario primero que la imprenta y las ideas de la Ilustración favorecieran el intercambio de conocimientos y opiniones bajo el imperio de la razón. El espacio público propicio para ese debate ciudadano sobre las decisiones políticas fueron los periódicos de papel, auténticos vigilantes de un poder que se avino en España a ese escrutamiento blindado en nuestra primera Constitución liberal. Pero no solo ocurrió aquí en España. Dos décadas después, Alexis de Tocqueville postulaba en su célebre obra 'Democracia en América' que la libertad de prensa era imprescindible para las sociedades democráticas. «Confieso que no profeso a la libertad de prensa ese amor completo e instantáneo que se otorga a las cosas soberanamente buenas por su naturaleza. La quiero por consideración a los males que impide, más que a los bienes que realiza», escribió Tocqueville tras visitar América. Más de dos siglos después, los periódicos aún un soporte fundamental para profundizar en los hechos y explicar fenómenos complejos y globales de forma jerarquizada y contextualizada. Los diarios también persisten como territorios consagrados al cobijo de opiniones plurales, como santuarios para la reflexión y para la cristalización de ideas frente al pensamiento fragmentado, líquido y muchas veces virulento de las redes sociales.
Los relevantes cometidos de los periódicos que apreciaba Tocqueville siguen blindados por la Constitución de 1978, pero no así la viabilidad económica de los diarios, como históricamente ha sucedido. Hoy existen una veintena de diarios centenarios en España, pero son muchos más los periódicos que nacieron y luego desaparecieron desde 1903 hasta nuestros días. La pérdida de cabeceras adquirió un ritmo vertiginoso a consecuencia de la crisis financiera de 2008 y del proceso de digitalización, especialmente en Estados Unidos, donde en uno de cada cinco condados ya no hay diarios locales, sin que florezcan alternativas digitales. En esos 'desiertos de noticias', los ciudadanos tienen a su alcance información nacional e internacional a través de internet y televisión, pero desconocen lo que acontece y les afecta directamente en su comunidad o a su municipio más próximo. En nuestro país ya hay varias capitales de provincia sin diarios de papel. La España vaciada también es la España desinformada. No es este un asunto menor porque la erosión del periodismo local acelera algunas de las peores tendencias apreciables en nuestra vida pública. Un exhaustivo informe de la Universidad Northwestern concluyó que en las comunidades sin una fuente creíble de noticias locales la participación de los votantes disminuye, aumenta la corrupción tanto en el gobierno como en las empresas y los residentes terminan pagando más en impuestos por la menor fiscalización del gasto público. Sin periódicos regionales y locales disminuye el sentimiento de pertenencia, el compromiso cívico y la acción política del ciudadano. Como bien explicó Tocqueville, la prensa independiente ayuda a constituir las asociaciones y colectivos que actúan en la comunidad. «Si no hubiera periódicos casi nunca habría una acción común», afirmó. Esa es la razón por la cual en la historia de Estados Unidos, de España y de la Región de Murcia, cada vez que se produce una reforma social relevante hay periódicos y periodistas vinculados, bien impulsando esos cambios o templándonos. Hoy no se podría entender la creación de la Universidad de Murcia y de la Mancomunidad de los Canales del Taibilla, o la denuncia durante décadas del estado del Mar Menor, sin la presencia activa de LA VERDAD.
Esta progresiva desaparición del periodismo local conlleva una merma de la calidad democrática pues además viene acompañada de una pandemia maliciosa de información falsa, una creciente polarización política y una gran brecha digital y económica entre ciudadanos y regiones. Este problema genera especial preocupación en Estados Unidos, un país dividido a partes iguales entre demócratas y republicanos y en claro riesgo de retroceso democrático. El asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 por los seguidores de Trump es la manifestación más visible y violenta de esa polarización afectiva que crece de manera exponencial en las redes sociales, donde cada vez pasan más tiempo los ciudadanos que carecen de fuentes locales de información fiable. Los profesores Mateo Hittt, Josue Darr y Juana Danaway publicaron en 2019 un estudio que concluye que a medida que desaparecen los periódicos locales, los ciudadanos recurren también cada vez más a periódicos y televisiones nacionales, que enfatizan el conflicto partidista y relegan las agendas más ciudadanas. Estos investigadores comprobaron un efecto curioso: en los condados sin diarios locales eran menos los casos de personas que mostraban una votación dividida por un senador de un partido y por un candidato presidencial de otro, como producto del desconocimiento cada vez mayor de los candidatos locales. Los 'desiertos de noticias' crecen generalmente en lugares tradicionalmente desatendidos y con dificultades económicas, siendo el blanco perfecto para la desinformación que realizan organizaciones ligadas a los grandes partidos. Lo hacen no solo a través de las redes sociales. También por medio del 'periodismo de baba rosa', un término acuñado por el periodista Ryan Zickgraf para describir el modo en que empresas privadas explotan la confianza de los estadounidenses en los medios locales para vender un producto periodístico de calidad muy inferior con fines políticos.
El término 'baba rosa' es una alusión al controvertido subproducto de carne similar a una pasta que supuestamente se agregaba a la carne picada sin etiquetar en los supermercados estadounidenses. Este periodismo es lo opuesto al sensacionalismo de la prensa amarilla, pues pretende colar mensajes políticos entre contenidos aparentemente inocuos en periódicos de papel y digitales que se nutren con opacidad del dinero de formaciones políticas. Una investigación del 'New York Times' reveló hace dos años una red de mil sitios web que pretendían ocupar el vacío dejado por la desaparición de periódicos locales en todo el país. Esta red usaba para esos medios nombres como 'Des Moines Sun', 'Ann Arbor Times' y 'Empire State Today', que recordaban a cabeceras locales con solera. Estos medios digitales tenían aspecto de diarios tradicionales e 'informaban' sobre política local, acontecimientos sociales y, a veces, temas nacionales, al igual que cualquier periódico local. Pero tras esa apariencia formal, muchas de las historias estaban dirigidas por grupos políticos y empresas de relaciones públicas, para promover a un candidato o difamar a un rival.
Algo similar sucedió en España con el entramado de empresas de la 'red Púnica', un caso judicial despiezado en varios sumarios que están siendo instruidos y juzgados en la Audiencia Nacional. El objetivo de estos sitios web con apariencia de verdaderos diarios locales era generar, previo pago, en algunos casos de dinero público, contenidos informativos positivos para políticos, en su mayoría del PP, con la aspiración de indexarlos lo más arriba posible en el buscador de Google con técnicas de posicionamiento SEO. Lo que prometían a los políticos los dos presuntos cabecillas, el empresario Alejandro de Pedro y su colaborador el exalcalde socialista de Cartagena José Antonio Alonso, era que la acumulación inducida de noticias positivas acabarían 'sepultando' a las negativas en el buscador de Google, de tal modo que acabaría mejorando la reputación digital de los clientes de cara a las elecciones locales y autonómicas. Una auténtica sinvergonzonería por la que serán juzgados varios políticos murcianos, pero del que se han librado otros porque la intervención policial se produjo días o semanas antes de cuando presuntamente iba a realizarse el pago por esos servicios.
La transformación digital de las cabeceras nacionales, regionales y locales es un proceso imparable para adaptarse a las necesidades de las audiencias, que han incrementado el consumo de actualidad a través de teléfonos y otros dispositivos móviles. La parte positiva es que se abaratan los costes (no hay distribución ni gasto en papel, cada vez más caro) y se puede en innovar en nuevas narrativas periodísticas multimedia. La cruz es que las reglas de internet son fijadas por las grandes plataformas, que se llevan la parte del león de los ingresos publicitarios digitales y además no asumen ninguna responsabilidad por los contenidos que difunden, muchos de ellos procedentes de medios de comunicación tradicionales. Es más, una auditoría realizada hace dos años por 'The Washington Post' reveló que Google News ofrece asuntos de interés local pero en las webs de los grandes medios nacionales, en perjuicio de los locales, que rara vez llegan a la primera página de este servicio de la firma estadounidense.
Otro fenómeno creciente es el de personas que utilizan las redes sociales para leer noticias políticas. El nivel de uso ya se asemeja al de los periódicos digitales (45,9% de los españoles), según la II Encuesta Nacional de Polarización realizada por el Centro de Estudios Murciano de Opinión Pública (Cemop), adscrito a la Universidad de Murcia. El gran problema es que las redes sociales son los principales canales de difusión de las 'fake news'. La desinformación constituye ya una auténtica industria que mueve miles de millones de euros. El Instituto de Internet de la Universidad de Oxford asegura que hay evidencias de manipulación organizada y sistemática en los debates públicos de 81 países. Intoxicaciones ideadas para alterar procesos electorales o como herramientas para ganar influencia geopolítica, fundamentalmente. Aunque existe un compromiso de Facebook, Instagram y Twitter de combatir las narrativas falsas, el avance es insuficiente, sobre todo porque el número de acuerdos por parte de partidos políticos y gobiernos con firmas privadas especializadas en propaganda digital no para de crecer. Este tipo de empresas ya están presentes en 48 países, incluido España.
El trabajo de estas compañías está adquiriendo un perfil más profesional e industrial, lo que acentúa la eficacia de sus trabajos para, a través de las redes sociales, difundir propaganda política, contaminar el ecosistema informativo digital y erosionar la libertad de prensa. Los efectos de esta desinformación en la calidad de las democracias es preocupante, ya que está detrás de la creciente polarización política de las sociedades occidentales, del declive de la confianza ciudadana en sus instituciones y del avance de los posicionamientos más populistas y radicales. Combatir la desinformación será cada vez más difícil porque los avances en inteligencia artificial son brutales.
Por todo lo detallado a lo largo de este artículo es importante para las sociedades democráticas que esté garantizada la continuidad de proyectos editoriales como LA VERDAD. Ahora somos más necesarios que nunca porque el mejor antídoto para hacer frente al desafío de las narrativas falsas es la elaboración y difusión de información veraz, especialmente en el ámbito regional y local. Para garantizar nuestra independencia editorial y avanzar en la transformación digital hemos apostado por un modelo de suscripción como la mayoría de los grandes diarios. Es una apuesta por el periodismo de calidad frente a una alternativa desoladora, la búsqu eda de audiencia a toda costa, lo que implica apostar por contenidos virales de nula utilidad pública para una ciudadanía entretenida pero desinformada.
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