Que me gusta a mí una buena historia de conspiraciones. Incluso cuando me la cuenta alguien que se la cree de verdad, en cuyo caso ... estaríamos hablando ya de conspiranoia, mi cabeza no se va a 'madre mía esta persona está como una carraca', que es lo más común. Mi filólogo interior se pone a anotar las unidades narratológicas de la historia. Me lo paso teta. Por algún motivo –mis peinados, o mi condición de librero de segunda mano, o mi incapacidad para decir no– soy un imán para iluminatis y conspiranoicos. No me importa. Tengo grandes amigos en ese baqueteado sector de población. 'Friqui lives matter'.
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Al margen de que te rías más o menos al oírlas, las teorías de la conspiración pertenecen a una estirpe literaria poderosísima, que recorre el folklore universal desde que nuestra especie existe. Su éxito parece deberse a un sesgo cognitivo: nuestro cerebro reacciona mal a la incertidumbre y a lo que no comprende, y tiende a crear explicaciones allá donde no llega, un poco como cuando la privación sensorial prolongada nos produce alucinaciones visuales o auditivas.
Como los espejismos, vaya.
Pues no. No vayas tan de listo. Espejismos y fata morgana no son alucinaciones, sino distorsiones visuales. Bueno, volviendo a los sesgos cognitivos: somos seres fabulantes, y el vacío nos repele. Llenamos de sentido –o similar– los huecos donde no lo encontramos, y de ahí la literatura, las religiones y los tatus de mi prima Jessi. Una teoría de la conspiración aporta una explicación simple a un hecho confuso o que no queremos aceptar, y le añade un plot twist que la hace autoinmune: hay una élite oculta y maligna que no quiere que esa verdad revelada salga a la luz, y emplea su inmenso poder para manipular, violentar y mentir. Contado así igual os parece el equivalente narratológico del timo del tocomocho, pero los mitos fundacionales de las tres religiones del libro son versiones de este mecanismo, ya me diréis si funciona o no.
Aunque no me creo ni una coma, comprendo la fascinación que despiertan este tipo de relatos, su onmipresencia en todas las literaturas (orales o escritas) de la humanidad. Están en Hesíodo, en Cicerón, en Shakespeare, en Conrad, en Philip K. Dick, en 'El código Da Vinci'. Están en 'Ciudadano Kane', en 'La invasión de los ultracuerpos', en 'Matrix'. Están en la Torá: Koraj conspirando contra Moisés y llamándolo manipulador de masas para tratar de convencer a los judíos de permanecer en Egipto. Comprendo, también, su tremendo poder, que reside en la facilidad con que saltan del terreno de la ficción al de la mística, y de ahí a las sectas y a la alienación total. No es casualidad que L. Ron Hubbard, fundador de la poderosa Iglesia de la Cienciología, fuese escritor de ciencia ficción. Todo son risas y cuentos de lagartos espaciales hasta que tu Hermano Supremo te pide con una luminosa sonrisa el pin de la tarjeta.
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Tal vez me estoy dejando llevar un poco: llevo toda mi vida rodeado de creyentes y aún no me han pedido ningún pin. Y para ser justo ellos me han dado mucho: toda la preciosa saga de los Anunnaki, esa delicada fantasía sobrenatural que actualiza la vieja mitología asiria a nuestros días. O la de los reptilianos, descacharrante toda ella. O incluso aquella del Bar España –versión local casi copiada de la del Pizzagate– que iba escalando en sórdidos disparates conforme aparecían personajes cada vez más famosos. La avioneta antilluvia se encontró con las fumigaciones masivas de la teoría de los 'chemtrails' y yo me lo seguía pasando pipa. Hasta el revival antivacunas, a manos de aquel pirado que decía que «provocaban autismo», que fue el momento en que empecé a aburrirme barra molestarme, las teorías de la conspiración eran para mí un divertido subgénero oral/digital de la literatura popular.
Por desgracia, el subgénero ha caído estrepitosamente en manos de la ultraderecha. A la chaladura del Pizzagate, esa trama de pederastia e infanticidio a manos de políticos y jueces en EE UU, se le añadió el pegote QAnon, que consiste en que Trump –ese héroe– iba a impartir justicia revelando la verdad y enviando a prisión a medio Partido Demócrata, pero la izquierda montó un pucherazo contra él y no pudo ser. Lo último: el cambio climático no existe, te engañan. En verano hace calor. Hay helicópteros provocando incendios para manipularte. Cuando la propaganda entra por la puerta, la literatura salta por la ventana. Las conspiranoias te prometían una épica, formar parte de los iniciados, tomar la pastilla roja de la verdad contra la mansedumbre del rebaño. Ahora lo único que parecen pretender es llevarte de la mano a votar a las derechas. Y yo para eso no hago palomitas.
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