El primer ministro británico, Boris Johnson, toda su vida ha tenido particular afición a las fiestas, legales o irregulares. Es lo que aquí se llama un 'cierrabares', compartiendo definición con determinado político español. Existe un lujoso libro sobre los irritantes hábitos de la élite inglesa ... en los años 80 donde sale él, ya con ese nido amarillo en la cabeza. De lo que no había noticia es de que incluso en lo que bebe podía engañar a su país. A ningún inglés salido de la crema de la crema lo fotografiarían festejando con un bote de vulgar cerveza española Estrella Damm en la mano. Por mucho menos que eso en Inglaterra te consideran un vendepatrias. Tras eso vendría, en los buenos tiempos –ya no son los buenos tiempos ni en Inglaterra ni en ningún sitio– una sentencia a acabar colgado, pena que en las islas se reservaba para las más altas villanías.

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Naturalmente, estoy completamente de acuerdo, como suele ser normal en mí, con los ingleses en este gravísimo asunto. Si el 'partygate' de Johnson lo tambaleaba, el 'estrellagate' debería apartarlo de la política. Que sea un personaje atarugado es lo de menos (siempre sería preferible al resto de altos dirigentes europeos de los últimos años). En el país de las magnificentes 'ales', una por cada 'pub' de produccion propia, no te pueden sorprender con un bote de 'lager' de stock pillado, no ya en un super de compre uno y llévese todo, sino más bien en uno de esos 'mercados de las pulgas' anglosajones. Eso es como si Putin sale ante sus electores amorrándose a una botella de vodka de garrafón salido de El Palmar, Murcia. Putin podría sobrevivir políticamente a una derrota en Ucrania, pero nunca si lo pillan traicionando la auténtica esencia de su país. No lo superaría ni aunque todos los otros candidatos a las elecciones murieran misteriosamente, algo de mucha costumbre en Rusia. Si sir Kingsley Amis viviese a día de hoy, actualizaría su libro 'Sobrebeber', acerca de cómo un caballero británico debe coger un tablón digno, con un capítulo entero abominando del bote de cerveza de Johnson. Lo calificaría como impropio de su posición. Y como apropiado para un aspirante a la horca.

En Inglaterra puede saberse que bebes Jerez. La clase de la que procede el primer ministro se permite el verdadero, no el indescriptible 'english sherry'. O cognac, si no brandy, como se sabía de Churchill, que dejaba tiritando una botella al día. Lo que no puede hacerse público es que le das a algo que en la propia España solo puede trasegarse con cierta presencia de ánimo en las 'raves' ilegales, siendo primer ministro del país que ha hecho de su cerveza un monumento a lo inmejorable (estuvo en trance de desaparecer en los años 70, cuando se puso de moda lo continental, pero afortunadamente el Príncipe de Gales avaló un movimiento de recuperación). Señor Johnson, ¿quién hace la compra en Downing Street? Hay un infiltrado. No tener ni una asquerosa Carling –carne de hooligan parado– en la despensa merece que el Parlamento ponga de patitas en la calle hasta a su chófer. Con vd. en el asiento de atrás.

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