Como si se tratase de dos líneas paralelas que se proyectan en el espacio, dos ofertas de pactos han sido lanzadas por PSOE y PP. ... En el primer caso, el ministro de Presidencia, Félix Bolaños, ha realimentado el ofrecimiento que hace semanas realizó Pedro Sánchez al Partido Popular, y ha planteado con rotundidad: «Si el PP renuncia a pactar con Vox en toda España, el PSOE le ayudará a la gobernabilidad». En el segundo, Génova ha impelido a Ferraz a firmar un pacto para que la lista más votada sea la encargada de gobernar. Ambos ofrecimientos resultan casi simétricos, y, si se retoma la imagen antes descrita, se inscriben como líneas paralelas dentro del espacio político español. La cuestión, empero, que toca ahora saber es si, en algún momento, dichas paralelas convergerán en algún punto concreto e inaugurarán un periodo de grandes pactos.

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El principal obstáculo para que tal confluencia se produzca se llama Vox. Parece evidente que, a día de hoy, y hasta nuevo pronunciamiento de Feijóo y de sus líderes autonómicos, el PP prefiere gobernar con el apoyo de la ultraderecha que de la socialdemocracia. España no es como Francia. Y, en un ejercicio de política-ficción, sería harto revelador plantear un escenario de elecciones a doble vuelta en las que pasaran a segunda ronda el PSOE y Vox. ¿Para quién pediría el voto el PP? Aunque se trate de una situación que por la singularidad del propio sistema electoral español nunca se va a producir, vale la pena imaginar cuál sería la decisión adoptada por el partido de centro-derecha. Porque, con mucha probabilidad, el PP de hoy –24 de abril de 2022– no elegiría la mejor opción para nuestra democracia. Y –conveniente es matizar esto– no pretendo afirmar con ello que la mayoría de los afiliados del PP muestren connivencia con los postulados de la ultraderecha. El problema de la formación que preside Feijóo es que, por un lado, no sabe cómo escapar al anti-PSOE que aporta su rasgo ideológico más privativo, mientras que, por otro, pretende mantener cierto hilo de coherencia con la catastrófica política de pactos con Vox que ha marcado el liderazgo del tándem Casado-García Egea.

Con respecto al primer aspecto señalado –el acendrado sentimiento anti-PSOE del Partido Popular–, se objetará que es lógico y saludable que el principal partido de derechas del espectro político español construya su identidad por medio de su oposición al principal representante de la izquierda; entre otras cosas, porque lo mismo sucede con el PSOE en referencia al PP. Pero –y he aquí el matiz– no es lo mismo construir un marco ideológico propositivo que, por lógica derivación, se oponga a las políticas de izquierdas que, por el contrario, esta arquitectura ideológica descanse en la negación a priori de todo lo que provenga del PSOE. Oponerse a las políticas de izquierdas es una generalidad que se le presupone a cualquier partido de derechas; atacar, sin excepción, todo lo que provenga de un determinado partido político –el PSOE– constituye una estrategia de individuación que impide el buen funcionamiento democrático. La 'ideología negativa' del PP –que, para desgracia de los españoles, se percibe, en mayor o menor grado, en todo nuestro espectro político– ha determinado una inercia que ya no es que resulte peligrosa por su acérrima oposición al PSOE –algo que, después de varias décadas, ya está normalizado–, sino porque, al excluir a este de cualquier operación o fórmula de gobernabilidad, convierte en preferible cualquier alternativa –aunque esta suponga echarse en brazos de la ultraderecha–.

Durante las últimas semanas, y tras ser interrogado sobre su opinión acerca de la entrada de Vox en el Gobierno de Castilla y León, Feijóo se ha atrincherado en una argumentación heredada del 'think tank' de Casado: «No va a venir el PSOE a darnos lecciones de pactos». La idea que sustenta esta fórmula evitativa es que, tras pactar con Podemos y Bildu, Pedro Sánchez no está legitimado para afear al PP sus matrimonios de conveniencia con Vox. El reconocimiento implícito que encierra este ejercicio de 'y tú más' es que, efectivamente, pactar con Vox es una perversidad, pero que el PSOE es el menos indicado para denunciarla porque sus alianzas resultan igualmente perversas. Obsérvese la literalidad del razonamiento: en lugar de obrar correctamente, nos amparamos en las aberraciones del adversario para actuar con igual grado de aberración.

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El argumento, pues, y si nos detuviéramos en este punto, se deconstruye por sí mismo. Pero es que, además, y con independencia de la simpatía que nos puedan suscitar algunas formaciones, el único partido que quiere suprimir las leyes contra la violencia de género, que exhibe su racismo y xenofobia sin complejos, al que le encoleriza la libertad de prensa y que combate sin tregua el feminismo es Vox. O lo que es igual: Vox es el principal peligro que amenaza a la democracia española. Ninguna otra formación conlleva tal riesgo para nuestra carta de derechos y libertades como el que comporta la ultraderecha. Y, después de sostener gobiernos autonómicos como los de Andalucía, Madrid, Murcia y, ahora, Castilla y León, Feijóo, en lugar de reconocer honesta y valientemente el error de esta estrategia y acabar con ella, intenta camuflarla y maquillarla con una política de silencios, ambigüedades y fueras de campo. Ser coherente con los errores pretéritos supone agigantar el efecto destructivo de estos. O las líneas paralelas convergen, o España escribirá otro triste capítulo de la aniquilación de la UE.

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