El añorado Asensio Sáez calificó a La Unión, en uno de sus varios textos sobre su pueblo, como «ciudad alucinante». Asensio, de manera magistral, sabía buscar la mitificación del pueblo exminero, pues conocía la fuerza del mito, a veces más importante que la realidad misma. ... Pero mitos aparte, es cierto que La Unión es alucinante en muchos sentidos.
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Pero yo, junto al alucinamiento de la ciudad, siempre la he visto con una sensación de escalofrío metafísico y de muerte. Supongo que a esa impresión tenebrosa contribuyen algunos hechos. Yo comencé a ir al festival siendo muy jovencito. La primera vez que estuve hubo un crimen por una trifulca o un intento de robo, no recuerdo. Injustamente, ese suceso, quedó grabado en mi mente: durante años vi al pueblo como un lugar peligroso y sangriento, cosa que la verdad desmiente cada día. Es un pueblo de gente afable y amistosa.
Recuerdo que entonces se echó la culpa a de aquel suceso a los gitanos, pero los gitanos allí son gente estupenda y muy integrada, sobre todo a través del flamenco. No recuerdo cómo acabó el asunto, hace muchos años de aquello.
Yo gané en varias ocasiones el premio de periodismo del festival (antes de ser director, no sean mal pensados), la primera en compañía del fotógrafo Paco Salinas; en la segunda ocasión fue con el texto 'Las cenizas anónimas del Rojo el Alpargatero'. Ello me llevó a visitar varias veces el cementerio local, la tumba número 7, sin lápida ni recordatorio, y vi los viejos panteones del siglo XIX semiabiertos, desvencijados, desprendiendo aún el humus orgánico de la muerte.
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Cuando años después fui director de su famoso festival, durante las duras y oscuras noches de invierno en las que me trasladaba a La Unión para reunirme e ir preparando el certamen, al regresar a casa, ya de madrugada, tenía que cruzar varias carreteras locales (tenía que pasar frente al cementerio) y recorrer una zona de intensa niebla antes de alcanzar la autovía. No tenía miedo a nada concreto, ni a ser asaltado, ni a los vivos ni a los muertos, a nada. Y, sin embargo, viendo por el retrovisor alejarse la sierra desvencijada de La Unión no podía evitar un escalofrío indefinido de soledad, de pequeñez, de miedo metafísico ante la grandiosidad del paisaje que se alejaba.
Pero La Unión no es solo eso. He escrito en el título 'La Unión alucinante y metafísica', no 'La Unión, alucinante y metafísica'. Una coma cambia mucho las cosas. Hoy es una ciudad llena de historia que trata de levantarse tras el fin de la minería y tras las sucesivas crisis. Mi maravilloso pueblo casi de adopción, del que poco a poco me voy despidiendo.
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