Con todo esto de los últimos días sé que es difícil de recordar, pero hace una semana el mundo se paraba porque había elecciones en ... Castilla y León.
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Decía Miguel Ángel Cámara, que hubo un tiempo que fue el alcalde de Murcia más parecido que ha habido y habrá a un caudillo por su tiempo de reinado, que un día en política es un mundo. Que se lo pregunten a los de la moción de censura de aquí que se despertaron un martes creyendo que iban a San Esteban y se acostaron un viernes en el paro y sin subsidio.
En fin, que aquí todo va a la velocidad de la luz menos el sanchismo, que uno nunca sabe ni cómo ni cuándo puede ser que sobrevivan a cualquier cosa aún cuando pierden estrepitosamente. De los malos hay que aprenderlo todo, pero ese es otro capítulo para el domingo que viene.
Volviendo al socialismo, el pasado domingo perdió. Una derrota esperada desde el principio pero que se tornó más amarga por el efecto placebo del CIS y algún par de casas de encuestas más que hicieron el mismo ridículo que en las elecciones madrileñas, con el agravante de que aquí reincidían y la izquierda como ideología no debe permitirse caer más de dos veces en la misma autocomplacencia.
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El caso es que Mañueco ganó las elecciones y Vox va a jugar a entrar en el Gobierno, algo que probablemente consigan para horror de los que duermen a pierna suelta cuando Pedro Sánchez saca sus presupuestos con terroristas. Es una pena que la bomba mediática del momento le haya robado sus 15 minutos de fama a Soria YA!, porque su líder parecía un tipo sensato del que probablemente más de un dirigente de Somos Región debería aprender si quieren que la marca triunfe en Murcia, pero en fin. Tempus fugit y aquí ya estamos a otra cosa.
En realidad el artículo de hoy no va ni de Pedro Sánchez, ni del socialismo, ni de la España Vaciada, ni de Vox ni de ese tema del que usted me habla que es el que lleva desde el miércoles copando el 100% de noticias en televisión. Lo que hoy escribo va de un señor que se llama Luis Tudanca.
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Este leonés era el candidato del PSOE a la presidencia de la Junta de Castilla y León. Debe llevar al menos cuatro años como líder, porque ya se enfrentó a Mañueco en 2019, pero entonces a nadie al este peninsular le importaba lo más mínimo lo que pasaba en Valladolid. No debe ser precisamente el político más popular ni en Moncloa ni en Ferraz, y al parecer el nuevo jefe de gabinete de Pedro Sánchez le odia. Quizás esto último sea meritorio, pero yo ahí ya no me meto.
El caso es que Luis Tudanca perdió las elecciones el domingo después de que hace tres años las hubiera ganado de forma contundente. Ante derrotas electorales, algunas tan dignas como la suya que consiguió remontar hasta cinco escaños durante la campaña, estamos acostumbrados a escuchar discursos de derrota bastante lamentables. Una combinación entre «votáis mal», «España no me merece» y «que viene el fascismo». Derroche de indigencia intelectual, para no variar.
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Sin embargo, el domingo pasado el líder de los socialistas castellanos y leoneses dio una de las mejores ruedas de prensa de perdedor electoral y ganador moral que he visto en mi vida. Compareció afligido, pidió perdón por no haber cumplido con las expectativas, se culpó exclusivamente a sí mismo de la derrota, anunció que se retiraba para que otros cumplieran con un objetivo que le superaba en importancia a él como líder y como persona, deseó suerte al ganador y, casi con lágrimas en los ojos, se despidió de la prensa con una mirada de decepción personal y tristeza que ablandaría hasta al más duro de los voxistas.
En estos momentos en los que la política es un fango horroroso que genera una vergüenza ajena por la que hay que pedir perdón sin parar, un socialista de León se convirtió en el símbolo de que a veces no hay mayor victoria que la de la dignidad de la derrota. Luis Tudanca no es lo más importante que ha pasado esta semana, pero probablemente su actuación sí que haya sido la más digna.
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En fin. Lo que hay que escribir para no hablar de lo que uno quiere hablar de verdad.
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