Mi amiga tiene una finca a los pies de La Sagra, el pico que con sus más de 2.300 metros compite en altura con ... los de Sierra Nevada; sus abuelos la compraron allá por los setenta prendados de sus verdes infinitos; también de los manantiales y la caza. Más de treinta años llevamos yendo allí juntas, en invierno a ver la nieve y en la enorme chimenea calentarnos con leña de encina, la mejor para los días helados; en verano salimos a caminar muy temprano para no achicharrarnos y a la vuelta un baño en la poza, aperitivo, comida, siesta, lectura, charla, cartas y a la cama, aunque algunas noches antes de acostarnos buscamos estrellas en el que es uno de los cielos más oscuros y con menor contaminación lumínica de España.

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Jueves 17 de agosto, cerca de las diez de la noche. Colocamos las hamacas en fila a la entrada de la casa, respaldos hacia atrás y a mirar hacia arriba a ver qué pasa. Una estrella por aquí, otra por allá, un avión que viene, otro que va, y de repente Ciuqui grita espantada: «¿Qué es eso?, ¿qué es eso?», y señala por la izquierda una hilera de luces a modo de tren que en un plisplás ya está en el otro lado. ¿Una flota de ovnis, una alineación de meteoritos, drones en manada? Jorge nos saca de la duda al hablarnos de Starlink, el proyecto de Elon Musk para poner en órbita miles de satélites y llevar a todo el planeta internet de banda ancha. SpaceX se llama el programa. Antes de acostarme internet me chiva que desde 2019 el magnate sudafricano ha lanzado unos 360 de estos trastos que pesan cerca de 260 kilogramos y tienen aproximadamente el tamaño de un automóvil aplanado. Su idea es tener en órbita unos 42.000 en los próximos años y los astrónomos ya han puesto el grito en el cielo ante el considerable riesgo de colisión, también porque brillan demasiado y arruinan el trabajo de sus telescopios espaciales.

El sábado buscamos una atalaya y a esperarlos. Hemos leído en la prensa que está previsto que pasen por encima de nuestras cabezas de oeste a sudeste a las 22.19 horas y a esa hora aparecen, con puntualidad británica. Al verlos boquiabiertos nos quedamos pero también preocupados: esta locura solo acaba de empezar, el estrafalario y ambicioso Musk está como una cabra y por ahora no hay regulación espacial ni supervisión medioambiental capaz de pararlo. Reconozco que ver volar a los satélites Starlink es alucinante, pero qué horror que nuestro cielo se llene de artilugios extraños, a mí con mirar hacia arriba y ver lo que veían nuestros antiguos me sobra y basta.

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