No y no. ¿Y cuál es la pregunta? Si estoy preparada para hacerle un hueco a un robot en mi vida. Llámenme carca pero solo ... de pensarlo hiperventilo. ¿Y a qué viene ahora esta agonía? Sábado pasado, CaixaForum+ me recomienda vía 'mail' el documental 'Robots' y como no tengo nada mejor que hacer pulso el play y a ver esta vez qué se le ha ocurrido a la directora alemana Isa Willinger. Desde entonces las pesadillas arruinan mis noches y un mundo repleto de androides a la vuelta de la esquina me perturba.
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Desde hace años ya trabajan en mostradores y recepciones de empresas, parques temáticos, centros comerciales y hasta de ayudantes de cocina, pero en el documental que me tragué el otro día los autómatas se meten en nuestros hogares, en nuestras vidas. Y eso es lo terroríficamente jodido. Las historias de 'Robots' son pura ficción, OK; los protagonistas, actores, entendido, pero qué duro ver al rarito de Markus, que vive en una autocaravana más solo que la una, enamorarse de Harmony, la androide de piel de silicona, tetas enormes y melena rubia con la que viaja y comparte charlas filosóficas y románticas cenas a la luz de la luna, y a la que tiene que hablar con frases cortas y claras, si no, no pilla una. Mientras, en Japón, el simpático humanoide Pepper aterriza en casa de la abuela Sakurai para evitar su deterioro cognitivo y hacerle compañía.
Ameca, el robot más avanzado del mundo; H1, un todoterreno perfecto para rescates que vuela y camina por cualquier superficie, Optimus, el robot de Elon Musk que riega plantas, transporta cajas y baila sin perder el equilibrio; Digit, los androides que Amazon prueba en su centro de robótica en Seattle; hay otro de nombre Nicobo y aspecto gatuno al que de vez en cuando se le escapa una que otra ventosidad, afortunadamente sólo acústica... Está claro que estas máquinas fascinan, pero ¿dónde está el límite? Difícil establecerlo más si pensamos en la foca Paro, el más célebre de los robots sociales que te mira si le hablas, responde a las caricias y busca sustituir la terapia con animales en situaciones donde cuidar de un ser vivo es costoso o imposible.
«Mi querida señorita Gloria, los robots no son personas. Ellos son mecánicamente más perfectos que nosotros, tienen una capacidad intelectual asombrosa pero no tienen alma», aseguraba el androide Nexus-6 en 'Blade Runner', la célebre película. Conciencia tampoco, pero ¿a mí quién me asegura que no puedan llegar a tenerla en un futuro? Además, lo siento pero a mí los de apariencia humana que lloran y parpadean me dan un mal rollo que flipas.
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