Les supongo hastiados del beso de Rubiales a Jenni Hermoso, así que mejor escribir sobre el cerebro de Einstein, seguro que mucho más extraordinario y ... singular que el del presidente o ya expresidente, vaya lío, de la Federación Española de Fútbol, al que hubo que haber cesado hace siglos por impresentable.

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18 de abril,1955. Un aneurisma se lleva por delante al eminente científico que fallece en un hospital de New Jersey con 76 años. El cadáver se quema y las cenizas, al río para cumplir sus últimas voluntades: «Quiero que me incineren para que la gente no vaya a adorar mis huesos». Supongo que alguien se fue de la lengua, el caso es que la familia se entera de que Thomas Harvey, patólogo encargado de la autopsia, ha robado el cerebro de Einstein «en un acto en nombre de la ciencia», argumento con el que convence al hijo mayor para quedárselo con el compromiso de utilizarlo solo para fines científicos. Y aquí empieza una fascinante historia que me recordaron ayer en la radio y con la que ojalá se evadan de la machacona actualidad por un rato.

Harvey se va del trabajo con el cerebro diseccionado en 240 trozos conservados en una celulosa transparente y gomosa. Ya en casa envía doce juegos de 200 diapositivas con muestras del tejido cerebral del genio a distinguidos científicos, solo uno contesta: «Nada del otro mundo, sus 1.230 gramos es un peso incluso inferior al del rango normal para alguien de su edad». Arruinado y abandonado por su esposa, cruza Estados Unidos en busca de empleo con los trozos de cerebro en el maletero del coche por si los coloca. Ni caso, hasta que en 1985, treinta años después del robo, la neuróloga Marian Diamon publica el primer estudio en el que asegura que el cerebro del Nobel tiene más células gliales por neurona que el de cualquiera de nosotros. 'Science' replica en sus páginas la historia y son muchos los investigadores que solicitan una muestra que el patólogo les hace llegar por correo en botes de mayonesa que previamente devora.

En 2012 aparecen unas fotos que confirman que, aunque el tamaño y la forma del cerebro de Einstein son normales, el cuerpo calloso es más grueso; los lóbulos parietales, asimétricos; la corteza prefontal, más desarrollada y las células gliales, más grandes, lo que ayudaron, sin lugar a duda, a sus grandes hallazgos. De aplauso, como la victoria de nuestras campeonas frente a los patéticos argumentos de Rubiales para seguir en el cargo. De la huelga de hambre de su madre encerrada en una iglesia de Motril para detener la cacería contra su hijo, a su juicio «sangrienta e inhumana», otro día hablamos, me quedé sin espacio.

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