Al leer a posteriori las miles de atrocidades que se han cometido en la historia de la humanidad, uno siempre tiende a hacerse la pregunta ... clásica de '¿cómo es posible que fueran tan crueles?', '¿por qué la sociedad civil lo toleraba sin rechistar?'.
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Son los interrogantes que, por ejemplo, se planteaban en Estados Unidos en los años 50 y 60 cuando leían sobre el Holocausto. Lo hacían en sus universidades y colegios para blancos, en sus Estados en los que era ilegal el matrimonio interracial o en los que los negros no tenían, ni de lejos, los mismos derechos que los blancos. Ya ven, es muy fácil ver la paja en el judío ajeno pero muy difícil verla en el afroamericano propio.
Con la intolerancia pasa siempre un poco así. Pensamos que los grandes males de la humanidad se cometen por personajes caracterizados como la madrastra de Blancanieves, malvada químicamente pura, que se enfrentaban contra una legión de personas objetivamente mejores que Bambi el cervatillo, pobres oprimidos a ojos de cualquier ser humano con un atisbo de corazón.
Pero resulta que cuando cruzamos el rubicón del análisis externo de repente empezamos a entender que esto del totalitarismo tiene una escala de grises bastante vergonzante, pero no por ello menos cierta. Hubo un tiempo horroroso en el que los homosexuales sufrían una persecución social, e incluso familiar, que afortunadamente ya es solo una rémora que poco a poco va desapareciendo hasta ser anecdótica. Lamentable, pero anecdótica. Los armarios de género prácticamente no existen en un país como España, en el que la comunidad LGTBi disfruta de unas cotas de normalización y aceptación que serían absolutamente impensables en naciones tan modélicas como Francia e Italia. Aquí los homófobos ya no se atreven a serlo en público. Ni siquiera el partido catalogado como de extrema derecha lleva en su programa electoral la abolición del matrimonio homosexual, así que a partir de ahí imaginen lo demás.
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Pero al igual que la raza, la religión o la condición sexual jamás debieron ser una causa de discriminación para nadie, ¿por qué ahora sí se puede tolerar la exclusión social de todo aquel que no comulgue con los dictados de la izquierda mediática? ¿Por qué es horroroso, que lo es, que se discrimine a un gay por el hecho de serlo pero no que ese mismo gay insulte de manera cruenta en la manifestación del Orgullo a los grupos de políticos y afiliados del PP o Ciudadanos? ¿Es peor el armario del amor que el armario ideológico?
Pero, por supuesto, la tiranía no se construye solo con el abuso de unos pocos, sino que eclosiona con la tolerancia y aquiescencia de los muchos. Que al alcalde de Madrid le puedan gritar en plaza pública insultos de pésimo gusto sobre su apariencia física solo es posible porque los líderes de opinión de los abusadores, que en este caso son tan variopintos como el exlíder de Podemos o cualquier tertuliano de extrema izquierda (es decir, el 80% de los que circulan por la parrilla), se produce porque estos no solo no condenan los hechos, sino que además los alientan o los justifican con una falacia 'ad hominem' bochornosa de un calibre tal que 'eso le pasa por ser fascista'.
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Ese apelativo es la versión 4.0 de 'llevaba la falda demasiado corta', 'la homosexualidad no es natural' o 'los negros son culturalmente más peligrosos'. Es decir, la colectivización de un grupo al que se denigra y excluye porque alguna razón tan poderosa como subjetiva que favorece que se les aísle por un bien mayor. Porque todas las discriminaciones de la historia, siempre, se han producido por una razón que las justificaba. Por ejemplo, para proteger a los niños blancos de los abusadores negros, para que los judíos no robaran económica y culturalmente a los alemanes o para la perpetuación de la especie humana.
Que ahora toleremos con absoluta naturalidad que ser de derechas es un motivo de discriminación social que hace merecer toda clase de acoso e insulto a aquel que se atreva a ser conservador es una absoluta vergüenza moral que en unos años será tan bochornosa como ahora lo es el antisemitismo, el racismo, el machismo o la homofobia.
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Mientras eso llega, y los demás jugamos al juego hipócrita de juzgar los abusos del pasado mientras replicamos los del presente, hagámonos un favor todos. Con que nos dejemos en paz, diría que basta. O al menos, dejemos de molestar.
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