No hay quien se resista al poderoso influjo para posar ante cualquier teléfono móvil dispuesto para cualquier ocasión. Es un acto rutinario, asimilable a la categoría de otro reflejo condicionado. Imprescindible en todo momento o lugar, en cualquier circunstancia o acontecimiento, surge, automático, el movimiento ... para situarse con presteza ante el objetivo del móvil. Cuan lejana en el tiempo, aunque solo hayan transcurrido pocos años, queda la contención y moderación en los disparos de las cámaras, condicionados por fuerza por la finitud –y el precio no se olvide– de los carretes de película fotográfica. Es una limitación que ha desaparecido por completo, abiertas las compuertas en una desbordante e irrefrenable desmesura, dada la facilidad tecnológica vigente. El motivo para captar imágenes resulta ser lo de menos. Los patrones varían ampliamente, desde reuniones informales de grupos de personas a la inevitable foto de familia, colofón de cualquier acontecimiento público que se precie. En esta actividad hay establecidas algunas rutinas, aceptadas de buen grado. Como escoger a alguien ajeno a los congregados, con aspecto, eso sí, de manejarse bien con los artilugios tecnológicos para, de manera educada, solicitarle si nos puede fotografiar. En cuyo caso el encuadre resulta más conforme, puesto que también cabe el recurso a los escorzos forzados del selfi, si bien a costa de perder cierta profundidad de campo.

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En el contexto actual de masivos desplazamientos turísticos que nos ocupa, dedicación esencial de la sociedad presente, hay una imperiosa necesidad de dejar constancia de 'yo estuve allí'. En un irrefrenable deseo por registrarlo todo en documentos gráficos. Incluso en lugares o situaciones que exigirían un mínimo de mesura, respeto, prudencia y, en definitiva, educación. No solo en cuanto a imágenes personales, véase la inviolabilidad de los rostros infantiles, en circunstancias en las que debe prevalecer el derecho a preservar la intimidad. Como asimismo en esta eclosión apuntada hay quienes se arrogan el papel de fedatarios, pululan sin control como molestos moscardones inmiscuyéndose durante el transcurso de acontecimientos o escenarios, sin cortapisas ni un ápice de consideración, perturbando con sus movimientos el desarrollo del acto, molestando a la audiencia con semejante trajinar compulsivo. En ellos, incluso se aprecia el prurito de emular a fotógrafos de solera, con esforzados escorzos para captar atrevidos encuadres. Esta exuberancia iconográfica apuntada, al alcance de un sencillísimo golpe de clic, corre el peligro de saturar los registros. Sería una forma de devaluar el propósito de las imágenes fotográficas, dotadas de un sentido original, para testimoniar un tiempo y un lugar, en un irreflexivo deseo de pausar y atrapar una vida que discurre sin freno, irremisiblemente destinado al fracaso. Como simples retazos, destinados a engrosar registros perdidos en la irrelevancia y el olvido, en una tendencia a su banalización

Es en cualquier caso manifestación elocuente del enorme poder de la imagen, en todo el complejo tecnológico en el que estamos instalados, ya sea telefonía como televisión o internet. En un afán que, como señalan los teóricos de la sociología, actuaría en detrimento de lo que nos define y conforma como seres humanos, la palabra, ya sea hablada o escrita. En una denuncian el menoscabo implícito de las facultades mentales, al eliminar la capacidad reflexiva para comunicarse, pensar y conocer el mundo. Arguyen que, ante la imagen, estas capacidades especulativas están anuladas, por la simpleza de la mirada, sujeta a interpretaciones subjetivas sin más. Las conclusiones apuntan incluso a que habría incluso cambiado la concepción humana tradicional, desde el 'Homo sapiens' de Linneo, capaz de razonar por medio del lenguaje, sustituido por el 'Homo videns'. Así lo expresa Giovanni Sartori en un polémico ensayo al definir al nuevo ser humano, que solo entiende lo que ve y para el que solo existe lo que mira, un espécimen limitado a la contemplación ocular, imbuido por imágenes y no por conceptos. Sustituido el lenguaje que induce a imaginar aquellas cosas que reflejan las palabras por una impresión visual, receptores pasivos de infinidad de impresiones visuales.

Esta exuberancia iconográfica apuntada, al alcance de un golpe de clic, corre el peligro de saturar los registros

Este exceso señalado sobre tal servidumbre y dependencia de registros por teléfonos móviles quizás implica, incluso a corto plazo, modificaciones sustanciales en las conexiones nerviosas de la corteza cerebral. Estimuladas sin descanso para adaptarse a las subordinaciones reiteradas de este apéndice ahora indisoluble del cuerpo humano. Un nuevo complemento de modo que resulta una rareza excepcional, digna de estudio, atisbar a quien no lo posea. Como se ve un cambio significativo desde esas entrañables fotos en grises y sepia de no hace tanto –ahora reverdecidas por mor de las redes sociales– a la actual inflación de fotogramas. Son innegables las excepcionales ventajas de las imágenes tecnológicas en todos los órdenes. Pero en su justa medida.

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