La mentira es una práctica tradicionalmente relacionada con la profesión política y así está aceptado por gran parte de la ciudadanía. No se trata de ... una actitud moderna, sino que viene de antiguo. De Platón, nada menos, quien la consideraba positiva siempre que la mentira fuese utilizada por los gobernantes, los versados, y no por la masa ignorante, lo que significa un concepto elitista, o patriarcal, que ampara la mentira convirtiéndola en 'razón de Estado' o que, para evitar mayor daño, recurre a una 'mentira piadosa'.
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Hombre, mire usted, a veces puede justificarse...
Puede. Pero, en el día a día, los profesionales de la política hacen más caso a Maquiavelo, quien recomienda la mentira, el fingimiento y las falsas promesas como un instrumento político, es decir, invita a que representen un papel con el objetivo único de escalar poder y preservarlo.
Cuando al exministro Ábalos le preguntan por primera vez sobre el 'caso Koldo', pone cara de póker y responde que no sabe de qué le están hablando, o cuando Ayuso, la presidenta de Madrid, tiene la osadía de ir a Londres para proclamar que en España «se quiere meter el miedo en el cuerpo a los que defendemos la libertad y la vida», el ex se está escudando y la presidenta exagera arbitrariamente por más que lo diga en un inglés casi tan malo como el mío.
A lo último, el juicio sobre si lo que un político dijo es verdad o es mentira queda en manos del pueblo, el cual tiene la posibilidad de castigarles electoralmente si se siente engañado o defraudado. Es cierto que proliferan los disimulos y que algunos políticos de hoy aparecen como mentirosos compulsivos, pero en la dialéctica de la mentira y la verdad no sólo intervienen los políticos, sino también los intereses dominantes (gobiernos, empresas, medios de comunicación, artistas, espectáculos deportivos y sus derechos de retransmisión...), que relativizan verdad y mentira para amoldarlas a sus propios intereses y estrategias.
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Así lo he leído en un estudio que hace un recorrido histórico por la mentira en la vida política y que, finalmente, me ha recordado un poema de don Ramón de Campoamor que lo explica en pocas palabras: «Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira».
Tal cual.
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