Somos muchos los jubilados que cambiamos nuestra recién dejada profesión activa para inmediatamente convertirnos en agentes de bolsa y banco: ya saben, bolsa para el pan que vas a comprar y banco para descansar del paseo. Últimamente, la sentada me sirve para meditar –y para, ... a veces, fumarme un cigarrillo sin que nadie me reprenda– mientras que la caminata me está valiendo para observar la calle, es decir para fijarme en las personas que van por la calle y para reparar en las novedades del entorno, tales como que han puesto una nueva tintorería o una zapatería, pongamos por caso.
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Durante la 'excursión' de hoy, casi todo ha sido positivo: hasta tres veces otros tantos conductores han frenado su vehículo para cederme el paso, no me he cruzado ni sobresaltado con ningún patinete circulando por la acera y solo he visto una caca de perro, diminuta y reseca. Es decir, que vamos aumentando en civismo, si bien aún queda mucho por andar porque, al final del mismo paseo, ahí estaban, marraneando el suelo, restos de bocadillos, latas, bolsas, litronas, plásticos y papeles, a pesar de tener varias papeleras públicas a pocos metros.
Al pasar por una guardería me ha impactado positivamente algo tan sencillo como la cara de satisfacción de un joven padre aupando a su pequeñín, el cual reía a carcajadas. Las guarderías siempre se parecen a las estaciones de tren y a las terminales de aeropuertos, que son las estancias de los abrazos y besos, muy al contrario de lo que ocurre en los macrocentros comerciales, sin ventanas al aire y con una mareante cantidad de cosas para vender y comprar, aunque no nos hagan falta.
Prefiero las 'microcosas', la cercanía... Puede que en mí influya el hecho de ser de pueblo, bendito pueblo, de amplios espacios y tiendas pequeñas, donde conoces al tendero y al guardia urbano, donde puedes llevarte un televisor sin pagar ni un euro porque el vendedor está completamente seguro de que se lo abonarás.
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Recuerdo que el erudito cartagenero Alberto Colao, que fue profesor en la Sorbona, en una ocasión me comentó que él leía las bienaventuranzas en hebreo porque, en ese idioma, 'ashre', bienaventurado, invita a buscar la plenitud espiritual, no a desear la paz en cantidades industriales sino a preguntarte cómo llevas tu paz con el panadero, el compañero, el amigo, el tendero, el conserje...
En definitiva, ser fiel y auténtico en lo poco.
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