Hay una máquina más terrible que la del fango, la máquina del frentismo, que, a su vez, pone en marcha la del odio. Las tres ... coexisten y se retroalimentan en España de un magma común, que degrada a su paso no sólo la política, sino la convivencia misma de los españoles, hasta el punto de que el debate político ha sido excluido de las reuniones familiares o de los encuentros entre amigos en un intento de preservar el mundo de los afectos.

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Esa polarización que nos retrotrae a la terrible imagen de las dos Españas, reflejada magistralmente por Goya en su cuadro 'Duelo a garrotazos', tiene responsables políticos con nombres y apellidos y uno de ellos es Pedro Sánchez. Su responsabilidad es aún mayor que la de sus adversarios, porque como presidente del Gobierno de la nación, tiene la obligación de no enfrentar, de no excluir, de gobernar para todos... máxime cuando las urnas ofrecen una y otra vez la imagen de dos grandes bloques antagónicos, pero numéricamente similares.

Un presidente no puede gobernar sólo para los suyos o sus eventuales socios de gobierno. Un presidente no puede hablar de muros, sino de puentes. Un presidente no puede permitir diatribas como la lanzada por la vicepresidenta María Jesús Montero, estableciendo que ellos son los buenos y los que no opinan igual, los malos. Porque estas actuaciones le restan legitimidad moral, por mucho que tenga la legimitidad legal de ser presidente del Gobierno por el respaldo de una mayoría parlamentaria.

Debería empezar por dar explicaciones sobre las actuaciones de su mujer, tengan o no recorrido judicial

Esa polarización, esa confrontación, de la que no es ajeno su Gobierno, junto a sus frecuentes contradicciones o 'cambios de opinión', contaminan sus declaraciones en pro de una regeneración democrática y nos hacen temer justo lo contrario: el levantamiento de nuevos muros entre españoles 'buenos' y 'malos', la reedición del 'no pasarán', el señalamiento del disidente, el acogotamiento de la justicia mediante su cuestionamiento y su desprestigio social, amén de medidas contra la libertad de información. Y todo ello, bajo el manto de una supuesta defensa de la democracia; sí, pero de la democracia sanchista, en la que, como hemos tenido oportunidad de ver, el Parlamento, sede de la soberanía popular y epicentro de una democracia parlamentaria, es ignorado o puenteado de forma continua por el Gobierno, la Jefatura del Estado ninguneada y convertida en adorno institucional, y las instituciones claves para el ejercicio del poder, como la Fiscalía General del Estado o el Centro de Investigaciones Sociológicas, tuteladas por partidarios acérrimos.

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Que el hombre, que desprecia a los millones de españoles que votan a la derecha y a la ultraderecha en este país, invista de 'mayoría social' las manifestaciones de adhesión a su persona de unos cuantos miles de partidarios, reafirma mi suspicacia y ofrece una idea de por dónde van a ir los tiros de su anunciado 'punto y aparte'.

Si de verdad quiere acabar con el lodazal en que se ha convertido la política, propósito necesario y loable, más que llamar a la movilización general, debería empezar por convocar a sus contrarios y consensuar en sede parlamentaria un pacto para la regeneración democrática, como se hizo para poner límites al transfuguismo.

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Si su propósito es defender la Democracia con mayúscula, debería empezar por dar explicaciones sobre las actuaciones de su mujer, tengan o no recorrido judicial, tal y como él mismo exigió al rey emérito... Porque la transparencia es el principal indicador de la calidad de los gobiernos democráticos y en la España constitucional todavía vigente, nadie debe ni puede estar por encima de la ley, ni aunque sea considerado como el 'puto amo'. Intuyo que estas apreciaciones me sitúan entre 'los malos', al otro lado del muro que el presidente Sánchez y sus acólitos han levantado y pretenden consolidar. Es el precio a pagar por –como el niño del cuento del rey desnudo– señalar sus errores y defender otra forma de ejercer la política y de entender la Democracia.

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