Perdónenme el latinajo (y que me perdonen los humanistas que llame latinajo a este sugestivo concepto), pero solo quiero indicar cómo el tiempo se escapa (o el tiempo vuela) casi a la velocidad del rayo. Tampoco deseo apuntar a esa demoledora variante del 'carpe diem' ( ... otro latinajo que significa vive el momento), una invitación a que no perdamos el tiempo en fruslerías. Porque, lo que en estos momentos me preocupa muy mucho es comprobar que, en esa carrera desenfrenada que es la vida, las cosas que creíamos importantísimas y que nos pasaban ayer, están suplantadas hoy por otras que parecen infinitamente más trascendentes que aquellas. Vivimos una especie de carrera de bólidos hacia el peor imposible. Aunque, más allá de decir que el tiempo vuela, me quedo con la acepción de que el tiempo termina quitando importancia a las cosas.
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Dos ejemplos de urgencia: ¿quién se acuerda del conflicto Pablo Casado, con su intención (creo que más que correcta) de atajar una nueva corrupción en su partido en la Comunidad de Madrid? ¿Quién se acuerda de aquel jefe de la oposición, o de su lugarteniente el murciano García Egea, y de toda aquella bomba que estalló hace apenas dos días? La guerra de Ucrania ha ocultado aquel esperpéntico episodio de la vida política española, que cuando se recuerda, se nos escapa un ¡qué barbaridad!, ¡cuán ingrata es la política! ¡cómo se llega la muerte tan callando, recordando al poeta Manrique! El tiempo ha borrado del mapa una serie de personas que ayer fueron 'importantes' y hoy son recuerdo; son nada.
Y ¿qué me dicen de la Covid? Angustiados por los coletazos de la sexta ola, que, de manera menos dañina, dicen, llegó a todos los hogares españoles, la enfermedad empieza a quedarse en el recuerdo de todos nosotros. Un recuerdo durísimo cuando el disparo dio de lleno a familiares cercanos, o que pasó rozando y supuso el miedo de varios días sobre si te afectará o no te afectará, o, si te llega, si tendrás que ir al hospital o no. El largo episodio de pandemia, que llega este mes a los dos años de duración, empieza a borrarse de la mente de la población. Los diarios dejaron de dar cifras y curvas de la Covid cuando explotó la bomba de Génova, como ahora Casado ha dejado de ser noticia en el momento en que un tal Putin le dio por invadir un país vecino.
Otra nota irrefutable del paso del tiempo es el actual ejercicio de descubrir la identidad de quien nos saluda por la calle con mascarilla, o quien encuentras en un acto social después de muchos años, e intentas descubrir quién es. Reconozco que soy un desastre para tal menester, pero casi siempre me pasa porque a la persona en cuestión no la veo desde hace tiempo, y el tiempo precisamente ha modificado los rasgos que se nos permite ver. ¿Quién demonios serás tú? ¿A ver esos ojos, ese pelo, esa voz...? No nos hagamos mala sangre. El puñetero tiempo hunde ojos, tiñe de blanco cuando no hace desaparecer cabellos, las voces parecen más cascadas. ¡Claro! ¡Si hace diez o quince años que no lo has visto? ¿Cómo no va a cambiar? Y no te hagas ilusiones, él, o ella, ¡piensa lo mismo de ti! ¡Qué viejo está este! ¡Hay que ver cómo pasa el tiempo! Eso: hay que ver cómo pasa el tiempo... pero también, cómo ese paso del tiempo selecciona la importancia de las cosas.
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Nuestro cerebro actúa de manera increíble. ¡Qué selectivo que resulta, pues es capaz de distinguir lo que le preocupa de manera palpable de lo que puede almacenar de menor valor! Lo que no quiere decir que olvide esas cuestiones palpitantes que parecen fundamentales hoy, pero que mañana se sustituirán sin mayor problema. Y, si quieren, hagan una prueba. Yo suelo guardar los periódicos una semana. Al cabo de la misma, los recojo en una bolsa de papel para llevarlos al contenedor de reciclaje. Pues bien, cuando una a una repaso las portadas, siempre me digo: qué barbaridad, ya no me acordaba de esto; ah, es verdad, hubo este accidente terrible; jolín, volvió a empatar el Murcia... ¿Y qué? ¿Qué importa ya lo que pasó el otro día? Menudo barómetro de la actualidad es la prensa.
Estamos hablando de algo tan fútil, tan poco palpable, que vamos a tener que dar la razón al dicho popular de 'tiempo presente, al mentarlo ya es ausente'. ¿Qué nos deparará hoy?
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