El género se crea. Es una construcción social. Nacemos biológicamente mujeres y varones, pero según las costumbres de la sociedad en la que nos haya ... tocado nacer, desarrollamos bien lo que se considera femenino bien lo que se considera masculino bien características mixtas. Y es que hay cualidades que, más allá de ser solo femeninas o solo masculinas, son cualidades humanas: cualidades intrínsecas al ser humano por el mero hecho de serlo. En el siglo XXI, todos los bebés, independientemente del sexo, tienen derechos que deberían disfrutar en pie de igualdad. El derecho a los cuidados, a la libertad, a la justicia, a la equidad, a la educación o el derecho a desarrollarse íntegramente como personas. Es lo que la sociedad debería ofrecer a todos sus ciudadanos. A todas y a todos.

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Si pensamos en el progreso de la sociedad, se necesitaría que la materia gris de todos los individuos contribuyera para asegurar y mejorar los estándares sociales. Una sociedad inteligente no puede permitirse la torpeza de perder la contribución de la mitad de su población. A todas y a todos hay que prepararlos para que desarrollen sus potencialidades, sin diferenciar profesiones femeninas y masculinas, sobre todo si hablamos de profesiones que no dependen de la fuerza física, sino de la fuerza mental y de la aplicación de las diversas inteligencias. No midamos con el rasero del peso de la masa muscular, sino con el del peso de la capacidad cerebral para pensar, idear, investigar, inventar y producir nuevo conocimiento.

Las mujeres han pensado y se han formado desde siempre. Al igual que los varones, tradicionalmente solo se formaban las que nacían en familias adineradas o intelectuales. Y si bien a la mayoría de las mujeres se las relegaba a otras actividades, en todas las épocas ha habido mujeres formadas, pensantes, y con espíritu científico. Eran hijas, hermanas, esposas o mecenas. Aprendían y disfrutaban creando nuevo conocimiento en todas las áreas del saber. No eran muchas, tampoco eran muchos los varones en esos menesteres. Sin embargo, la historia y los libros de texto no las han visibilizado.

Allá donde se produzca ciencia, los cerebros femeninos preparados podrán desarrollarla

La ciencia exige formación y un cerebro despierto y curioso. Y allá donde se produzca ciencia, los cerebros femeninos preparados podrán desarrollarla. La cuestión es que hay campos de la ciencia que tradicionalmente se han definido como masculinos y otros como femeninos. Pero es una cuestión social y cultural que puede tener su origen en la costumbre y en la educación, formal y no formal. Por ejemplo, los juguetes, que son el ensayo de los roles sociales, aplican juegos diferenciales para niñas y para niños que hacen desarrollar partes y sistemas del cerebro según las competencias. Así, los niños desarrollan funciones técnicas de visión en tres dimensiones y las niñas habilidades de comunicación y de cuidados. Y es que los seres humanos nacemos con potencialidades que hay que desarrollar. Independientemente de los genes y de las hormonas, que son importantes, la capacidad plástica del cerebro humano puede imprimir y facilitar conexiones que den lugar a nuevas ideas e imaginación que multiplique el talento natural de cada persona.

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Los talentos se deben hacer fructificar. No son para enterrarlos. Enterrar un talento es perderlo. Tradicionalmente la sociedad ha sido parcial enterrando talentos masculinos y talentos femeninos en ambos sexos biológicos y, equivocadamente, se han definido roles sociales únicamente femeninos o únicamente masculinos. La historia contemporánea nos confirma que las diferencias de desarrollo no son estáticas, ni los papeles femeninos y masculinos son compartimentos totalmente estancos. En el campo de la medicina, cuesta creer y reconocer que hace tan solo poco más de cien años a las mujeres no nos estaba permitido estudiar esta disciplina por no ser propia de nuestro sexo y decían que por no tener las capacidades. Sin embargo, en la actualidad, más del 70% de los estudiantes de medicina son mujeres y es una profesión feminizada. Se necesitó que algunas valientes lucharan por serlo en medio de un mundo de hombres, sufriendo en muchas ocasiones la discriminación y las burlas. Gracias a su empuje, a su valentía y determinación, junto con tímidas políticas de igualdad, en el último tercio del siglo XX pudimos estudiar medicina sin trabas ni obstáculos. Lo mismo ha ocurrido con las especialidades médicas tradicionalmente masculinas, como las quirúrgicas. A la primera catedrática de Cirugía de España, la doctora Luisa Fernández de Haro, le siguen otras muchas mujeres cirujanas. No ha sido fácil ni se ha conseguido en dos días, pero ahora ellas son el espejo en el que reflejarse. La mentalidad social ha cambiado, confirmando que es posible.

Sin embargo, hoy las profesiones técnicas mantienen la mayoría masculina. No es porque las mujeres no puedan trabajar en esos campos científicos y profesionales, es que no se les ha potenciado. Por el bien común, hay que apostar e invertir decididamente para no perder las capacidades técnicas del talento femenino. Solo así, en pocos lustros, la incorporación de las mujeres a esas profesiones será una realidad y nuestras nietas y nietos lo vivirán con naturalidad.

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