Existe una edad en que, sin querer vivir para siempre, uno lo que desea es volver a vivir, algo muy distinto. Un mal grave. Muchos de mis conocidos, puretas de todas las edades, desde viejóvenes a preagonizantes, lo padecen. Los signos más frecuentes son dos: ... querer ganar la guerra (todos mis culturetas se hicieron criptopodemitas), igual que en la Transición hubo aquellos ancianos con bigotillo que montaban sus pistolas 'astra' todos los días para cuando el país los reclamase. El segundo indicio es que quieras echarte de novia a una jovencita y hasta se te ponga la mirada limpia cuando las observas, que es peor que la sucia.
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Son las dos formas más seguras de arruinar la vida, incluso por encima de lo que se decía antes de que lo seguro para eso era dedicarse a la agricultura. El retour 'd'age' no tiene posibilidad de éxito. Y sin embargo... El hombre es un ser eternamente sediento de beber de la fuente vigorizadora del retorno. Conocidos cultos se sienten llamados a la Guerra Civil para acabar con el fascismo y de paso con el Capital de los demás, que no el propio. No pueden entender algo evidente: Franco les va a ganar siempre la guerra. Y pretenden hacer creer que la juventud es una cosa que se lleva en el alma, y no algo vulgar que tiene más que ver con las articulaciones que con Dios. Los viernes suelo tomar el aperitivo entre conquistadores maduritos que hablan de Ibiza. Desde dentro uno diría que es una clase del cole a punto de sonar la campana. Desde fuera se ve como una efeméride de platino de la promoción de caballeros mutilados. Si algo enseñaba la novela 'Lolita' es que en realidad la adolescente cándida era el profesor de literatura, no Lolita. La adolescente cándida es lo que hoy se llama un 'sugar daddy': el carrozón rico que compra el amor, y el amor se puede comprar, pero a ratos perdidos. En todas las relaciones donde hay mucha diferencia de edad el inocente es siempre el vejete. Es el último episodio de la autodestrucción. Somos una involución y no queremos verlo; para no verlo cada vez se necesita una cerveza más. Para olvidar que no podemos con la jovencita, dos o tres más.
La biología ha castigado la decadencia de los hombres: nuestro objetivo con el otro sexo tiene muy poco que ver con lo que busca la mujer en nosotros, y no es porque seamos unos guarros. No buscamos su espíritu, su riqueza, su listeza, su seguridad, su lección, buscamos simplemente que tenga mucha vida por delante, para sorberla. «Que esté bien buena», decía Fernando Fernán Gómez, al que le preguntaban, para su escándalo, si no le atraía una mujer por inteligente. Buscamos una transfusión de vida (y dejar a la otra persona sin ella), sobre todo si nunca la tuvimos. El hombre solo es libre cuando renuncia a esa fantasmagoría.
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