Sudar
ALGO QUE DECIR ·
Es posible que este furor contra el estío nazca de que estamos en plena ola infernal, mientras escribo un artículo producto de una pesadilla de esta misma madrugadaAnadie le gusta sudar salvo que esté en una sauna, en un gimnasio o haciendo el amor durante la siesta en ese último verano de ... nuestra lejana juventud. Sudar no es elegante ni decoroso ni parece que sea tampoco productivo, aunque se trate de un mecanismo fisiológico ideado para refrigerar nuestro cuerpo cuando la temperatura sube en exceso, una defensa natural contra los calores desmedidos.
Cuando trabajaba de peón en la huerta ningún exceso climatológico era bienvenido, aunque mientras el frío extremo provocaba dolor, las altas temperaturas no pasaban de aturdirte, y yo he experimentado ambos castigos del cielo con igual crudeza, las mañanas de escarcha bajo la sombra de los olivos centenarios o entre los sarmientos prolijos de las vides galas y los inmensos días en los invernaderos sofocantes, mientras algunos obreros perdían el conocimiento y otros nos derretíamos de una manera literal.
Hay quien piensa de forma equivocada que las imágenes de la playa en la tele en el mes de agosto revelan una realidad molesta en la que hombres y mujeres se van tostando con lentitud como pollos al ast durante días enteros, pero si uno toma las precauciones debidas, lo que nadie advierte en esas imágenes es la brisa deliciosamente húmeda e incesante que refrigera a los bañistas durante toda la jornada.
Definitivamente sudar no es glamuroso, las manchas que dibuja en nuestras axilas, en nuestro pecho y en nuestras espaldas no se ajustan al decoro debido en nuestro deambular diario, no son los signos externos de una imagen exquisita y atildada, no responden al modelo sofisticado de una persona de buen gusto, y, desde luego, uno no aparecería de esta guisa en una primera cita con una chica, en una entrevista de trabajo o en una comparecencia ante un tribunal.
Pasar frío nos humaniza, nos acerca a los otros, a nuestros semejantes, pero cuando sudamos intentamos no rozarnos con nadie, como si fuésemos portadores de un virus mortal o los demás pudieran contagiarnos su morbo. Pasar frío nos mueve hacia el grupo, hacia los que están calentándose las manos frente a una chimenea y propicia los abrazos y los encuentros, en cambio, el calor nos dispersa, nos aleja y nos irrita, nos encontramos con un amigo en la calle sudorosos y disculpamos nuestra falta de efusión, estamos sudando y no es de buen tono abrazarse en estos casos.
Para luchar contra el helor los hombres hemos arbitrado diferentes industrias, algunas tan elementales y antiguas como la del fuego, una buena fogata de cualquier madera que tengamos a mano, pero el calor no se combate fácilmente, requiere de ingenios más complejos, porque un abanico se limita a mover de un lado a otro la masa de aire caliente que nos envuelve, la sombra de un nogal necesita de nuestra previsión para su siembra y su cuidado, y el tiempo preciso para que sus ramas tupidas cubran de frescura nuestro descanso en la andadura temprana y matinal por los parajes de un monte cercano. También el agua es un buen remedio, el agua que revivifica y devuelve el tono muscular adecuado, nos conduce a nuestros orígenes y nos despoja del bochorno de la canícula.
Transpirar alimenta bacterias que provocan el mal olor y la descomposición de la materia, destruye y aniquila la vida mientras que el frío conserva y mantiene los tejidos en su sitio, en ocasiones restituye la salud y ayuda a estabilizar el buen ánimo, en tanto que el sudor trae la tristeza, nos sume en cavilaciones indeseables y nos deprime casi siempre.
Creo que han quedado bastante claras mis preferencias invernales y mi fobia a la calor, aunque es muy posible que todo este furor contra el estío nazca precisamente de que nos encontramos en plena ola infernal, en la ciudad de Murcia, mientras escribo un artículo producto de una pesadilla de esta misma madrugada.
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