«Hay que ser sublime sin interrupción», escribió en alguna parte Baudelaire, y recogió Francisco Umbral como cita para su umbralianamente magnífica novela 'Las ninfas'. Imposible tarea esa sublimidad permanente a la que sin embargo parece estar abonada la clase política. Se nos presentan como ... infalibles, individual o colectivamente como miembros de un partido infalible. O así era hasta ayer. Hasta que Murcia se convirtió en la ficha de un dominó que sigue su cadena de derrumbe. Los individuos continúan defendiendo su excelencia, ya sea para apoyar o desbaratar una moción de censura desde una alcantarilla o inmolarse con un cuchillo de goma por el bien común. Incluso para señalar a su partido de ayer como un espejismo que finalmente resultó ser un cónclave de sátrapas.
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Competición sin descanso. Es probable que la referencia mental que la mayoría de la clase política tenga no sea la de Baudelaire, sino la de Luis Aragonés. «Ganar, ganar, ganar y ganar y volver a ganar». Lo demás de nada les vale. Mucho más práctico el pensamiento de Aragonés que el de Baudelaire, porque el desafío del poeta estaba precisamente en seguir siendo sublime en el revés y la derrota. Pero a quién le interesa el rebuscado pensamiento de un maldito. La poesía para el que la trabaja. Lo que cuenta es el gol. En estos días, tan propicios para la humildad después de los denigrantes espectáculos llenos de complots, estrategias partidistas o personalistas, son pocos los que han actuado con dignidad. Desde esa cumbre en la que habitan quienes jamás se equivocan nos siguen insistiendo al modo sartriano que el infierno son los otros. Ellos siguen adornados de pureza. Ese es el mantra. En eso no tienen interrupción.
Tampoco parece importar que mientras ellos se bañan en agua de rosas los sótanos del país estén anegados de enfermedad, paro o desmoralización &ndashvéase la enumeración de antidepresivos que en un arranque de cordura realizó Iñigo Errejón en sede parlamentaria&ndash y el grito «Vete al médico» que surgió desde la grada. Al médico, al loquero, a la cola del INEM o a la sepultura. Los que no aspiran a ser sublimes ni siquiera cinco minutos o el único partido que consiguen ganar y volver a ganar es el de llegar a fin de mes pueden irse donde les dé la gana, eso sí, después de meter el correspondiente voto en la urna para que sus señorías continúen en ese estado de levitación en el que se nos presentan. Pero llevamos demasiado partido en el cuerpo. A la marioneta se le ven los hilos y al mago el truco. Así que no les pedimos que sean sublimes a todas horas ni que caminen sobre las aguas. Con que no chapoteen en el barro nos conformamos.
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