Según Víctor Hugo, la soledad es espantosa: «El infierno está todo en esta palabra: soledad»; pero atendiendo al diccionario de la Real Academia Española (RAE), no toda la soledad es temible: la soledad ('solitas', 'solitatis') es la carencia voluntaria o involuntaria de compañía. La soledad voluntaria sería la voluntad objetiva, la soledad elegida. La soledad involuntaria es la soledad subjetiva de la persona que se siente sola. La soledad es un fenómeno social de la edad moderna que crece de año en año. Y es la soledad involuntaria, la soledad no elegida, la que está aumentando principalmente.
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En España, hay casi 5 millones de personas que viven solas, de las cuales 2 millones son mayores de 65 años. Se supone que, en la actualidad, del 15% al 22% de las personas mayores viven solas. Esto significa que en nuestra sociedad una de cada 4-5 personas mayores de 65 años vive sola. La soledad en las personas mayores suele ser una soledad no deseada que se debe al aislamiento social por la dificultad a salir de casa (bien por dificultad de movilidad debido a problemas de salud bien por no disponer de ascensor) o por la pérdida del familiar con el que convive, habitualmente el marido o la esposa. De hecho, la causa principal de la soledad de las personas mayores es la pérdida del cónyuge y, por ello, la mayoría de las personas solas son mujeres. En España, 1,5 millones de mujeres mayores de 65 años viven solas. Es cierto que no todas las personas que viven solas se sienten solas. Un tercio de las personas están felices viviendo su soledad (voluntaria). Pero dos tercios de las personas que viven solas experimentan la soledad de forma negativa. En este contexto, las mujeres que se sienten solas triplican al número de varones que se sienten solos.
El que en nuestra sociedad aumenten las personas que viven solas parece ser consecuencia del inclemente devenir del mundo industrializado. Es un efecto adverso de los cambios estructurales que aíslan a las personas envejecidas. Estas personas se sienten solas, sufren emocionalmente por estar solas y, de hecho, es uno de los indicadores de fragilidad de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El sentirse solo deriva en situaciones de infelicidad que afectan de forma creciente a la salud física y mental. Porque, como bien dicen el refranero castellano, la soledad es mala consejera. No hay nada que haga más frágil al ser humano que la soledad no deseada. Cuando una persona vive sola y se siente sola, se siente débil, se percibe insegura, le rondan por la cabeza ideas fatídicas, nefastas y cargadas de negatividad. Se entiende la soledad como exclusión social. Estos pensamientos aciagos y funestos día a día, noche a noche, determinan que aumente su riesgo social y también su riesgo sanitario. Un riesgo no solo de mortalidad sino también de morbilidad. Las personas que viven la soledad de forma negativa desarrollan enfermedades que alteran su salud física, psíquica y social, teniendo consecuencias negativas en su calidad de vida.
Es preciso y urgente aplicar escalas de soledad que puedan detectar eficaz y precozmente la soledad no deseada. Estas escalas analizan la percepción subjetiva de soledad, el apoyo familiar y social, la intimidad con otros y la sociabilidad. Estas escalas habría que aplicarlas de forma sistemática en personas de riesgo para anticiparse a las consecuencias perniciosas. Desde las autoridades sociosanitarias se deberían reactivar específicamente procedimientos de cribado entre las personas de edad, sobre todo cuando enviudan. Los profesionales de Atención Primaria están perfectamente capacitados para poder detectarlo entre las posibles personas vulnerables, identificando a aquellas que sienten que la soledad para ellas es dañina. Y una vez identificadas, se puede intentar mejorar su calidad de vida indagando sobre cuáles son los factores que pueden ser superados (como el problema físico de acceso a la vivienda) o modificando sus redes sociales o procurándoles elementos que aumenten su autonomía. Asimismo, sería pertinente incorporarles a programas de enriquecimiento personal que les aumente la autoestima para encarar con 'optimismo jovial' los años que les quedan de vida, que deben ser ricos y felices, bien merecidos por la vida de entrega y trabajo ya vivida.
Se desconocen con exactitud qué factores influyen en la percepción negativa de la soledad. Por esto, se han de desarrollar más estudios de investigación en esta línea, pero como es un asunto que sigue aumentando, también se debería educar a la población más joven a gestionar la soledad, y no percibir solo los aspectos negativos de la misma, sino todo lo positivo que puede tener de independencia. Porque vivir solo no es estar solo. Parafraseando a Gustavo Adolfo Bécquer, «la soledad es muy hermosa... cuando se tiene a alguien a quien decírselo».
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